Nadie duda de que Venezuela sea el tema central de la próxima Asamblea General de la OEA del 4 y 5 de junio. Las dudas giran en torno al tipo y grado de las sanciones. Se da por hecho que serán contundentes y se descarta que esta vez lo que se haga sea pour la galerie, como ya ha ocurrido.

Ha surgido empero una interrogante: ¿qué pasa con Nicaragua?

¿En qué se diferencian las situaciones venezolana y nicaragüense? ¿Y en qué se parecen?, son otras de las preguntas que hoy se hacen muchos embajadores –y se las deberían hacer todos– tras las investigaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Las diferencias tienen que ver con los tiempos. Lo de Venezuela urge, no admite demora. Y esto lo ve y lo entiende casi todo el mundo.

La tragedia venezolana ya ni requiere de filmaciones: el éxodo por todo el continente es el más triste testimonio sobre el fracaso del chavismo. Una crisis que lo ubica primero en cualquier ranking de calamidades.

En apariencia los nicaragüenses han manejado mejor el tema económico. Eso sí, tuvieron el “subsidio” del petróleo barato venezolano, mientras Venezuela, en cambio, tuvo que subsidiar, además, a otros varios y “mantener” a Cuba . Fue distinto.

Otra de las aparentes diferencias tienen que ver con la institucionalidad: Venezuela, ya no hay duda, es una descarada dictadura. De Nicaragua, en cambio, se dice o se decía que era una democracia autoritaria y ordenada. Autoritaria, sin duda, y ordenada por supuesto: nada más ordenado que un régimen totalitario.

Pero lo de democracia no es digerible.

Eso no se consigue con unas elecciones controladas, aunque aceptada por unos cuantos sectores de la población, entre ellos la Iglesia y los empresarios. No basta como certificado democrático. La CIDH necesitó tan solo cuatro días in situ para resumir la situación: comprobaron que la acción de los cuerpos de seguridad del Estado “y de terceros armados” dejaron como resultado “decenas de muertos y centenares de personas heridas; detenciones ilegales y arbitrarias; prácticas de tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes; censura y ataques contra la prensa; y otras formas de amedrentamiento como amenazas, hostigamientos y persecuciones dirigidas a disolver las protestas y a inhibir la participación ciudadana”.

¿Democracia? ¿Democracia autoritaria?

En un mes, según la CIDH, hubo “al menos” 76 personas muertas, 868 heridas y “438 personas fueron detenidas, entre estudiantes, población civil, defensoras y defensores de derechos humanos y periodistas”. Los muertos según las últimas cifras llegan a casi 90. A Daniel Ortega y esposa, sin embargo, parecería que no les afectaron mucho las denuncias de la CIDH y no le hicieron el mínimo caso a sus recomendaciones. La represión sigue. Por su parte, la CIDH no cede y denuncia nuevas muertes y  culpabiliza expresamente a los grupos parapoliciales y  las “fuerzas de choque”, “armadas con escopetas y morteros”, que reprimen a los manifestantes.

“Las fuerzas de choque”, esta fue la comprobación que más impresionó a los investigadores. Hable con dos de los que fueron a Nicaragua y ambos coincidieron en resaltar este hecho: no se trata de grupos compuestos por malandrines reclutados para la ocasión como en Venezuela, sino que son grupos de choque estables, armados hasta los dientes, que actúan con total impunidad; son cuadros del partido de gobierno. Sin duda, han sido los encargados de someter cualquier intento de disidencia y de mantener esa aparente calma que vivía, hasta hace unos días, la “democracia autoritaria” de Nicaragua, me dijo uno y otro.

Pero se les reventó; los estudiantes no soportaron más, me dijeron mis informantes, quienes a la vez se mostraron muy preocupados por el hecho de que Ortega no haya variado su conducta.

Una conclusión: ambos regímenes en esencia y como lo admiten, son una misma cosa, con  una misma ideología y siguen los mismos lineamientos. Uno es más prolijo que el otro, pero en ningún caso Ortega o Maduro quieren dejar el poder: la doctrina es una sola, y eso es lo que dice; vaya novedad.

Otra conclusión: vista la catástrofe venezolana y lo que “está pasando” en Nicaragua, parecería que la interrogante para la Asamblea de la OEA no pasa por ¿Venezuela o Nicaragua? La alternativa es solo una: Venezuela y Nicaragua.


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