La palabra diáspora, lamentablemente de moda en la Venezuela de hoy, se refiere a un gran número de personas de algún determinado grupo nacional, racial, religioso, etc., que por razones casi siempre ajenas a su voluntad han debido abandonar su sitio de residencia habitual para dispersarse por el mundo. Tal es el caso emblemático del pueblo judío después de la destrucción del Segundo Templo por los romanos en el año 70 d.C., de los armenios después de la matazón perpetrada por los turcos en 1915, los palestinos a consecuencia del conflicto originado con la fundación del Estado de Israel, los cubanos después de 1959,  los sirios de hoy en día y –obvio– los 4 millones o más de venezolanos que en los últimos años han tenido que abandonar nuestra Tierra de Gracia para establecerse en todas las latitudes del planeta conduciendo a separaciones familiares y en muchos casos crisis en los lugares de acogida que –con la mejor buena voluntad inicial– reciben  con generosidad a nuestros connacionales y, posteriormente, deben asumir importantes costos económicos, sociales y políticos cuando el volumen de gente se sale de madre.

Ese inmenso grupo de emigrantes no puede sino reflejar también la constitución de nuestra propia sociedad en lo interno, donde hay gente buena y mala, con distintos niveles de educación y preparación, etc. Los venezolanos sabemos mucho y bien de esto por cuanto por muchas décadas fuimos destino de acogida de tantísima y variada gente que llegó a nuestra patria, incluido el suscrito.

La diáspora venezolana de hoy introduce distintos temas de reflexión entre los cuales no debe ignorarse el político/electoral reflejado en el millonario número de electores que, según se desarrolle el proceso, deberían ser incorporados a un nuevo REP (Registro Electoral Permanente) elaborado con el máximo de inclusión y con todas las garantías. Otro aspecto será el de restituir y poner al día la emisión de pasaportes, prórrogas y demás trámites consulares cuya suspensión viene dejando a nuestros connacionales en un limbo jurídico y un estado de indefensión en materia de estatus migratorio.

Otra reflexión que no debe obviarse es la cuantificación de los recursos humanos calificados cuya formación ha consumido ingentes recursos de las arcas públicas o de los hogares privados y que hoy ese activo es aprovechado en otras jurisdicciones a cero costo de inversión dejando vacantes puestos gerenciales, científicos, docentes, artísticos etc. con una expectativa incierta de que esa gente quiera regresar una vez que hayan reorganizado su vida en el exterior, sea cual fuere el incentivo que se les pudiera ofrecer.

En Estados Unidos, por ejemplo, la llegada de nuestros connacionales debe pasar el filtro bastante severo de la obtención de una visa y la adquisición de un pasaje aéreo cuyo costo no está al alcance de todo el mundo. El resultado es que en la nación norteamericana la composición del núcleo humano venezolano exhibe un alto número de profesionales, científicos, empresarios, artesanos que con suerte diversa han ido integrándose en la sociedad local donde, en general, sus servicios son altamente apreciados. Entendemos que en otros destinos deben experimentarse situaciones equivalentes.

Es precisamente en la nación norteamericana donde hemos podido constatar de primera mano el inventario de connacionales altísimamente calificados, muchos de los cuales exhiben gran interés en poner sus conocimientos y habilidades al servicio del proceso de reconstrucción nacional que ya luce como inminente. Esa gente está poniendo su entusiasmo y energía enfocados en el deseo de brindar el concurso de su preparación en forma organizada. En Miami y Houston, donde el número de venezolanos se cuenta en centenas de miles, además de otras grandes ciudades como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Washington, etc. se han ido constituyendo grupos cuyo principal objetivo es el de generar y coordinar los planes de cooperación que se puedan ofrecer al gobierno de transición o al que en su momento surja después de un proceso electoral libre y transparente.

Nos consta la existencia de grupos de altísima calificación en la materia petrolera, eléctrica, diplomática, científica etc. que llevan ya meses trabajando en planes que se puedan ofrecer siempre dejando en claro que la conducción de la nueva Venezuela ha de quedar en manos de quienes han permanecido al pie del cañón animando los cambios políticos, sufriendo los embates de la dictadura y gestionando el apoyo internacional que viene siendo el que, en definitiva, está desplazando el fiel de la balanza.

No se trata de descubrir el agua tibia ni de aspirar a ocupar los lugares de dirección en el proceso de reorganización nacional sino de ayudar a empujar en la misma dirección que se defina desde el interior. Es bueno que ello quede claro porque en otras experiencias históricas (los cubanos por ejemplo) se llegó a desarrollar una competencia entre “los de adentro” con “los de afuera” cuando el factor de unión es y debió ser siempre el amor a la patria y el deseo de dar una mano en las horas más oscuras y las del amanecer.

Son muchas las áreas en que esa cooperación pueda fructificar, incluyendo la de la recomposición de los partidos políticos. Sin embargo, en esta etapa de la lucha quien escribe opina que la partidización del esfuerzo solo puede contribuir a debilitarlo. Lamentablemente algunas señales y actitudes sugieren que no estamos inmunes a esa tentación tan humana como necesaria,  pero que debiera diferirse para etapas futuras.


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