Transcurrieron casi 40 años con una restrictiva estrategia gubernamental destinada a controlar el crecimiento de la población en China. La política de «un solo hijo», introducida en 1979 y que terminó a inicios de 2016, dio mucho de qué hablar a escala planetaria y fue o bien aupada o bien criticada por los sociólogos en el mundo entero, hasta que el propio gobierno decidió que habían fenecido las razones para mantenerla en efecto y la sustituyeron por una política de «dos hijos» por familia.

Ello provocó igual número de apegos y desapegos tanto en China como en el resto del mundo. La restricción había desaparecido, mas no así los trámites de cada familia a fin de obtener el permiso oficial para incrementar su prole al doble sin ser forzados a abortar.

La planificación impuesta desde lo alto tenía una razón de ser. La población se había casi duplicado, de 540 a 940 millones entre 1950 y 1975. La nueva política de dos hijos que impera desde hace solo dos años y que tuvo una positiva e inmediata reacción de la población, tenía su inspiración primigenia en el deseo de atender otra cara del fenómeno poblacional: el de una inmensa colectividad que se estaba volviendo mayor en edad.

Pero el júbilo no duró demasiado. En el año 2016 los nacimientos se incrementaron y la mitad de ese aumento vino por el lado de parejas que ya tenían un hijo, pero el año pasado retrocedieron de nuevo 3,5%.

El problema tiene ahora que ver con el volumen de personas con que el país contará para acometer sus objetivos de expansión y crecimiento, pues la consecuencia de ambas políticas sumadas –la de uno y la de dos hijos– es que la masa laboral se ha estado reduciendo desde 2012 y se seguirá encogiendo hasta que a partir de 2030 se inicie una pendiente que los llevará a tener 80 millones de personas menos en edad productiva que cuando comenzó la política de 2 hijos. ¡Esto representa una cifra similar a la población entera de Alemania o el doble de la de Argentina!

El caso es que los chinos están pagando las consecuencias de una planificación equivocada o al menos desenfocada, también en cuanto al desbalance de los géneros. No se anticipó el envejecimiento, pero tampoco la pérdida de fertilidad por la inclinación cultural de la juventud a casarse más tarde. El caso es que, hoy por hoy, por cada mujer hay 1,5 hombres.

El problema ha pasado a mayores si el asunto se examina a la luz de las necesidades de un país que no solo debe expandir su provisión interna de bienes y servicios, sino para mantenerse a la cabeza del mundo sin perder el posicionamiento alcanzado en lo industrial. El objetivo de Xi Jinping de mantener las riendas del país a la vez que el poderío del Partido Comunista también es un tema que se debe observar y para ello es preciso equilibrar las cargas de lo poblacional.

En sano equilibrio de pensamiento, dejar al azar la evolución demográfica de un país que cuenta hoy con una quinta parte de los habitantes del planeta no parece tener sentido. Pero la incisiva eliminación de las libertades y derechos familiares e individuales en pos de los intereses políticos, tampoco. El gobierno está en el momento actual en el proceso de generar otra fórmula acorde con sus necesidades sin dejar de tomar en cuenta el rechazo que se profundiza entre la población en cuanto a la vulneración de sus derechos.   

Uno o dos hijos, o más de dos, o ninguno, dentro de una pareja china es y seguirá siendo un asunto de Estado.


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