María Margarita Galindo

En la actualidad, el conocimiento representa el ícono que determina el ritmo y la evolución de una sociedad; es posible observar en la historia cómo el mismo ha sido el motor de las revoluciones científicas y tecnológicas que han atravesado el mundo desde los vertiginosos cambios que originó la denominada “Revolución industrial” ocurrida en Inglaterra desde 1750 y extendida por toda Europa hasta medianos del siglo XIX.

En tal sentido, el desarrollo de las naciones está sujeto en gran parte a la capacidad de producción de conocimiento que se tenga; para ello hace falta que los actores responsables del diseño de políticas públicas planteen las mismas considerando la educación y sus elementos como un vértice vital para el desarrollo aspirado.

La realidad demuestra que aunque se reconozca la importancia del papel del conocimiento en nuestro desarrollo, hace falta un mayor empuje hacia la práctica de la ciencia, la innovación, la tecnología a través de la producción científica del conocimiento para lo cual se requiere priorizar inversión en sectores como el educativo, eje base del desarrollo de una nación. Particularmente, las naciones latinoamericanas tienen que dejar de ser simples receptoras de tecnologías para convertirse en productoras de las mismas a través de los avances en la producción del conocimiento.

Es evidente que el mundo evoluciona sobre el hombro de sociedades cada vez más exigentes en sus demandas de servicios y desarrollo científico-tecnológico, lo cual motiva el cambio y su trasformación –nótese el progreso de países como Corea del Sur, que de estar esencialmente dedicado a la agricultura hoy representa una de las naciones más sofisticadas y prósperas del mundo.

Progreso y desarrollo se han convertido en una necesidad para evitar la “involución” de la sociedad y las respuestas a estas exigencias están contenidas en la producción del conocimiento. Según lo expuesto, el progreso de un país está sujeto a dos vertientes: el Estado y las universidades. El Estado porque es el que diseña, planifica, formula e implementa las políticas públicas que van a permitir crear las líneas necesarias para promover y apoyar el desarrollo del país, y, por otro lado, las universidades porque son las instituciones que representan el principal centro de la producción del conocimiento, motor necesario para el desarrollo científico y tecnológico de una sociedad, siendo los docentes de este nivel actores claves que determinan la producción científica de estas instituciones.

La universidad debe tener una visión prospectiva que le permita vislumbrar escenarios futuros para el progreso del país, por tanto, debe plantear alternativas de desarrollo con fundamento científico que son posibles de alcanzar por medio de la investigación, razón por la cual la formulación de políticas públicas del sector universitario requiere ser revisada a partir de su diseño, siendo fundamental identificar que el logro de mejores condiciones de vida implica el planificar integralmente el proceso de formación investigativa donde se reconozca que el planteamiento de esas políticas públicas son una tarea amplia que aborda la deconstrucción tanto del conocimiento como de la estructura de sus contenidos y espacios académicos.

El progreso de un país está sujeto a dos vertientes: el Estado y las universidades. El Estado porque es quien diseña, planifica, formula e implementa las políticas públicas que van a permitir crear las líneas necesarias para promover y apoyar el desarrollo del país, y las universidades porque son las instituciones que representan el principal centro de la producción del conocimiento, motor necesario para el desarrollo científico y tecnológico de una sociedad, siendo los docentes de este nivel, actores claves que determinan la producción científica de estas instituciones.

La Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el Siglo XXI (1998), en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), señaló que la educación superior tiene un papel relevante para satisfacer las expectativas de una sociedad que exige desarrollo, de allí que su función estratégica está referida a transmitir, enriquecer y difundir el conocimiento que permita vislumbrar escenarios futuros para el progreso de las naciones, por tanto, debe plantear alternativas de desarrollo con fundamento científico, social, cultural y tecnológico.

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