El anatema de moda en estos últimos días es «enemigo de la unidad». A manera de invocación sacrosanta nos la sueltan a quemarropa y mansalva cuando osamos cuestionar, así sea de leve manera, a la más que manifiesta incorpórea –e inepta– dirigencia opositora que nos ha tocado padecer en estos desoladores tiempos que vivimos. Una pléyade de vivarachos bien hablados y gestos ampulosos se ha dedicado a imponernos una estrambótica manera de conducir nuestros procesos sociopolíticos, y con no escasa arrogancia nos han exigido una sumisión de feudatarios.

A esta legión de «dirigentes» les ha acompañado una cofradía, aún más voluminosa, de acólitos que demandan rindamos pleitesía y obediencia perruna a los egregios iluminados. Y mientras tanto la vida se nos hace cada vez más angosta. El hambre se expande con velocidad meteórica, las medicinas desaparecen hasta dar paso franco a la muerte de ancianos y niños, nuestras mujeres paren en bancos de la maternidad, los heroicos soldados se dedican a reprimir salvajemente a la población civil que osa pedir sean honrados los derechos ciudadanos que les corresponden.  Es un rosario infinito de desgracias que aherrojan al país y a las que no se le ofrecen siquiera consuelo. Pero hay que acatar a una dirigencia francamente alcahueta en su falta de resolución ante el infierno que vivimos.

Hoy se les deshace la lengua ante la aprobación del juicio al bigote bailarín y salen a batir palmas y exigir encendamos incienso y ofrendemos oro y mirra a los diputados que valientemente cumplieron con su deber. ¿Acaso no fueron electos para eso? ¿Hasta cuándo hay que celebrar lo que tiene que ser absolutamente normal? ¿No llevan ya largo tiempo incumpliendo con lo que fue la razón principal de su elección como representantes del pueblo? ¿Acaso no lleva años la nación entera rogando, exigiendo, implorando, pidiendo de rodillas, que se tomen medidas concretas contra esa vergüenza impresentable que es el señor de marras?

El mesías de moda ahora es el señor Falcón. Tirios y troyanos, herejes y creyentes, verdes y amarillos, todos en mística conmoción tremolan sus dogmas unitarios más encendidos exigiendo unidad, mientras los diputados se convierten en versiones caribeñas de Las Chicas Superpoderosas por cumplir con sus deberes; tantos meses postergados en aras de un diálogo que por lo visto solo ayudó a ciertos negocios de varios de sus operadores. El ilustre Zapatero, entre otros, bien podría explicarlo. 

Mientras tanto y sin anestesia el injerto del profesor Jirafales y el señor Barriga sigue haciendo de las suyas, y se ríe a mandíbula suelta mientras ejerce un poder sádico en medio del cual baila y celebra. Que la unidad se haga nulidad no importa, debemos ser correctos…

© Alfredo Cedeño

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