Ya estamos entrando en un tiempo de transición. ¿Cómo va a pasar?, no lo sé. Pero parece evidente que estamos al final del sistema político actual y abriendo el camino de una nueva etapa que puede superar la intensa crisis social que estamos viviendo.

Es evidente que el esfuerzo variado para llegar al punto omega seguirá siendo exigente y su camino estará lleno de imprevistos: Centenares de presos, decenas de muertos que ya se ha cobrado, su mayoría en contextos confusos o claramente con intervención de paramilitares o similares de diversos órdenes.

Pero también es clara la evidencia del deseo de cambio. No se trata de un grupo de políticos tradicionales, sino más bien de una enorme masa de ciudadanos que llegaron a la madurez actual para actuar y decidir con criterios propios. La MUD puede proponer, y lo está haciendo oportunamente, pero es la gente de todas partes la que decide participar a su manera, muchas veces bajo su propio liderazgo y con su propio criterio. Llama la atención la gran cantidad de jóvenes que participa, especialmente estudiantes universitarios, pero igualmente de profesionales, oficinistas y trabajadores. Tienen la energía para aguantar y la claridad para intervenir.

En los sectores populares el caldo se cocinó lentamente y se acumuló con los riesgos de desbordamiento. Se calentó con las largas colas que desde meses dibuja su realidad y se tensó con los abusos permanentes que debían aguantar. Si en general funcionó con cierta decencia, igualmente hubo las peleas y desencuentros que dejaron cicatrices en las comunidades. Un malestar general se apoderó lentamente de la gente que inició el cuestionamiento a sus autoridades y construyó sus propias razones acerca de la situación, expresados en términos de corrupción, mala política e incapacidad. A pesar de que la gran mayoría buscó “la tarjeta de la patria” para aprovechar lo que es aprovechable, la inmensa mayoría comprendió el truco propuesto de comprar sus votos, pero ya tiene la claridad para no caer en la trampa.

Hoy en día hay miedo, mucho miedo a las balas locas, a la policía y las guardias por su actuar incoherente, a los ladrones que no toman vacaciones, pero especialmente a los colectivos que se imponen con una gran mezcla de poder y abusos, y hasta deciden, en muchos casos, sobre vida y muerte. A pesar de las bolsas CLAP, que llegan con irregularidad en las distintas zonas, la gente se siente cada día más abandonada.

El comportamiento de nuestras comunidades se ha debilitado. El lenguaje vulgar se copia con bastante facilidad desde los más altos cargos de la Presidencia para abajo. El odio predicado por los jerarcas se internaliza en la opinión general. La temperatura social es claramente negativa y si no se cuida la gente puede entrar en violencia no deseada por nadie. Los que ayer eran alabados reciben hoy en día el cuestionamiento y el rechazo. Si no se cuidan pueden caer bajo su mismo peso negativo.

Si no detenemos y equilibramos estas actitudes y realidades, estamos en el “callejón de la muerte”, tanto en lo social como en la convivencia diaria tan necesaria. Debemos insistir en confrontar este deslave humano en el que todo perdemos. Es tiempo de transición, que ya se inicia. Debemos llamar la atención a todos los que tienen que ver con la comunicación y transmisión de mensajes, a trabajar mancomunadamente para crear una base común de dignidad y de respeto, y no de venganza y odio que ya están surgiendo desde las oscuridades del ser humano. No es tarea de la gente común declarar culpable o no, menos disponer de la vida y de la muerte, sino de la justicia ordinaria y de las entidades internacionales especialmente creados para eso.

Veo especialmente una tarea primordial de los periodistas de toda índole. De los que elaboran las noticias y las divulgan en los medios, de los propietarios de las distintas estaciones. Su impacto es enorme y su responsabilidad moral es de primera categoría. Evitar el odio, el mensaje tendencioso, la segunda intención serán las normas de referencia que mancomunadamente debemos defender. Me pregunto si las ONG vinculadas a todo lo que es comunicación pública no pueden promover una acción concertada de dignidad y equilibrio social.

Igual pasa con el sector educativo que necesita programas de compensación para acompañar a los jóvenes estudiantes en el aprendizaje del respeto mutuo, eliminando palabras violentas y groseras de cada grupo para con el otro. Todos somos necesarios en la reconstrucción de nuestro país.

Es una tarea evidente para nuestra Iglesia Católica y las demás Iglesias. Por esencia, deben promover la justicia y el respeto mutuo. Forma parte de su misión y lo deben reflejar en su predicación y acción social.

Pero quiero también dirigirme a esa masa anónima en protesta permanente que es totalmente legal, pero no necesitan inventos para aumentar la presión ni acusaciones extremas que conducen a crispar el ambiente y llevarnos al borde de la violencia extrema. No a la venganza, que es lo contrario de lo que buscamos.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!