“¿Por qué entregarle la región al castrocomunismo a través del Foro de Sao Paulo y no responder con un Foro Democrático capaz de defender, respaldar e imponer el liberalismo democrático en nuestra región? ¿Por qué no reactualizar la Doctrina Betancourt y declararle una guerra a muerte a las dictaduras que ensangrientan nuestra región?”

No exagero si reduzco el corazón y el músculo de lo que sobrevive como auténtica y combativa oposición al régimen dictatorial venezolano exclusivamente al grupo de luchadores que siguen y acompañan a María Corina Machado y a Antonio Ledezma en su frente de resistencia, amplio y solidario, llamado Soy Venezuela. Conformado con la pasión y el fervor que caracterizan a los dos más intraficables líderes de la oposición venezolana. En sus comienzos solitarios, hoy acompañados por miles y miles de fervientes seguidores, a lo largo y ancho de Venezuela.  

Tal vez ese haya sido nuestro pecado original, el precio que la aristocracia mantuana hubo de pagar para lograr sacudirse el yugo de la corona y asumir la conducción de los asuntos de las nuevas repúblicas: incorporar a sus luchas “las lanzas coloradas” del llaneraje salvaje y la conformación de élites mercenarias salidas de sus filas y legitimadas en los campos de batalla y en las montoneras que se repartieran el poder y la propiedad de la tierra, fruto de su participación en la guerra. Formando esa élite gobernante de caudillos feudales que la sociología diera en llamar “pardocracia” –el gobierno de los pardos– y sacrificar hasta su última gota de sangre en las guerras civiles del siglo XIX. Con un saldo trágico para la conformación de la República en el siglo XX: la inestabilidad congénita de una sociedad multiforme y desordenada, cambiante y en permanente proceso de ebullición y trasvase, caracterizada por una efervescente movilidad social sin las clásicas fraguas de clases que se impusieran en el resto del continente ni un Estado articulado e institucionalizado. El precio político ha sido el clientelismo y el permanente chantaje de la disolución, el odio y la rebelión indiscriminada y carente de verdaderos principios éticos. Humus y lava volcánica del chavismo. Lo que explica no solo la existencia de la dictadura y el espanto de la barbarie que sacara a flote el militarismo chavista, sino ese militarismo mismo: última expresión, degradada y hamponil, de lo que debiera ser el Estado. El mismo pardócrata en su esencia.

Es milagroso que en esas circunstancias se incubara la más lúcida y excelsa de las generaciones políticas, intelectuales y artísticas de la modernidad –la llamada Generación del 28– y de su seno surgiera el liderazgo que diera nacimiento a la democracia que, luego de la explosión de la Revolución de Octubre, terminara por imponerse tras la insurrección militar del 23 de Enero de 1958 que hoy recordamos. Una democracia “liberal”, por su hondo contenido emancipador e ilustrado, si bien de liberal en el sentido clásico del término tuvo solo los empujes frustrados que quiso imprimirle su principal gestor, Rómulo Betancourt. En realidad, una democracia populista que no logró erradicar los más profundos males y taras nacionales: el caudillismo, el militarismo, el estatismo y el socialismo. En el balance congénito de los regímenes democráticos modernos, ella se inclinó muchísimo más por la igualdad social que por la libertad individual: fue antes igualitaria que libertaria. Hasta terminar asfixiada por el brutal igualitarismo militarista, caudillesco, clientelar y estatólatra en que ha naufragado. 

Es esa la razón esencial de que este naufragio sea compartido asimismo por la oposición oficialista agrupada bajo las siglas de la MUD, también impregnada de las taras congénitas de nuestra sociedad. No hay en ella ni una pizca de liberalismo: está impregnada de socialdemocracia o socialcristianismo, en rigor las dos ramas en que se bifurcaran nuestros inveterados males endémicos. El igualitarismo antes que el emprendimiento individual y el clientelismo populista en lugar del desarrollo de nuestras fuerzas productivas. Y cuya consanguineidad ideológica con el régimen dictatorial imperante ha imposibilitado a lo largo de todos estos años, incluso desde el mismo golpe de Estado del 4 de febrero –tolerado de manera aviesa por todas las fuerzas sociales y políticas, y muy en especial por las propias fuerzas armadas, prontas a rendirse a la barbarie– que abriera la caja de Pandora de los males antes descritos, el surgimiento de una alternativa histórica de corte liberal al régimen imperante. Esa consanguineidad ha sido la causa de las traiciones y los fracasos, los diálogos y la cobardía, la pusilanimidad y la disposición a la claudicación de todos los partidos que hacen vida en la MUD. Ella es el espejo del PSUV, la otra cara de una misma moneda. Que hoy nos empujan a la inconstitucional legitimación electoral de la dictadura.

De allí la escarpada vía que enfrentan las fuerzas liberales que hacen vida en nuestra oposición. Han de luchar contra dos poderosos enemigos: el principal, que dispone de todo el demoledor poder del Estado y ha convertido a nuestras fuerzas armadas en una maquinaria de demolición tiránica; y el secundario, conformado por los partidos de la MUD, una oposición profundamente interconectada en su infraestructura genética con el enemigo principal. 

Llamo la atención sobre esta circunstancia, porque si bien se da de manera emblemática, ejemplar y ya con ribetes trágicos en Venezuela, se reproduce bajo otras circunstancias socio históricas en el resto de América Latina. De todos los países de la región, solo en Argentina y en Chile fuerzas de tendencia netamente liberal han logrado conquistar el gobierno. Que deben ejercer de manera ejemplarmente democrática, compartiendo el poder del Estado con fuerzas propiamente socialistas, incluso comunistas y de extrema izquierda, como en Chile, es decir: estructuralmente antiliberales y antidemocráticas, que si no trepidaron en boicotear al primer gobierno de Sebastián Piñera hasta imponer a la socialista Michelle Bachelet, menos trepidarán ahora, fortalecida su ala de extrema izquierda chavista y filocastrista, en torpedear tanto como les sea posible el desempeño del futuro gobierno liberal democrático de Piñera. Lo que también cabe esperar en Argentina del peronismo kirchneriano, tal como ya se encuentra en desarrollo en el Perú, en donde el liberal Pedro Pablo Kuczynski tiene los días contados. Y en México, en donde es perfectamente probable que López Obrador llegue a Los Pinos con un proyecto castrista que desestabilizaría a Centroamérica bajo el impulso de un poderoso movimiento antinorteamericano. 

¿Se entiende la gravedad del contexto internacional que nos rodea? ¿Se hace clara la necesidad de conformar un poderoso movimiento liberal democrático en nuestra región, que, entroncándose en la Argentina de Mauricio Macri y en el Chile de Sebastián Piñera, no solo venga en auxilio de las jóvenes fuerzas liberales venezolanas aglutinadas en torno a María Corina Machado y Antonio Ledesma, sino que asuma la tarea de dirigir un amplio movimiento latinoamericano e internacional en resguardo de las opciones liberales para América Latina? ¿Por qué entregarle la región al castrocomunismo a través del Foro de Sao Paulo y no responder con un Foro Democrático capaz de defender, respaldar e imponer el liberalismo democrático en nuestra región? ¿Por qué no reactualizar la Doctrina Betancourt y hacerle una guerra a muerte a las dictaduras que ensangrientan a nuestra región?

No es una mera reflexión de historia, ideología y política. Es un llamado de auxilio. Esperamos que sea escuchado.


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