En los últimos días se han producido dos debates, o controversias, sobre cifras de la vida nacional. Ambas discusiones son importantes, y muy positivas para el país.

 En primer lugar, gracias a la intervención de Jorge Ramos y a las respuestas de López Obrador, existe una divergencia sobre el número de muertos y el nivel de violencia de los meses iniciales del sexenio. De acuerdo con el presidente, las cifras descendieron; según el periodista, subieron. Varios especialistas –entre ellos Alejandro Hope– han procurado explicar la diferencia con elementos técnicos –fuente de los datos, tipología, manipulación, etc.– y ofrecer una opinión sobre el fondo. De lo que entiendo de estos análisis, Ramos tuvo razón, y los números que divulgará el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública el 20 de abril, o dos días después porque es sábado, corroborarán esta opinión. A menos de que, como ha sugerido Raúl Trejo, el gobierno manosee los datos del SESNSP y rompa la serie histórica que se remonta a fines del siglo pasado.

El segundo debate se refiere al crecimiento del empleo formal en México durante el primer trimestre. De acuerdo con la mayoría de las versiones de prensa del fin de semana, el número de empleos creados, permanentes y eventuales, según los registros del IMSS, fue el menor para un mes de marzo desde 2009 (durante la gran recesión mundial). Para el primer trimestre, se trata del peor número desde 2014.  Especialistas como nuestro director Enrique Quintana, también presentaron los datos de esta manera: una señal adicional del enfriamiento de la economía, aunque no de una recesión.

AMLO concluyó lo contrario. En la mañanera del martes presumió que durante el primer trimestre del año se crearon 269.000 empleos, “un incremento nunca visto desde hace 10 años para un período similar”. Rápidamente, y de nuevo, especialistas como Valeria Moy y México ¿Cómo Vamos? contradijeron a AMLO y tildaron de falso su anuncio. A menos de que Hacienda, el Inegi o Presidencia ofrezcan nuevos elementos para juzgar, parece que de nuevo no tuvo razón López Obrador.

Estas discrepancias son hasta cierto punto normales en cualquier democracia. Los gobernantes utilizan las cifras que más les convienen; los opositores, críticos o independientes, las que pintan peor a la autoridad, y la gente se forma su propia opinión. Todos los gobiernos exageran; ninguno lo hace todo el tiempo, en todos los temas, salvo excepciones. En México y en Estados Unidos hoy, vivimos excepciones. Tanto Trump como López Obrador deforman, distorsionan, manipulan las cifras y los hechos con un descaro antes inimaginable.

Por eso en Estados Unidos han surgido una serie de instancias –periodísticas, académicas, de think-tanks, de la sociedad civil– dedicadas a desmontar las mentiras de Trump, o al llamado fact-checking. Se suman a instituciones existentes, ya sea del Congreso, ya sea del Estado norteamericano. Las nuevas instancias suelen contar con los recursos humanos y financieros, y con la independencia necesaria, para ser creíbles, eficaces y duraderas. En México, a pesar de esfuerzos anteriores loables –Verificado, por ejemplo, durante la campaña– aún no es el caso.

El Inegi podría proporcionar datos de homicidios dolosos con mayor oportunidad. No lo hace. También está en condiciones de entregar cifras contextualizadas, no solo des-estacionalizadas, que ya lo hace, y muy bien. Por ello, muchos han sugerido que, desde la sociedad civil, surjan instancias, o de preferencia una instancia, que disponga de lo necesario para esta tarea. No se trataría de refutar cada mentira de AMLO en las mañaneras; con una al día o cada par de días, basta y sobra. Ahora bien, ningún actor de la sociedad civil mexicana se encuentra en condiciones políticas o financieras para construir esto por sí solo. Es imposible. De allí el llamado de algunos a abandonar, aunque sea por un rato, y en un tema, la patética incapacidad mexicana de trabajar en equipo, para que se cree un consorcio de medios, organizaciones de la sociedad civil, en su caso de la academia y del empresariado, que emprenda esta tarea. Unos pondrían expertos, otros difundirían informes, unos más contribuirían con fondos, y todos los días contaríamos con un punto de vista nuevo. Que no será nunca aceptable para todos, principalmente no para la 4T: obvio. Pero le brindaría al resto de la sociedad una oportunidad para distinguir entre la verdad y la mentira.  


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