El profesor de Harvard Miguel Ángel Santos publicó recientemente en Prodavinci una admirable reflexión respecto a los venezolanos que, como él, se han ido. Con un tono nada complaciente y crudamente realista en “El largo regreso de los venezolanos a Ítaca”, pide a los compatriotas de la diáspora que se ayuden entre sí, que comiencen a entender que migraron y que la situación actual de Venezuela puede durar años. La palabra clave que menciona Santos es aceptación. En relación con la duración, cada vez me convenzo más de ello teniendo en cuenta la desunión de una oposición antagónica, poco estratégica y manejada por unos fósiles y candidatos a fósiles que debieran estar en sus casas viendo programas de concursos ya que nunca leyeron. Es decir, que ni sus memorias podrán escribir. A juzgar por sus actos, de los que mencionaremos solo el último: no capitalizar el triunfo rotundo de la abstención en las recientes elecciones, no cabe esperar mucho. Ya basta de hacer caso a los ilusionistas que se han pasado los últimos veinte años prometiendo que a esto le queda poco. Se solicitan políticos nuevos: traer test de inteligencia sin tachaduras ni enmiendas.

Quienes abandonaron Venezuela merecen un respeto inmenso por parte de quienes nos quedamos. Renunciaron a lo que tenían y fueron a emprender, a demostrar la madera de la que estaban hechos. El rector de la universidad más prestigiosa del mundo, el MIT, es un venezolano. Los venezolanos en el exterior están desempeñando tareas muy diversas, todas muy dignas y mantienen una preocupación constante por lo que sucede aquí. No se es más o menos venezolano según donde se esté, y todos tenemos el derecho y el deber de opinar sobre lo que nos afecta. Los que permanecemos lo hacemos por el compromiso de trabajar por Venezuela, y a quienes estamos en la Universidad nos motiva contribuir con una educación de primera. La inversión que se realizó en nuestro país entre 1958 y 1998 en educación, tanto pública como privada, ha sido la que ha permitido a los venezolanos migrantes destacarse en el exterior. No es cierto, como señalan miopes y ligeros, que a nuestro país le falte educación. Paradójicamente, es uno de los aspectos que nos ha permitido sobrevivir a la barbarie.

La separación de las familias ha sido lo más doloroso como saldo de estos años infames. Pero de allí ha salido un venezolano robustecido, luchador, con la piel curtida para la dificultad. El venezolano migrante, cuyos hijos probablemente no serán venezolanos, si regresa al país como se lo pregunta el profesor Santos, será de un enorme apoyo para la reconstrucción y si no regresa, lo será también. Lo que sí está claro es que la distancia ha otorgado las claves para entender el valor de la lucha y la superación. Una comprensión serena que buena falta nos hace aquí para poder acercarnos al porvenir.


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