Dos estados fallidos imbuidos en crisis terminales, con historia particular desplegada en conflictos de contenidos diferentes, con características comunes como las consecuencias de proyectos políticos mesiánicos, que han sumido a la población en la más terrible de las desgracias. Actualmente la comunidad internacional tiene su mirada puesta en Venezuela y Siria como centro de los desajustes nacionales más graves que impactan en el planeta.

Si se trata de Siria, esta nación, desde 1970, ha sufrido 48 años consecutivos de dictadura de manos de la dinastía Al Asad; comenzó con Hafez al-Asad, padre del actual mandatario, quien gobernó con mano de hierro toda revuelta contra el régimen durante 30 años hasta su muerte y continuó con su hijo Bashar al-Asad desde el año 2000 hasta 2018. Este respondió ante la onda de la Primavera Árabe en 2010, en procura de la democracia, con la profundización de la tiranía, teniendo como resultado el desenlace de una guerra civil que ha exterminado la población, con el lamentable balance de 500.000 muertos, 4.000.000 de sirios en estampida en la Unión Europea y 7.000.000 de desplazados internamente.

En el caso venezolano las cifras no están muy lejanas de la terrible guerra que azota al Medio Oriente, 4.000.000 de venezolanos deambulan por el mundo en estampida, la cifra de víctimas por la inseguridad y la violencia ya ronda los 400.000, y los datos de pobreza general ya señala a 90% de la población. En Venezuela no hay bombardeos ni caen misiles Tomahawk, pero la población sufre un flagelo peor, como son la miseria y el hambre, que afecta sobre todo a la población infantil cercana a 2.000.000 de desnutridos, a quienes se les está cercenando su futuro, y el fallecimiento por inanición de la población adulta.

Esta cruenta realidad ha pretendido evadirla el dictador Maduro, a través de un vasto aparato publicitario, orientado bajo el discurso antimperialista, se ha solidarizado con envío de delegaciones y de combustible al régimen de su colega Bashar al-Asad, quien con el apoyo del mandatario ruso, Vladimir Putin, solo conseguirán un objetivo: la extinción de la nación siria. En nuestro caso, el régimen se ha negado a recibir la ayuda humanitaria urgente para afrontar el apocalipsis que padecemos.

Este escenario dantesco no escapa al concierto mundial de naciones, que exige tanto en Siria como en Venezuela el retorno de la democracia y el restablecimiento de la soberanía nacional, significando un alerta universal ya que estamos en presencia de mandatarios que prefieren la destrucción de un país antes que perder el poder, al ser copartícipes de un engranaje mundial capaz de desaparecer naciones en función del mantenimiento de sus hegemonías.

Entre tanto, para la mayoría de la población venezolana que desea salir en paz de esta incertidumbre, significa el momento preciso, con el apoyo de la comunidad internacional y de las fuerzas sociales y políticas existentes, de actuar para impedir que la mala estirpe de un régimen nos derive en una guerra civil similar a la que estremece a la agonizante nación siria.


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