A decir verdad, yo no sé si esto de que hemos entrado en la era de posverdad es verdad. Tan solo porque desde el nacimiento de la especie andamos enredados en mentiras. Esa comedia de equivocaciones de Adán y Eva es nuestra condena originaria. Lo que sí debe ser cierto es que ahora hay más mentirosos que nunca, porque miles de millones pueden decir lo suyo por las llamadas redes, hasta profesionalmente, y por el expansivo poder de los medios. Porque despropósitos grandotes como el brexit, Trump, Putin o Bolsonaro, entre inagotables ejemplos, siempre los hubo. Y, probablemente, seguirá habiéndolos hasta el Juicio Final.

Metidos entonces en esta tormenta de información, la hay muy buena también, la orientación de cada quien es muy dificultosa. Yo quisiera solo hablar de un fenómeno casero y limitado, que se puede ubicar en ese campo. Y es la equivocidad de una palabra de amplio y sonoro uso opositor que pronunciada por unos u otros, y los mismos en disímiles circunstancias, significan cosas muy diversas y hasta contradictorias.

La de diálogo es la cosa. En la boca de algunos opositores, algunas veces, implica la blandenguería cómplice, el colaboracionismo con la dictadura, y, claro, zapateros… traición en última instancia. En el lado opuesto puede significar madurez y sensatez políticas, vocación de paz y reconciliación, emulación de gloriosos guerreros vietnamitas, centroamericanos, chilenos y una larga lista de patriotas. Hasta aquí una contradicción simple.

Pero es que resulta que los antidialoguistas pueden tranquilamente decir, en ciertas ocasiones, que son conscientes de que el diálogo (o sus sustitutos para ni nombrarlo: transacción, acuerdo, negociación…) sí, por supuesto, es el final más lógico. Pero a su manera, no la de la entrega al enemigo, no el de Santo Domingo, que de alguna manera aprobaron, de paso, al menos con su silencio. Y los dialoguistas habituales a menudo pueden ser enfáticos al negarse a no caer en ominosas trampas conversacionales; por ejemplo, la AN y Juan Pablo Guanipa se acaban de negar rotundamente a dialogar con un gobierno tan letal. Hay que anotar que el ritmo con que se baila depende mucho del contexto internacional que, a fortiori, tiene que hablar formalmente siempre de diálogo, reglas internacionales obligan, pero que sin formalismo hablan en los contradictorios sentidos apuntados, salir de Maduro o hablar con Maduro para que se vaya.

A mí me parece particularmente apasionante la reciente posición sobre la España del PSOE. Confieso que no sé bien a qué atenerme. Claro, hay los bolsorianos del teclado que olvidan que el PSOE es el partido que en lo fundamental parió la España democrática y próspera de hoy y no un émulo de Pol Pot, lacayo de Podemos y trinchera de zapateros. Pero es verdad que Borrel dice con otro tono, que Rodríguez Zapatero es un ex vicepresidente del partido y que hay deslices en los términos de la nueva postura formulada en el idiolecto diplomático; a veces con metidas de pata como la del embajador local que acaba de decir, más impropiamente de lo debido, que el gobierno madurista ha hecho esfuerzos loables por dialogar y Rodríguez Zapatero por liberar presos políticos. O el mismo Borrel, que reclamó diplomáticamente que Almagro le dijera estúpido al ex presidente, cuando es una obviedad. Pero al fin y al cabo Borrel ha terminado por decir que su posición es la de por todos bien querida Mogherini y la Unión Europea que, además de sancionadores, van a nombrar una especie de grupo para el diálogo, es decir, que hay para todos.

Total que, salvo los pocos que osan dar vivas a la invasión y los más numerosos que apuestan por los golpes, aunque muchos inhibidos desean lo uno y/o lo otro, los demás andamos indecisos sobre si se debe ser dialoguista, incluso si se dan las debidas condiciones. Y estas son, al menos: que a Rodríguez Zapatero no se le deje entrar ni siquiera al país elegido para el evento; que no sea en República Dominicana, demostradamente pavosa para estos asuntos, y que le pidamos a Maduro que se vaya al diablo con su séquito, a cambio de que nos hagamos los desentendidos, por un rato, mientras se resguardan de sus imperdonables pecados. Dudamos cartesianamente.


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