Desde la distancia vengo siguiendo los pasos que condujeron a la celebración del Congreso Venezuela Libre. Supe de los eventos regionales en los que la pasión por Venezuela unió a dirigentes políticos y conductores de la sociedad civil, con muy pocas autoexclusiones, con una visión unitaria que buena falta hace a algunos líderes nacionales. Luego se produjo el encuentro nacional en Caracas, en el Aula Magna de la UCV, con el propósito de buscar una nueva forma de organización del país democrático y de lograr la unidad superior que las circunstancias demandan para enfrentar la dictadura. El Manifiesto aprobado explicita las razones y propósitos de los que allí se reunieron y la intención de construir un acuerdo nacional que defina las reglas de una transición inmediata ante la inminencia del 10 de enero, fecha en la cual la usurpación pierde la última hilacha de legitimidad que aún le reconocía la comunidad internacional. El papel de la Asamblea Nacional es primordial como la única institución cuya legitimidad proviene del voto popular.

Viendo las imágenes y después de leer el discurso de Luis Ugalde, en “la casa que vence a las sombras”, empezaron a desfilar por mi mente los rostros de una muchedumbre que trae “las primeras lluvias de alegría y de esperanza”. Ugalde nos invita a escuchar la voz del Nazareno que nos pide “nacer de nuevo en Espíritu y en Verdad”.

La Venezuela opositora, es decir la casi totalidad del país, está esperando de su dirigencia este nuevo alumbramiento y no entiende los pleitos estériles, las agresiones sin sentido, las ambiciones personales y los protagonismos excluyentes.

Es evidente que hay un consenso genérico en torno a los temas más importantes:

  1. La disolución inmediata de la asamblea constituyente.
  2. El restablecimiento de las potestades constitucionales de la Asamblea Nacional.
  3. La inmediata liberación de todos los presos políticos sin distinción, y el regreso de todos los exilados.
  4. El fin de la inhabilitación de decenas de líderes opositores.
  5. El registro de todas las organizaciones políticas.
  6. Una absoluta libertad de prensa.
  7. La imparcialidad del Poder Electoral.
  8. El remplazo de los jueces del Tribunal Supremo de Justicia ilegítimo, cumpliendo con las normas y procedimientos constitucionales.
  9. El castigo a quienes cometieron delitos de lesa humanidad y/o se enriquecieron de manera ilícita.
  10. La reconciliación del país, sin excluir a la base chavista tan maltratada por Maduro y por la banda de delincuentes que le acompañan.

No hay ninguna parcialidad política en Venezuela que haya expresado su desacuerdo con a estos temas. La exclusión de alguno de ellos significa la imposibilidad de los restantes. Eso es lo esencial. Las diferencias que existen, relativas a las prioridades y al cómo y al cuándo, no dejan de ser muy importantes. Allí está la necesidad de la discusión y del debate de buena fe, sin que nadie se presente con el monopolio de la verdad o pretenda revivir la Santa Inquisición. Ante la magnitud de las metas, los márgenes de una salida negociada con el gobierno son pocos. Si los que creen en la negociación nos convencen de que por esa vía se pueden lograr los 10 puntos. ¡Alabado sea Dios! De no ser así, buscaremos otros caminos que transitaremos juntos. En la política no se puede caer en purismos a la hora de constituir alianzas. Churchill y Roosevelt lo demostraron al integrar un frente único con Stalin para poder derrotar a Hitler.

Es muy posible que como consecuencia de la discusión se caigan algunas caretas y se confirmen algunas presunciones. Tampoco se descarta que muchas acusaciones se derrumben. Pero lo primero y lo urgente es discutir sin prejuicios, de manera transparente y honesta.

En el logro de estos acuerdos esenciales está la esperanza de los venezolanos.

Se lo debemos a Fernando Albán, a Oscar Pérez y a toda una cohorte de jóvenes asesinados.

Lo exigen Leopoldo López, Iván Simonovis, Juan Requesens, Juan Carlos Caguaripano, y otros cientos de compatriotas con los rostros desfigurados por la tortura. Lo reclama Lorent Saleh y los miles de presos en La Tumba, en Ramo Verde y en el Sebin.

A ello aspiran miles de comunicadores y periodistas que nos explican con lujo de talento que “el caos en Venezuela no será eterno y que la renovación es indetenible”.

Es la aspiración de los abogados del Foro Penal y del Bloque Constitucional y de tantos otros juristas que se desvelan por el regreso al Estado de Derecho.

Lo esperamos millones de venezolanos que tuvimos que irnos, obligados o voluntariamente, para buscar una forma de supervivencia.

Se lo debemos a quienes murieron sin ver el nuevo amanecer pero que pudieron predecirlo.

Es el reclamo de tantos diputados que de manera heroica sostienen su labor de representación y siguen en la lucha, perseguidos, amenazados, sin inmunidad ni sueldo. Es el requerimiento diario de miles de militantes y luchadores políticos.

Nada menos que eso esperan los líderes estudiantiles, hoy simbólicamente representados por la Federación de Centros Universitarios de la Universidad de Carabobo.

Es la aspiración de los maestros y profesores, de los médicos, de las enfermeras, de los mineros, de los trabajadores, de las amas de casa, de los militares perseguidos, de los sacerdotes, de los pastores, de los rabinos, de los luchadores sociales y, por sobre todo, de nuestros niños y jóvenes.

Es hora de abandonar el pesimismo, el narcisismo del dolor propio, la autoflagelación, las campañas de odio y ver al país de otra manera. El año 2019 puede ser algo muy distinto si todos nos empeñamos en lograrlo.


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