Partidos opositores igual a los oficialistas han estado unidos para conversar, entusiastas y apasionados de unidad, pero nunca ejercerla. No es secreto, excepto para ingenuos.

Quizás Dios los iluminó, o más probable empiezan a cansarse de tanto mentir y fracasar, de nuevo levantan la manoseada bandera vieja y arrugada. Disponen de un dirigente viajador sin pasaporte conocido –aunque afirme que renunció–, en otro lado, la dirigencia conversa de analizar ¿el peso o la autoacción? del único de ellos que ha logrado no solo ser candidato presidencial, sino morderle la cola a Maduro. Los de más historia, el pequeño fanático de siempre y el otro disminuido a la nada.

¿Hay unidad en lo que sea es ahora chavismo?

Entre los militares es un hecho rutinario –casi normal– los arrestos a oficiales de diversos grados alegando que preparan alzamientos. Entre los seguidores de Chávez están los que afirman ser ejecutores de su herencia y denuncian ácidos a Maduro por no aplicar la doctrina, legado del comandante –que en realidad no era suya sino de Fidel–-, y están los otros, los que solo saben pedir prestado dinero que prestatarios están al corriente, no podrán cancelar y solo los entregan a cambio de garantías antipatrióticas. Como los célebres 5 millardos de dólares anunciados que habían sido aprobados por Pekín, pero congelados por desconfianza en la seriedad administrativa del castro-madurismo. ¿Qué les prometieron a los chinos? ¿Quién sabe? Por si acaso, a ponerse alpargatas porque lo que viene es la Danza del Dragón y del León, bailes tradicionales chinos equivalentes a nuestro joropo.

Volviendo a la unidad ¿a cuál nos referimos? ¿De cuál unidad estamos volviendo a hablar ahora?

Unidad como tal, en esta Venezuela desbaratada, deshilacha y sin capacidad de producir ni siquiera la mitad del petróleo que extraía, procesaba y comercializaba antes de que apareciera la ignominia chavista, no existe, y por eso menos de 15% del país –según las encuestas es el chavismo actual– llegará al poder, sigue en él a costa de todos los demás.

La unidad de propósito, y bien entendida, es fundamental; ha sido su ausencia una de las grandes ventajas del castrismo-comunismo que pasó años férreamente unido por el peso, autoridad y puño de Chávez. Traba fundamental de una oposición que habló e incluso hizo mucho, pero que nunca fue honesta y firmemente unida ni siquiera en palabra o concepto que no fuera oponerse, con mucho ruido y pocos resultados, al chavismo que había sembrado –con embustes– profundas esperanzas en los sectores medios y bajos de la sociedad. La unidad ha sido de palabras vacías, sordera interesada y acciones de negocios, no de realizaciones ni compromisos sólidos. Ambigua, entre tonos del blanco y negro, ego, prepotencia, sobrevalorización y muchos etcéteras hicieron estragos.

Los frustrados han perdido el juicio, simplistas a conveniencia, no entienden nada, vuelven con la historieta de ir a elecciones y referéndum para después sacar a Maduro, unidos. ¿De qué están hablando? ¿Del mismo cuentico de siempre? ¿Participar en sospechadas elecciones con rectores comprometidos y obedientes al castro-madurismo? Tontos, cómodos e ilusos, deberían razonar, comprometiéndose públicamente que primero se sale de la tiranía y después se hacen elecciones. No se puede elegir cuando el Poder Electoral no es autónomo y por ello confiable. Sin embargo, el empeño conveniente y provechoso de los “espacios” para que engañados legitimen y otorguen empleo burocrático –más bien limosnas y prebendas–, que el régimen proporciona a vivarachos comerciantes de la política.

La unidad, en boca del colaboracionismo servil, es la palabra de la servidumbre voluntaria, texto de Étienne de la Boétie en el cual plantea la cuestión de la legitimidad de cualquier autoridad sobre un pueblo y analiza las razones de la sumisión (relación dominación/ servidumbre). 

Lo primero: salir de la dictadura, restaurar principios éticos, valores morales y buenas costumbres ciudadanas. Se desarrolla el largo y difícil proceso de restablecer la verdadera democracia y recoger los pedazos para reconstruir al país. Y durante ese complicado proceso, ir ejecutando las acciones ineludibles, necesarias y obligatorias, como las de elegir democráticamente, en igualdad de condiciones y de forma transparente, los Poderes Públicos autónomos, dignos, basados en méritos y confiables.

Un proceso –poco probable– mientras la unidad opositora solo sea un palabreo y no se deslinde de la oposición oficialista, alidada de la dictadura.

Es hora de marcar distancia, separarse con claridad, sin que exista duda, entre quienes sostienen la tesis indigna, ruin, miserable, despreciable, oportunista de que el régimen está fuerte, sólido y, en consecuencia, hay que sobrevivir, colaborando, participando en su farsa y fraudes a cambio de subvenciones y dadivas. Y, por el contrario, los que perciben a la dictadura débil, en fase final, y están convencidos de que, a pesar de los continuos ataques, no hacen concesiones a la tiranía ni caen en trampas, más bien estafas para legitimarse y ganar tiempo.

Esa oposición que llama las cosas por su nombre, sin eufemismos, que enfrenta con valentía, coraje y coherencia, con la participación y ayuda no solamente de la gran mayoría ciudadana que grita casi al unísono “fuera Maduro”, sino también con el auxilio de la comunidad internacional democrática, hoy en pleno desarrollo.

Esa es la unidad de la que estamos hablando, la unidad que se necesita con urgencia en Venezuela, la unidad que reclama el ciudadano. ¡La verdadera unidad!


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