Dos meses de protestas. Sesenta días de enfrentamientos y represiones. Opositores y oficialistas. Los primeros, reclamando; los segundos, aplaudiendo. Gobierno y MUD. Protestantes desarmados contra hampones que se dicen llamar la Guardia del Pueblo. Venezuela dividida entre los partidarios de dos posturas políticas antagónicas. La lucha por la democracia o el espaldarazo al totalitarismo. Dos realidades que pugnan para imponerse. Dos puntos de vista. Dos “países” enfrentados en un mismo territorio. Polarización.

Y de pronto, en medio de estas cavilaciones, recuerdo el muro de Berlín. Uno de los casos más famosos de la historia, aunque no el único. ¡Alemania!: una nación dividida como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y del poderío de la extinta Unión Soviética, que generaron la fragmentación del mundo en dos bloques, afectando la soberanía de los Estados durante el tiempo que duró la Guerra Fría. Así surgieron los pro-occidentales capitalistas y los pro-soviéticos comunistas. De allí las dos Alemania: la República Federal Alemana, con un modelo político más democrático, creyente en la economía de mercado; y la República Democrática de Alemania, con capital en Berlín oriental, un estado marxista con una autonomía y soberanía muy discutibles, dependiente de la URSS.

Como sabemos, el modelo soviético fracasó, porque eso es lo que ocurre cuando se pretende imponer la igualdad en un mundo donde reinan las diferencias. Y solamente con la agonía y caída del régimen soviético fue posible, primero la caída del Muro de Berlín y, segundo, la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990.

Las divisiones son, sin duda, el producto de las diferencias ideológicas. El enfrentamiento entre maneras de pensar que desembocan en guerras civiles, y separan a un mismo territorio en dos. También le pasó a Corea: una península hoy fraccionada en Corea del Norte y Corea del Sur. Le pasó a Irlanda: Irlanda del Norte y República de Irlanda. Ocurrió en China, en Chipre, en Vietnam y Yemen. ¿Es posible que ocurra en Venezuela? ¿Podríamos llegar a ser dos Venezuela? ¿Vene y Zuela; por ejemplo? ¿Será que la solución a este conflicto es que piquemos a Venezuela en dos –no necesariamente en partes iguales– y confinemos a Maduro –y a sus secuaces– en una porción del país donde, “voluntariamente”, se quedarán los que creen en este proceso revolucionario que sólo ha traído –a mi juicio, y al de una inmensa mayoría de compatriotas– muerte, pobreza y destrucción? Actualmente enfrentamos dos realidades completamente opuestas: el país que viven los chavistas y el que padecemos el resto de los venezolanos. Así que esta fractura, no sería más que la consagración de lo que ya ocurre.

En su porción, Maduro y sus cómplices actuarían a sus anchas. Incluso, Nicolás podría remedar aún más a Kin Jong-un y darles a los pobladores de su nación, la ración de patria y miseria que hoy en día pretende imponernos en Venezuela entera. Porque en su territorio, supongo, habitarían sin objeciones los oficialistas, los esbirros, los colectivos, los narcoterroristas y los seguidores de la ideología chavista; esos que hoy disparan y arremeten contra los venezolanos que nos oponemos a un régimen totalitario, comunista y absolutista. En su porción, Nicolás, Diosdado y El Aissami; entre otros, podrían imponer su constituyente. Cambiar la Constitución, sin consultarle a nadie, cuantas veces les venga en gana. Nadie les objetaría que se turnen entre ellos el ejercicio del poder. Aplicarían su modelo comunista sin que les refuten y disfrutarían de esa República Bolivariana de Venezuela en donde la voluntad del pueblo no existe y las instituciones del Estado no son más que un escenario de cartón, con títeres ocupando los cargos. Donde la pobreza es proporcional a la gordura del tirano. Y en la que la bandera luce 8 estrellas; el escudo, un caballo que galopa a la izquierda y en todas las esquinas, como quien vigila lo que teme perder, los ojitos del difunto predecesor de toda esta tragedia.

La otra Venezuela, sería la democrática. Venezuela, como nos gusta recordarla a quienes crecimos en democracia; una democracia que no era perfecta, pero en la que gozábamos de libertad, ejercíamos el voto cuando correspondía y sabíamos lo que era la alternancia en el poder. En nuestra porción de Venezuela, tendríamos la responsabilidad ciudadana de reconstruir el país productivo, soberano y desarrollado que, sabemos, podemos tener. Aprendimos lecciones, y algunas de esas lecciones se pagaron con sangre y mucho dolor. Por eso nuestro compromiso sería mayor. Para honrar a quienes dejaron la vida en esta nueva batalla por la libertad.

En nuestra porción de país la transparencia sería un requisito; el respeto a las leyes, una actitud; la independencia de los Poderes, una obligación; así como la despolitización de las instituciones, el respeto a los principios, el saneamiento de las consciencias, el rescate de la ciudadanía, el desarrollo de nuevas fuentes de ingresos para la Nación, una prioridad. En nuestra porción de Venezuela, la educación sería la vía para el progreso. Pero, sobre todo; en nuestra porción de país, los ciudadanos estaríamos conscientes de no regresar a los esquemas del pasado que tanto daño le han hecho a nuestra Venezuela.

¿Será la división del país la salida a este conflicto? No lo sé; pero, les aseguro que, de ocurrir, los que se queden en lado gobernado por Nicolás no tardarían en buscar la manera de saltar la talanquera.


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