Yo quisiera que me dijeran quién es mejor en la oposición venezolana que los dirigentes actuales. Me gustaría que me lo presentaran. Sí, nuestros dirigentes democráticos venezolanos tienen fallas y han cometido errores a veces muy graves, por empeñarse en el inmediatismo y la improvisación antes que en la elaboración de una estrategia común a corto, mediano y largo plazo. Pero búsquenme uno mejor. ¿Dónde está?

Desde que Chávez asumió el poder, surgieron varias camadas de dirigentes. La primera pudiera estar representada por Leopoldo López y Henrique Capriles, a la cual se suman luego María Corina Machado y Delsa Solórzano. La segunda camada es la de los estudiantes que encabezaron las protestas contra el cierre de RCTV, de donde salió Freddy Guevara. La última pudiera estar representada por Juan Requesens y Miguel Pizarro, más jóvenes aún.

María Corina ya tiene 50 años, pero es una dirigente nueva. Se convirtió en líder política empujada por Chávez, que no aceptaba como independiente a una organización eminentemente electoral como la que ella presidía, Súmate (así como no aceptó la existencia de medios de comunicación independientes). Quien lo criticara era su enemigo. Por lo tanto, María Corina (como los medios), al defender valores democráticos y la libertad, se convirtió obligadamente en adversaria de Chávez y de su régimen.

López y Capriles tienen 46 y 45 años. Es decir, cuando Chávez llegó al poder tenían 28 y 27 años. Y casi ninguna experiencia en política. Guevara tiene 30 años, y Requesens y Pizarro todavía no pisan los 30.

El problema no es la edad. Más bien es la escuela. Betancourt, Villalba y Caldera, los fundadores de la democracia representativa en Venezuela, empezaron jóvenes en política, pero de 1928, que fue cuando comenzaron los 2 primeros en sus lides, a 1958, que fue cuando cayó Pérez Jiménez, pasaron 30 años. El desarrollo político de los fundadores de la democracia venezolana caminó junto con el desarrollo y la evolución del país. Betancourt, Villalba y Caldera se formaron en la capital de un país esencialmente agrícola y rural. Cuando llegaron al poder, Venezuela era el primer productor y primer exportador de petróleo del mundo.

No todo fue color de rosa en el desarrollo de la democracia moderna venezolana. Muchos de sus dirigentes se curtieron como tales en diferentes épocas. En las presidencias de Betancourt y Leoni hubo dos serios intentos de golpes de Estado y una insurrección armada de varios años de lucha guerrillera. Hasta hubo un intento de asesinato contra Rómulo Betancourt. Los líderes de la izquierda, del centro y de la derecha vivieron momentos que exigieron solidez de principios y claridad de rumbo. La guerrilla fue derrotada militar y políticamente y se pasó a una etapa más estable, ya con Caldera de presidente, con la política de pacificación y la legalización del Partido Comunista. Se hablaba de la Juventud Revolucionaria Copeyana, de la Juventud Comunista y de la Juventud de Acción Democrática, activas en los liceos y en las universidades, especialmente las dos primeras.

Con Carlos Andrés Pérez, en los años setenta, se llegó a una nueva etapa en la vida democrática venezolana, caracterizada por un súbito y quizás hasta desmesurado enriquecimiento del país, debido a los altos precios del petróleo generados por el embargo petrolero árabe de esos años, la inestabilidad del Oriente Medio y la disciplina de la OPEP.

El dinero dio para muchas cosas, como para contentar a las transnacionales afectadas por las nacionalizaciones de las industrias del petróleo y del hierro; para inventar planes faraónicos en Guayana; para becar a miles de jóvenes para que se formaran en las mejores universidades del mundo, y para crear nuevos grupos empresariales que iban a competir con los ricos tradicionales. La abundancia también facilitó corruptelas en la administración del Estado que se prolongaron hasta los gobiernos de Luis Herrera y de Jaime Lusinchi, produciéndose con Herrera la primera gran devaluación histórica del bolívar frente al dólar, que se conoció como el Viernes Negro (años ochenta), y acentuándose con Lusinchi las distorsiones económico-sociales que desembocaron en el Caracazo de los dos primeros meses del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989).

Toda esta historia es harto conocida para quienes ya formamos parte de la tercera edad (aunque nos resistamos a ello). Pero no lo es tanto, o al menos no lo vivieron con la misma intensidad las de generaciones posteriores.

