“Piensa que en ti está el futuro y encara

la tarea con orgullo y sin miedo”

Walt Whitman

La agonía es el sufrimiento extremo, es el estado experimentado por un ser vivo antes de la muerte. Hay quienes la consideran como la última fase de la vida, otros como la primera fase de la muerte, todo lo cual nos permite definirla como el paso intermedio entre la vida y la muerte.

La agonía simboliza el sufrimiento insoportable, el cual es usado para describir un dolor extremo, externo o interno. Y ella puede ser o no duradera, y eventualmente generar una recuperación o mejoría, aun cuando por lo general se la asocia a un estado irreversible, que culmina con la muerte. Este término se utiliza cuando una persona está gravemente herida o enferma, cuando sufre mutilaciones o torturas. O cuando experimenta un grave trauma en su cuerpo o en su mente.

En medicina la agonía se refiere a un conjunto de cambios psicofísicos que suceden antes de la muerte previsible y este momento de la enfermedad no tiene relación directa con el sufrimiento, por cuanto puede pasar por ella sin padecer dolor. Aun cuando siempre existen síntomas que se encuentran presentes, como la falta de interés y la dificultad para alimentarse, algunos trastornos son de tipo psíquico como el delirio.

El término agonía es mencionado en un sinnúmero de religiones, de manera particular en las regiones antiguas grecorromanas. Para los cristianos, la agonía es la Pasión de Cristo, que se refiere a cuando Jesús cargó con los pecados de la humanidad. Los judíos, por su parte, usan esta palabra para referirse a la persecución y matanza étnica que les infligieron los alemanes durante la hegemonía del Tercer Reich.

Venezuela está agonizando desde hace tiempo, como consecuencia de las malas políticas públicas puestas de manifiesto por los gobiernos de Hugo Chávez primero y ahora de Nicolás Maduro, que han generado una crisis de tal magnitud que el país se encuentra al borde un total colapso económico, amén del político y social, porque ejerce el poder sin tomar en consideración los principios más básicos, como el respeto a los derechos ciudadanos y de la propiedad. Se calcula que bajo el régimen de planificación centralizado se han expropiado más de 50.000 propiedades entre fincas (pequeñas, medianas y grandes), industrias y comercios, entre otros, sin compensación económica alguna.

Esta situación impensable para los venezolanos comenzó desde que Chávez ganó el poder y adoptó un sistema político con alto intervencionismo estatal en todos los ámbitos de la vida del país, el cual denominó “socialismo del siglo XXI” y cuyo padre fue Heinz Dieterich, su asesor, quien posteriormente se separó defraudado por la caprichosa manera de llevar a cabo dicho proyecto político socialista, que en nada resumía lo establecido en su contenido. A ello se sumó la aplicación de políticas populistas y clientelares mediante el ejercicio de un poder casi hegemónico por el uso de la fuerza y la amenaza.

Ni qué hablar de las libertades políticas, económicas y civiles, cada vez más restringidas, por cuanto el régimen de Maduro a su libre albedrío interpreta, cambia y acomoda la Constitución y las leyes, apoyado con su escudo de batalla la ilícita asamblea nacional constituyente, con descarado abuso de poder, que restringe los derechos de la libertad de expresión y de prensa y toda una serie de trapacerías propias de un Estado forajido.

El régimen autoritario de Maduro ha concentrado el poder a través de la intervención de las instituciones políticas y la toma de la economía mediante controles de precios, y esquemas cambiarios, expropiaciones, explotación de la empresa estatal petrolera Pdvsa, caja chica del régimen al igual que el BCV, burlando los controles que rige y establece la carta magna, entre otras cosas. Prevalido de dicho poder, acuerda cada vez que le da la gana y se ve en apuros por distintas razones, la mentada Ley Habilitante que le permite descaradamente emitir decretos con fuerza de ley, que cada día hacen insostenible su permanencia en la primera magistratura.

Sofocados los derechos individuales de los ciudadanos, obligó a los venezolanos a realizar protestas desde inicios de febrero del presente año con un doloroso saldo de más de 140 muertos, en su mayoría jóvenes estudiantes. Y de nada sirvió este sacrificio, pues seguimos presenciando una crisis económica, social y política sin precedentes en la historia del país. No se vislumbra una salida fácil ni rápida, lo que implicará mayor deterioro de la libertad y, consecuentemente, una reducción en la calidad de vida de los venezolanos.

