Las palabras abyecto y abyección siempre las relaciono con el poder, no importa quién gobierne ni quién sea el mandado. Son trazas anárquicas, reflejos de lecturas infantiles, ceremonias de la sinrazón, rebeldías frustradas, pero tiene lógica que ocurra. La historia está llena de crueldades, ni la Biblia ni la mitología las evaden. Quizás el cine y su sabihonda hermanastra, la televisión, han despojado la abyección de su esencial vileza, mucho más los dibujos animados; de ahí que la crueldad no escandalice tanto como se podría esperar, a menos que la sangre esté caliente y el olor a cadáver, a muerto, haya invadido el ambiente y se resista a desvanecerse.

El siglo XX fue el peor siglo de la historia de la humanidad, el más cruel y corrosivo de la raza humana. La centuria de los totalitarismos, de las guerras mundiales, de los hornos de cremación y de los gulags, de las hambrunas y los fusilamientos, de las ideas equivocadas en el nombre de la razón y hasta del progreso, aunque no fueron ellos los que inventaron la penicilina ni mandaron el hombre a la Luna.

Los optimistas repiten que debió morirse Juan Vicente Gómez para que Venezuela entrara en el siglo de las revoluciones ideológicas. Descartan que, salvo las dictaduras del mismo Gómez y de Marcos Pérez Jiménez, las intentonas militares, la infantil desfachatez del MIR y el PCV, y crímenes de la guerrilla izquierdista auspiciados por Cuba en los años sesenta, desde 1904 fue un tiempo de paz, sin guerras prolongadas, en el cual ocurrió el cambio más trascendental de la sociedad: el voto universal y directo, la incorporación de la mujer a la ciudadanía.

Ni con el carupanazo ni con el porteñazo, las insurrecciones más violentas contra la democracia representativa, los totalitarios lograron desbaratar las elecciones como el método de cambiar de gobierno ni de despojar a la mitad de la población, el poder femenino, del derecho de votar. Tampoco las defenestraciones ocurridas después de las dos intentonas de 1992 pudieron quitarles a los venezolanos el principio de la representación de las minorías, que tanto lo usaron los que no creían en la vía electoral.

Fue en el siglo XXI cuando la palabra abyección empezó a reflejarse más en la realidad, en los discursos y declaraciones oficiales. La vileza, al igual que todos sus sinónimos y en todas sus acepciones, cayó sobre el venezolano como un chubasco que fue arreciando hasta que se convirtió en una tormenta, un deslave. De Gómez conocíamos los cuentos de La Rotunda y los grillos de setenta libras; del Castillo de Puerto Cabello, las iniquidades y maltratos, pero sobre todo el episodio de los dos jóvenes militares que fueron colgados de las bolas por haber sido descubiertos en una conspiración contra el Benemérito. De los tiempos de Pérez Jiménez hay cuentos y leyendas de Pedro Estrada y sus torturadores y asesinos con Miguel Silvio Sanz al frente, pero, sin duda, el proceso civilizatorio avanzaba, los caudillos regionales se extinguían como un mal recuerdo. Ay, Maisanta.

Después de la enorme trampa que fue el revocatorio de 2004, Venezuela entró en el siglo XX, la centena de los totalitarismos. Tardó 104 años, y hubiera durado más si alguien en 1999 hubiese impedido el juramento sobre la falsamente moribunda Constitución de 1961. Fue un latrocinio, una entrega cobarde de la dirigencia política al único reducto totalitario de la región, que atrasado, hambriento y aislado recibió un salvavidas del Estado que había tratado de sojuzgar a sangre y fuego. En menos de dos décadas la abyección se ha expandido a todos los vericuetos e intersticios, la crueldad y el cinismo, la mentira y la corrupción han acompañado un ejercicio sólido y permanente de destrucción institucional y moral. Han usado todos los venenos, todas las argucias, y todavía no han vencido, pero la furia y la abyección con la que matan indican que se les ha estrechado el cerco, que se aproxima el amanecer. Cedo tablas de la ley.


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