Los abusos del poder prevarican el uso de la democracia cual manifestación de la acción para perseguir la gobernanza, e imponen la necesidad de recopilar la fuerza de los números para producir el cambio. Es lo que queda de las libertades conculcadas por el gobierno de la revolución bolivariana social comunista con la complicidad de una oposición evanescente y corrupta y que permite reconocer en la búsqueda de la “unidad” proclamada en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela el inicio de un proceso de institucionalización de la coalición de fuerzas que deberían tener la capacidad de confiar al futuro mandatario el contrato consensual por el cual aceptara de representarlas en la gobernación y gestión del Estado.

Considerada la heterogeneidad ideológica, programática, religiosa y culturales de los componentes (universidad, profesores y estudiantes, gremios, sociedad civil, partidos políticos tradicionales, perversamente no transparentes, pero ansiosos de recuperar un mínimo de credibilidad), no pensamos que con el “acta” celebrada y subscrita días después se haya recompuesto una “monocontextura de la dialéctica” que los distingue solo por tener como parámetro la proposición de sustituir el gobierno.

Los movimientos sociales pregonan nuevas capacidades políticas y de organización, y el ciudadano común, cual mandante, persigue su razón de ser en el potencial que de facto puede hacer, trascendiendo el paradigma impuesto a través de la polarización de la confrontación política, sin tomar en la debida consideración las necesidades reales. Nos encontramos frente al “sujeto encadenado: Estado y mercado en la genealogía del individuo social” que magistralmente Enzo del Bufalo ha analizado desde 1999, y que ahora debe enfrentar la trampa de la cripto-política cual milagro que trasciende los valores de la finanza y de la economía transformados en inputs electrónicos.

Por cierto, muchos aspectos de la vida económica y social deben ser estudiados, discutidos y acordados acerca de cómo solucionar la crisis estructural y de la pobreza en las cuales versa el país, ya que la dependencia de la ayuda humanitaria debe ser considerada como una condición de excepción en una situación general de emergencia, donde las ofertas constitucionales no se cumplen en función del proyecto político social comunista.

No obstante, existen muchas expresiones motivadas por aquel deseo enfermizo de dominación sin que sean dadas condiciones individuales y colectivas que cumplan con los requisitos históricos por los cuales, consciente o inconscientemente, se produce el rechazo de la lucha ciudadana que busca en la vocación de servicio un valor que ha sido ausente del ejercicio del poder, tanto del gobierno como de la oposición.

La búsqueda de una racionalidad para perseguir la eficiencia requerida no es una utopía: no existe si se desprende del materialismo, es decir, de la solución de los problemas reales, pero igualmente debe tener una justificación superior para la cual la moralidad y la ética otorgan causalidad al “deber ser”.

En el antropocentrismo de la posmodernidad el “ciudadano soberano” se concibe como expresión de una racionalidad que utiliza intermediarios (partidos políticos) para su relación con el Estado y no soporta más ser usado como medio de estos para sus finalidades oportunistas de poder que, en muchas circunstancias de la vida del país, se han transformado en diferentes formas de despotismo, asumiendo la conformación de dictadura en los gobiernos o de caudillismo en los partidos políticos.

Lamentablemente, el fraude al sistema democrático no se ha acabado con la proclamada “unidad”: al contrario, las fuerzas que creen en la libertad formal y sustancial de república se encuentran, ahora más que nunca, en la obligación de vigilar para que dentro de ellas, bajo varias y posibles estrategias y tácticas, no se resucite cualquier polarización ideológica para paralizarlas, conquistarlas y así entorpecer el proceso de resurgimiento de la identidad nacional que ha sido promovido.

En conclusión, se debe dejar abierta la afirmación de las ideas y la posibilidad de la acción para la afirmación del sistema democrático y de la Constitución de 1999, para que el proceso de recuperación del país tenga referencia en la teoría y en la praxis, en lo objetivo y lo subjetivo, en todo caso en la esperanza que fluye en la corriente continua y renovable del humanismo del hombre y su afirmación en la historia.


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