Estamos viviendo un drama extremadamente preocupante, tal como lo afirma Juan Pablo Olalquiaga, presidente de la Confederación Venezolana de Industriales, quien refiere que en el año 2018 cerca de 1.018 empresas van a cerrar sus puertas, lo que equivale a 27% de los establecimientos industriales, lo cual obviamente tendrá un terrible efecto en términos de profundización del desabastecimiento y de la pérdida de puestos de trabajo.

A ello se suma la devaluación del bolívar como consecuencia de la alta inflación, que según la Asamblea Nacional –elegida mediante el voto popular e invalidada por el régimen de Maduro– alcanzó 800% en los 10 primeros meses del presente año; así como el control cambiario que subsiste en los actuales momentos y que ubica la tasa Dipro (para productos de primera necesidad) en 10.000 bolívares por dólar y el Dicom (para importaciones en general) en 11.311 bolívares por dólar. Como corolario, la emisión de dinero inorgánico con el ánimo de paliar la inflación, lo cual ha generado más bien una hiperinflación, que por los vientos que soplan y según los más calificados economistas del país nos está conduciendo a una inevitable estanflación, sin que valga para nada el aumento del salario mínimo, que durante el año en curso ha llevado a cabo el régimen madurista.

Son muchos los motivos para que el país, en vías de agonía, solicite con extremada urgencia la ayuda humanitaria que el régimen de Maduro se niega obstinadamente, aduciendo que la misma es un pretexto de la oposición para que el país sea invadido por tropas extranjeras. Un cuento que mantiene en su pendrive mental para tratar de sostener a sus tropas chavistas-maduristas fieles al compromiso de defender a la patria rodilla en tierra, ante una eventual invasión del “imperio de Estados Unidos”, mientras fallecen niños por desnutrición y enfermos crónicos por falta de medicinas y tratamientos en hospitales y centros asistenciales del sector público, tal como a diario trasciende en las redes sociales, único medio de información con que cuenta el pueblo venezolano ante el poder mediático de que dispone el régimen y la autocensura de algunos otros medios temerosos de las represalias que pudieran asumir en su contra.

La ayuda humanitaria se define como una asistencia diseñada para salvar vidas, aliviar el sufrimiento, mantener y proteger la dignidad humana, en prevención o situaciones de emergencia y rehabilitación. De acuerdo con las Naciones Unidas, para ser clasificada de humanitaria la ayuda debe ser consistente con los principios de humanidad, imparcialidad e independencia, además de la neutralidad. Los tres primeros puntos consagrados mediante la Resolución 46/182 de la Asamblea General de este organismo internacional (1991) y el último por la 58/114 del año 2006.

El país se encuentra virtualmente agónico a la par de su verdugo autor del desastre, miseria, y desnaturalización de todos los valores que intrínsecamente siempre ha mantenido el pueblo venezolano. La ayuda humanitaria hará posible salvarnos de este duro trance en los actuales momentos, mientras la soga del patíbulo apretará más el cuello de los perversos que lo llevaron a extremos inauditos: corrupción rampante, altos niveles de inseguridad ciudadana, escasez de alimentos y medicinas, pobreza, miseria, vandalismo, nepotismo, muerte de jóvenes que fueron víctimas de la represión, niños y adultos que mueren por falta de atención médica y medicinas, y el ensañamiento contra los detenidos políticos a los que se les tortura despiadadamente sin escrúpulos de ninguna naturaleza, pese a preciarse de ser democrático y amante de la paz. Una absurda paradoja propia de los regímenes dictatoriales.

Venezuela en su agonía clama por la ayuda humanitaria, para aliviar los estertores de su muerte, en espera del milagro de su recuperación con la generosa ayuda de países que se conduelan de su estado calamitoso, víctima de la ruindad de verdugos que la convirtieron de próspera en indigente. La patria, cuna de libertadores, se lo agradecerán eternamente.

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@_toquedediana  


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