Tanto la urbanidad como el civismo son aspectos que deberían estar presentes en las familias, en las escuelas, en las organizaciones, es decir, en todos los niveles de la sociedad.

A pesar de que cada término se refiere a conceptos diferentes, están muy relacionados, pues abordan ese comportamiento socialmente adecuado que identifica a las personas educadas, cordiales, a quienes se les considera buenos ciudadanos. Esas que cumplen las normas de cortesía y de amabilidad.

Estos individuos saludan cuando se encuentran con un vecino, evitan gritar o hablar demasiado alto en lugares públicos, tienen consideración hacia la personalidad de los otros, así como en lo que se refiere a sus opiniones o costumbres, tratando de no demostrar nunca una actitud despectiva.

En este sentido, es necesario contrarrestar conductas dañinas de personas que actúan fuera de ciertos límites, lanzan basura en áreas comunes, no respetan las señales de tránsito, no ceden el paso y destruyen los espacios públicos.

Es vital, además de contrarrestar estos comportamientos inadecuados, fomentar aquellos que sí responden al civismo, como, por ejemplo, escuchar con atención a los demás cuando hablan, no interrumpir una conversación, demostrar consideración a los mayores, entre otros.

También, cabe destacar la importancia de decir “por favor”, “gracias”, así como guardar la adecuada compostura no solo en la forma de hablar, sino, además, en la presencia personal y en el vestir, pues esto demuestra respeto a los demás y hacia los sitios donde los individuos interactúan.

Otra forma de manifestar civismo es cuidando los lugares que están pensados para el disfrute de todos, como las zonas verdes, parques, jardines, plazas, etc. Lamentablemente, muchas personas no entienden que rayar paredes o dañar espacios públicos representa no respetar el derecho de los demás a convivir en un entorno agradable.

Se debe destacar que la urbanidad exige un esfuerzo por atacar lo negativo para contribuir al civismo, haciendo de este comportamiento un hábito permanente, minimizando la grosería y reforzando la caballerosidad, la amabilidad y la cortesía.

Hace falta rescatar estos valores que se han perdido, a los cuales se les ha restado relevancia, pero que son tan necesarios para lograr la armonía donde todos los ciudadanos respeten a los demás para que, a su vez, generen consideración para sí mismos.

Es cierto que existen normas, obligaciones, prohibiciones establecidas que a los ciudadanos se les exige acatar para lograr esa urbanidad y civismo al cual se aspira, pero, sin duda, este comportamiento adecuado que debe ser una actitud de todos caracteriza a las sociedades civilizadas.


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