Un grupo de 100 acólitos acompaña a Nicolás Maduro. El vuelo despegó en la brújula presidencial venezolana con ansias de encontrar respiro en la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, expuesta la estrategia de conseguir un aliado de su dimensión política. Un intencional atraso para no llegar directamente al acto de cambio de mando presidencial, fue el paso aconsejado. Tenían conocimiento de la gran cantidad de venezolanos que aguardaba para abuchearlo. De igual forma, sabían de la protesta que harían los diputados al verlo entrar al Palacio Legislativo de San Lázaro.

Pasar por el bochorno de ser flanco de la animadversión general, no le garantizaría réditos positivos a quien tiene el sol calcinante en la espalda. Fue recibido por López Obrador en un recinto del Palacio Nacional en donde se ofrecía el agasajo para los presidentes. Un acto por Secretaría, como cualquier funcionario de escaso relieve. Encuentro brevísimo en donde se nota la forzada pose de un mandatario reciente que tiene que soportar al portador de un fracaso monumental.

Quien encarna un liderazgo enraizado en la tradición de volver a los afluentes de su pueblo, no arriesgará nada por alguien que apenas conoce. Su clamorosa victoria es un mérito que no se lo debe a nadie. Gobiernos podridos, enjambres de energúmenos que lactaron de la ubre de la corrupción mexicana, llevaron a la Presidencia a López Obrador, su discurso encontró fertilidad en un pueblo asqueado. Madres que descubrían el rostro de sus hijos envuelto en impunidad. Presidentes inmorales que convirtieron a México en una desgracia. No busquemos excusas para refrendar odios. Cuando se fracasa se abren las puertas a liderazgos de otro tono.

En un amplio salón se ofrecía un almuerzo con platos de diversos estados mexicanos. Manteles blancos con detalles amarillos y cristales de Coahuila. En el centro de las mesas colocaron las costillas en salsa de axiote con esquites y molote de plátano. Al costado, las ensaladas de calabazas criollas en cama de pipián. Todos degustaban la propuesta gastronómica que llegaba con los dulces preferidos de López Obrador: zapote negro en nieve de mandarina, al igual que el manjar de calabaza de castilla con crema montada de vainilla y garapiñado. La misma que le preparaba su madre al mandatario, cuando llegaba de la escuela Marcos Becerra en Tepetitán, en el estado de Tabasco.

En el almuerzo pocos se acercaron a saludar a Maduro. La frialdad de quienes conocen su carácter ilegítimo marcó su presencia allí. Buscó refugio en los presidentes de Cuba y Bolivia para soportar la indiferencia de representantes elegidos de manera correcta. Casi se repitió la historia del embajador norteamericano en tiempos de Lázaro Cárdenas, Josephus Daniels. El jefe de Estado azteca lo invitó a una comida en su residencia. Estados Unidos pretendía evitar la nacionalización petrolera. Cárdenas se levantó del sillón lacrado y de sopetón le soltó: “Come y se va”, frase que quedó para conminar a retirarse a una visita pesada. En las afueras los 100 acompañantes de Maduro pretendían entrar al lugar. El protocolo los puso en su sitio de manera terminante. Minutos después partió del lugar un presidente con el rechazo general.

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