En Neanderthal, Alemania, hay un valle y en ese valle se descubrió que hace miles de años estuvo allí el hombre. Los antropólogos descifraron los enigmas que se escondían en un esqueleto y al reconstruir el cuerpo del hombre que vivió en ellos conocieron su edad. Con seguridad, es el primer hombre que apareció de pie sobre la tierra. Lo llamaron el hombre del Neanderthal.

Medía un 1,60 de estatura, era prognato y de hombros muy anchos. La gente de mi generación lo habría llamado Trucutú, el nombre de un ser primitivo, cavernario de hace millares de años que protagonizó una comiquita muy popular. Con Neanderthal apareció Cromagnón, francés, igualmente primitivo pero más joven y de cráneo más parecido al mío.

Vladimir Nabokov mencionó el valle Neanderthal cuando explicó a los estudiantes de la Universidad de Cornelll cómo nació la literatura. “La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle Neanderthal gritando ‘el lobo, el lobo’ con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando ‘el lobo, el lobo’ sin que le persiguiera ningún lobo. El que el pobre chaval acabara siendo devorado por un animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Ese término medio, ese prisma, es el arte de la literatura”.

El valle del Neanderthal está cerca de Düsseldorf y fue allí donde se encontraron en 1856 los primeros restos esqueléticos de esa especie humana (el homo neanderthalensis), que se extinguió hace 50.000 años. Su capacidad craneana era más o menos similar a la del Homo Sapiens pero caminaba un poco inclinado hacia adelante en una posición que no llegaba a ser completamente erecta.

Pero los antropólogos desconocen que en las cercanías no de Düsseldorf, sino de mi casa caraqueña vive el hombre del Neanderthal. ¡No se ha extinguido! Vive en el bolivariano país venezolano. Lo veo muy a menudo cuando sale de su casa a dar un paseo. No camina inclinado hacia adelante sino erecto como yo y viste de Armani, corbata de seda italiana y zapatos que deben costar 300 dólares.

En la urbanización se dice que está enchufado en el régimen militar y que es un narcotraficante mafioso que, sin mirar a nadie, desdeñoso, sube a su automóvil blindado. 

Me dicen que es abogado, hosco, rudo y patán en sus relaciones con la gente. Maltrata a la esposa o a la mujer con quien cohabita y aplaude las destempladas necedades de Platanote. Quienes lo frecuentan son como él: fascistas de izquierda, es decir, gente de derecha admiradora ferviente de Stalin y de Fidel Castro. Y por la ventana de su casa se ven afiches de Hugo Chávez y del Che Guevara. Si es abogado, como dicen, es porque pasó por una universidad, pero es evidente que la universidad no hizo ningún esfuerzo por mejorarlo, es decir, por aliviarle un poco la pesada carga neanderthaliense.

La presencia, entre nosotros, del hombre del Neanderthal significa que el país venezolano marcha a destiempo y no logra ajustarse a los resplandores de la democracia. Basta merodear por el interior para constatar el deterioro de las ciudades y las costosas obras paralizadas porque el dinero al desvanecerse aparece en Andorra o en cualquier otro nuevo paraíso financiero: un tren hacia Valencia, otro hacia Guarenas; una vía inacabada que cruza La Urbina, en Caracas, y es muy triste la mirada que no te mira sino que curiosea la compra del supermercado. ¡No es el valle de Caracas! Es el valle del Neanderthal donde hace 50.000 años los expertos aseguran que se extinguió una especie humana sin percatarse de que ha renacido en el país venezolano. Un nuevo hombre primitivo, militar, que se alimenta con gula, trafica estupefacientes, es mal político y administrador y organiza grupos agresivos y guardias nacionales que eliminan a quienes se activan civilmente.

El país pudo haber seguido orientando sus pasos por el imperfecto camino democrático con fallas de borde y tramos que necesitan ser reparados, pero es un camino mucho más transitable que el del ominoso régimen militar que, al apoyarse en el narcotráfico, contribuye a cimentar un atraso social, político y cultural que arroja a todo el país al abismo del valle del Neanderthal y como en una película de Hollywood, vemos cómo el Homo Sapiens recorre, aturdido, el valle de Caracas antes lleno de sol, pero transformado ahora en un valle de suplicios y oscuros rencores.

El fundido cinematográfico hace que afligido, humillado, rebuscando algo de comer en la basura y dispuesto a emprender la penosa aventura de la diáspora, el Homo Sapiens se desvanezca lentamente para dar paso al Homo Neanderthalensis vestido con trajes de marca, pero con cuerpo y mente de gorila, armado, brutal, tiránico y amenazador consolidando en el valle civil y democrático una nueva versión del Planeta de los simios.

El fundido, explica Román Gubern, se emplea como elemento de transición entre dos planos que deben separarse por pertenecer a otra etapa o época distinta dentro del desarrollo argumental. Logra que la democracia se esfume y se convierta en tiranía; que el Homo Sapiens se esfume, mude de valle o termine aplastado por Trucutú.

Pero detrás de las siniestras montañas neanderthalensis y con la ayuda de otros valles donde vive gente civil, logra verse un resplandor que, al parecer, atemoriza a los hombres del Neanderthal: ¡en el valle del Homo Sapiens ha comenzado a crecer la esperanza!


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