I

Entre las tantas discusiones que mantuve con mi querido amigo Ramón Hernández mientras hacíamos el periódico está la del uso de la palabra “nivel”. ¿Cómo no seguir las indicaciones de Ramón a la hora de usar correctamente las palabras? Él es un enamorado del idioma español y lo defiende a capa y espada. Le gusta enseñar, le gusta aprender (quizás lo más importante).

Él insistía en que “nivel” solo debe aplicarse cuando se habla de líquidos: el nivel del mar, el nivel del agua. Y que nunca puede usarse para otro tipo de cosas, como los niveles de gobierno. Aquella vez le discutí. Lo hacemos con frecuencia, y básicamente porque yo pierdo los estribos cuando se trata de imposiciones; mi papá es el culpable de eso, me dijo que jamás aceptara un no sin argumento, y por más que Ramón me argumentaba sobre la palabra, yo insistí. Tenía mis razones.

Resulta que el lenguaje no es estático, no es una materia aislada, no es un aparato de relojería que trabaja intramuros. El lenguaje se nutre constantemente de otras disciplinas. Ramón, más que nadie, sabe eso. Le expliqué que cuando en Ciencias Políticas se habla de niveles de gobierno es porque hay varios tipos de gobierno y la clasificación depende básicamente de la cercanía que tengan con los votantes y de hasta dónde llega su poder.

Así, el nivel de gobierno local es el municipal, el regional es el de estado o provincia, y el nacional es el de todo el país.

II

Ya no estamos como para seguir con la discusión de por qué los maduchavistas se hicieron con todas las alcaldías. Mucho menos para seguirles dando leña a los dirigentes opositores para que expíen sus culpas achacándoselas a los que no votaron. Ellos sabrán si entienden el mensaje que tanto el gobierno como la gente llana les está mandando.

Lo que es evidente es el divorcio entre el nivel superior opositor, esos que se llaman líderes, y el nivel inferior de los opositores que, como la base de una pirámide, es más ancha. Si no son capaces de capitalizar el descontento, de entender sus raíces, seguirán a la deriva… hacia República Dominicana.

El gobierno local recientemente electo en este lado de la ciudad capital en donde vivo poco podrá hacer para resolverme los problemas que como vecina tengo. Pero eso no es nuevo, no me pueden decir que se acaban de enterar. Porque cualquiera que sabe cómo funciona un municipio bajo esta era chavista entiende que todo pasa por las manos del gobierno nacional.

De aquella descentralización que comenzó en 1989 con la elección de los primeros alcaldes en todo el territorio venezolano no queda nada. Curiosamente fue un 3 de diciembre y el presidente constitucional de Venezuela era Carlos Andrés Pérez. Aquello representó todo un avance y una promesa de progreso, pues se esperaba que los municipios pudieran crecer con ritmo propio, de acuerdo con sus especificidades y sin depender enteramente del nivel más alto de gobierno.

III

Tampoco me vengan a decir que están sorprendidos con el discurso de okupa de Miraflores. Que después de juramentarse ante la asamblea nacional constituyente (por capricho mío, en minúsculas, Ramón), tendrán que reunirse en el despacho presidencial con el señor, que tiene la idea de hacer “un solo gobierno” en los 335 municipios del país. Es decir, lo que quedaba de autonomía ya no existe, en parte porque todos los alcaldes son del mismo color, en parte porque no hay más remedio, el Ejecutivo es el que maneja los reales.

Perdonen, pero eso también se sabía.

¿Y el problema del racionamiento criminal de agua o de electricidad a quién le toca resolverlo? No es al alcalde, estimado lector, eso es asunto de un nivel superior de gobierno. ¿El gobernador? No, señor. Dependen de aquella gente que dice que gobierna el país entero.

Por eso siempre percibí como una sarta de exageradas mentiras todas las promesas electorales de los últimos dos comicios. Hubiera votado por el que simplemente me hubiera dicho: “No puedo solucionarte el problema del agua, pero desde mi despacho haré una oposición feroz y valiente”. Eso no ocurrió, prefirieron vernos la cara de embelesados bailadores de bachata.

Yo quiero un presidente de Hidrocapital de esos que yo entrevistaba en la democracia, que me enseñaban cosas con cada declaración, que garantizaban el suministro durante la sequía y que se ocupaban del mantenimiento.

Quiero un presidente de Corpoelec que deje de ver iguanas o araguatos entre los cables y asuma que lo más importante es tener personal bien pagado y capacitado que haga su trabajo para asegurar que la electricidad del Guri fluya por toda la geografía.

¿Y quién nombra a esos dos funcionarios? ¿El alcalde? ¿El gobernador?

Entonces ya sabemos el nivel de gobierno que debemos renovar de inmediato.


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