Nuestra situación es compleja. No hay que ser un genio para saberlo. Son tiempos extraños, enrarecidos, en los que uno quisiera hacer mucho por el país y siente que hace poco.  Todos y cada uno, sin embargo, somos importantes. Cada uno desde su puesto de trabajo y desde donde está.

Los maestros, los profesores universitarios, todo aquel que enseña, es más que importante en estos momentos. Todo empieza en la familia, cuando se deja al hijo opinar, pero el siguiente espacio para expresarse y discernir el camino que se quiere seguir es el salón de clases. Sea de primaria, de bachillerato o de la universidad. Es importante hablar, decir lo que se piensa, dejar que otros lo hagan, y buscar en libertad, sobre todo hoy, cuando se nos quiere callar.

Este artículo lo escribo un día antes del 23 de enero; fecha importante en nuestra memoria histórica. Este año 2019 se suma el hecho de que pareciera que estamos muy conscientes de lo necesario que es recuperar la Democracia: algo que tal vez dimos por sentado y comenzamos a perder mucho antes de 1998.

El salón de clases fue un lugar muy nuclear en la gestación de ese proceso que estamos deseando volver a poner en marcha, porque por las aulas del Liceo Caracas pasaron hombres como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Jóvito Villalba y Miguel Otero Silva, entre otros. Fue aquí donde Rómulo Gallegos conoció a estos muchachos que años más tarde lo estimularían a implicarse en los destinos del país cuando se intentó transitar a la Democracia. El influjo del profesor trascendió a la universidad, cuando conocidos como la Generación del 28, destacaron por su intento de romper con un orden rígido. En ellos prevaleció, además, una novedad: la unidad en los objetivos y no en torno a una personalidad, característica de nuestra tradición caudillista y de un régimen como el de Gómez.

Las mismas razones de por qué mucho comienza en un salón de clases aplican ahora y aplicarán siempre a lo largo de la historia de cualquier persona y país. Y es que el mínimo signo de libertad; uno que termina siendo muy importante en la vida, es vencer el miedo a dar la propia opinión y a decir que uno difiere de otra. A veces las opiniones se complementan, porque pueden no ser contrarias. Cada una aporta un matiz y pienso que todas pueden iluminarse mutuamente, porque ya solo el hecho de que alguien las piense es indicio de que ve algo que el otro no ve.

El proceso de clarificación de lo que uno “ve” es más íntimo. Empieza muy dentro y es solo después de la asimilación de muchas variables que han afectado y afectan la propia vida, cuando la persona logra discernir su camino, porque es así como conocemos: de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Este camino no se “completa” nunca, ni en las personas ni en los pueblos, porque la vida es como la eterna “conversación” del alma consigo misma de la que hablaba Sócrates. Conversación que continúa después de la muerte.

Nuestros anhelos de transitar hacia una República datan de mucho tiempo atrás, cuando un grupo de civiles comenzaron a argumentar por qué debíamos independizarnos de la monarquía española. Siempre hemos tenido pensadores que han procurado despersonalizar el poder, de modo que sean las instituciones las que nos igualen. La lucha ha sido interrumpida en múltiples ocasiones y hay razones que lo explican, pero ahora me importa cómo la recuperación del camino de las ideas, de la libertad y de la Democracia, se gesta en el hogar y en un salón de clases. Rómulo Gallegos y sus alumnos son una buena muestra de esto.

Cada muchacho de la Generación del 28 llegó a clases con un pasado personal: ese “horizonte” del que habla el filósofo alemán, Hans-Georg Gadamer. Su educación, su sensibilidad, sus lecturas, sus inquietudes, sus carencias de todo tipo, sus sueños, sus miedos, sus influencias personales y sus confusiones convergieron con el bagaje interior del resto de los compañeros, incluyendo el del profesor. Allí dialogaron y se abrieron en un espacio en el que se podía pensar en libertad. Allí se estrecharon lazos y se respetaron mutuamente. Uno podría decir que se quisieron y aunque tantos no hayamos sido alumnos de Rómulo Gallegos, muchos venezolanos hemos aprendido a quererlo y a comprender al país a través de sus novelas. Es evidente que él quiso a Venezuela y no dudo que a sus alumnos. Procuró la unidad de una conciencia nacional: unidad mucho más profunda que una puramente física y territorial. Importante, sí, pero realmente consecuencia de la primera.

Algo así tenemos que procurar hoy, porque un proceso que viene gestándose y consolidándose desde hace años, puede recuperarse en espacios similares a esos en los que se gestó: entre los intelectuales, en el salón de clases, en los espacios públicos en los que podamos reconocernos mutuamente y escucharnos.

Rómulo Gallegos señaló el camino: en Doña Bárbara, Marisela no es neutra; no está “entre” la barbarie y la civilización. Ella es la transición. Su transformación es producto de la educación; de esa mano amiga que le tendió Santos Luzardo. Cada uno es así, único y original, y la toma de conciencia de lo que cada uno es, un proceso gradual, precisa de la educación. De la inclusión progresiva de toda la sociedad en las universidades. Venezuela ha cambiado y nos estamos encontrando con una más fuerte presencia de todos los sectores de la sociedad en los salones de clases. Realidad que tiene que potenciarse fomentando un acompañamiento que ayude a los ciudadanos a asimilar progresivamente los cambios que deberíamos procurar en nuestra sociedad.

La figura de Rómulo Gallegos es emblemática y tal vez por eso fue el elegido para lo ocurrido entre los años 1945 y 1948. Fue símbolo de la prevalencia de las ideas, del valor de la educación y la civilidad: de una unidad nacional que en el fondo supone una coordinación, una nivelación cultural. Algo que vio Díaz Sánchez. Independientemente del sectarismo que se critica a los adecos en el estilo de gobierno de esos años, lección que se aprendió para el año 58 y se concretó en un logro tan importante como el Pacto de Punto Fijo, lo sucedido en el 45 hay que interpretarlo para comprenderlo. Así como Marisela no es “neutra”, de igual modo nos hemos debatido entre si lo sucedido en el 45 fue un golpe o una revolución. Yo creo que fue ambas cosas. Con esto no sugiero en absoluto que aquí ameritemos de un golpe, pues la historia enseña que la violencia se revierte y es siempre lo menos radical. Lo que exige el momento es que nuestra Fuerza Armada Institucionalista respalde a los ciudadanos para que logremos superar una situación que está resultando insoportable. Por eso es hora de trascender los intereses personales por el bien del país.

Lo cierto es que la transición hacia una Democracia, hacia su recuperación, precisa de la unión de todos; del aporte de los talentos de cada uno, porque el problema precisa de múltiples visiones y disciplinas. Hay varias Venezuela(s) y hay que procurar comprender esta complejidad.

La oportunidad que se nos abra debe encontrarnos unidos en torno a objetivos; no endiosando a nadie, pero sí apoyando a quienes procuren articular políticamente una transición. Y así como todo se gestó en un salón de clases, bajo el influjo de un profesor, así transitaremos hacia un futuro mejor desde los salones de clases.

En cada pupitre hay un futuro y deseable buen hombre o mujer que desde donde esté y con lo que será, pensará y querrá al país aquí o desde el exterior.


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