La política siguió después muy movida. Bajo el gobierno de Luis Herrera se intentó por primera vez enjuiciar al ya ex presidente Carlos Andrés Pérez, por la supuesta compra con sobreprecio del buque Sierra Nevada, hecha por la Corporación Venezolana de Fomento. La administración de Herrera también le confiscó el Banco de los Trabajadores a la entonces poderosa CTV, en un intento por debilitar a esta organización sindical dominada por Acción Democrática. Los líderes jóvenes que crecieron bajo el ala de Caldera en su primer gobierno, como Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz, encabezaron luego la arremetida contra Pérez en el Congreso de la República. Las diferencias internas de AD entre el fundador del partido, Rómulo Betancourt, y uno de sus más aventajados discípulos, Carlos Andrés Pérez, generaron facciones que se alineaban con uno u otro, de las cuales comenzaron a destacarse Henry Ramos Allup, del lado de la ortodoxia, quien se hizo diputado con el gobierno de Lusinchi, y Antonio Ledezma, del carlosandresismo, quien ingresó al Congreso en la misma época.

Así se fue llegando a la primera campaña electoral que ganó Hugo Chávez, cuando élites económicas y mediáticas ya habían desprestigiado suficientemente a los políticos y a los partidos tradicionales. El comandante candidato prometió freír en aceite a los adecos, y lo logró, en el sentido simbólico que esa promesa representaba, pues barrió con todo el viejo liderazgo de AD y Copei desde comienzos de su mandato. A la primera camada inexperta de la oposición le tocó enfrentar al avasallante líder carismático populista, que contó con tantos recursos económicos, que aun siendo ineficiente, consiguió sembrar la idea de que obraba en beneficio de los pobres. Chávez fue innovador tanto en la forma de ejercer el autoritarismo como en la de vender su izquierdismo marxistoide. Supo aparentar que lideraba un proceso democrático y a punta de una buena chequera, mantuvo una perdurable legitimidad externa, partiendo del ámbito latinoamericano.

Chávez se muere cuando coincidentemente los recursos económicos del país no dan para más, y el régimen lo hereda por un lado, un conjunto de mediocres que le hacía coro, conveniente para satisfacer al líder carismático, populista y autoritario que no admitía competencia, y por el otro, el de quienes lo aplaudían para obtener prebendas que van desde un alto sueldo en la administración pública que nunca conseguirían por méritos propios hasta el guiso milmillonario en dólares que permitió la falta de transparencia administrativa para poder complacer al jefe.

El nuevo liderazgo opositor venezolano se empeñó en enfrentar al régimen con la Constitución en la mano, poniendo por delante principios y valores democráticos, pero ahora luchando mayormente contra un grupo de pillos sin escrúpulos, de los cuales se han estado aprovechando potencias extranjeras que los han ayudado para satisfacer sus propios intereses económicos y hasta geopolíticos.

Hay que reconocer que los dirigentes democráticos actuales nunca la han tenido fácil, pero por eso mismo, la pelea y condición del adversario les exige hoy más que nunca un plan común, coherente y bien aceitado, donde incluso un acto como el aceptar la juramentación de los nuevos gobernadores ante la constituyente pueda entenderse como válido y legítimo, aun cuando se haya hecho ante un ente ilegítimo e inconstitucional. Un buen plan quizás pudo haber explicarlo todo. Al fin y al cabo, hace tiempo que la Constitución no existe, se murió, se acabó, c’est fini.

Ahora vienen las elecciones municipales y ya no se trata de ocupar espacios, sino de aprovechar los pocos que se ofrecen para derruir el supuesto Estado revolucionario, equivalente al antiguo deseo revolucionario de participar en el llamado Estado burgués, para derruirlo. Pero, naturalmente, una vez ganado algún espacio institucional, hay que saber qué hacer con él. Después de las municipales, el régimen va a pedir rapidito las elecciones nacionales. Julio Borges dice que la oposición no debe participar en nuevos comicios sin un nuevo CNE. Uno no entiende por qué la Asamblea Nacional que él preside no ha nombrado todavía los nuevos directivos en más de año y medio de funcionamiento.

Pareciera que nuestra dirigencia democrática no ha alcanzado todavía la madurez requerida para tomarse en serio al adversario, para que no la agarren desprevenida, para preparar bien sus acciones, para medir sus consecuencias. Se siente improvisada y ahí es donde hacen su agosto los dirigentes del teclado. Intentan llenar un vacío.


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