La enorme grieta que debilita y deja maltrecha la recia y tosca muralla y argamasa del comunismo permite que entren por ella las ensordecedoras voces de la economía. Ellas impiden que escuchemos las del corazón que hace esfuerzos para sobreponerse a los agobios que Carlos Marx nunca imaginó que iban a socavar al mundo una vez que el fantasma del Manifiesto solicitara a los proletarios de todos  los  países, incluyéndonos, que nos uniéramos para hacer posible que brotaran del pantano socialista hombres nuevos a imagen y semejanza de Hugo Chávez, Nicolás Maduro o  Freddy Bernal.

El comunismo disparó todas las flechas de la economía creyendo acertar en el blanco, pero al hacerlo ignoró con desdén los sufrimientos del corazón humano. Hay dureza y arrogancia en el marxismo; áspera voz y comportamientos despiadados en el comunismo; en el materialismo y empiriocriticismo; crímenes de oprobio y muchas familias Romanov asesinadas en sótanos oscuros y anónimos. Tumbas, y una larga cadena de atrocidades perpetradas por los jerarcas del comunismo en China, Campuchéa, Corea del Norte y parte del Oriente del mundo; en la siniestra isla del Caribe oprimida por  montruos del mar y en el desventurado país venezolano atrapado por la insania criminal  y el narcotráfico.

Pueden sumarse en millones las víctimas de sus desafueros y pueden irse contando las de Nicolás Maduro, las de la Guardia Nacional y de   los colectivos paramilitares: 40 aquí, 50 mas allá, cuatro indios pemones de este lado, ochenta estudiantes de este otro; 350 detenidos por manifestar pacíficamente; otros, abaleados en la esquina o tendidos sobre los puentes internacionales al tratar de introducir la ayuda humanitaria y junto a ellos, la corte de inútiles magistrados y cancilleres insistiendo en soluciones pacíficas y elecciones libres mientras Maduro baila alegremente. 

Trump, Guaidó: estos venezolanos asesinados por intentar devolver la claridad a nuestras mentes y sosiego a nuestras almas, tienen nombre. Tienen una madre atribulada que los llora, hermanos, novias, amigos y vecinos que deploran su ausencia y no entienden por qué no los nombras; no indagas quiénes eran, qué hacían antes de encontrar la muerte solo para que tú, Guaidó; tú, Trump nos enaltezcan festejándose ustedes mismos. Ellos no se merecen quedar convertidos en estadística, en números y cantidades aritméticas y de tabla pitagórica; seres sin presencia, héroes de olvido y pacotilla.

Antes de irte a Bogotá con los presidentes de Colombia y del Paraguay; y ahora al Brasil, ¿lograste visitar alguna de esas casas golpeadas por el luto y la tragedia? ¿Enviaste un mensaje de apoyo, de solidaridad, de afecto a quienes lloran esas muertes? ¡Es lo menos que puedes hacer! Y me pregunto ¿Qué nos anima desde la Asamblea que te convirtió en oportuno y necesario presidente iterino? ¿Solo la política? ¿La flecha en el tiro al blanco? ¿Comportarnos como se comportan los herederos del materialismo y empiriocriticismo mas cerca de la economía, de la política, que de los sentimientos? Tu nuevo liderazgo ¿se olvida de rescatar nuestras almas de las tinieblas bolivarianas que afligen al corazón? 

No solo son los números caídos los que claman por recuperar sus deseos de volver a conocer y disfrutar el país que creíamos perdido durante veinte años de infortunios y flagelada memoria. Somos nosotros los que exigimos darle corporeidad a sus anhelos, restituirlos, devolverlos  a la tierra sobre la que andamos buscándolos. 

No te comportes, Guaidó, como los venerables caudillos que estuvieron entre nosotros: creían moverse con agilidad sobre esta Tierra de Gracia sin percatarse de que estaban pisoteándonos, considerándonos como simples referencias estadísticas. Haz que la gente que te acompaña y tú mismo, si no lo has hecho, hable con los familiares de estas víctimas del odio y de la perversidad fascista bolivariana.

Desde donde estoy no poseo ninguna capacidad para influir en las decisiones que expresan los presidentes de otras Repúblicas a través de sus cancilleres. Pero algo me dice que por alguna u otra razón tanto ellos como sus cancilleres no son santos de mi parroquia. ¡Son absurdos instrumentos de política blanda! Aun creen posible dialogar con Maduro, un colombiano que prefiere masacrar a los venezolanos antes que aceptar una ayuda humanitaria o pedirle que llame a elecciones libres. ¡Por Dios, cuánta necedad! iBrasil arrastra una consolidada fama de corrupción palaciega. Una argentina, viuda de un tuerto muerto, se abrazó a la corrupción. No puedo extenderme sobre este tema de la corrupción porque esta crónica tiene espacio muy reducido. ¡Pero la corrupción avasalla, se extiende! En Venezuela supera la mayor cota de escándalo. Tal vez el fantasma de la corrupción frena los impulsos y la aparente vehemencia de castigar a Nicolás. Tal vez por eso algunos magistrados del Grupo de Lima no se atreven a pedir que invadan al país venezolano y saquen a patadas a Nicolás Maduro y a su caterva de seguidores ante el temor de que alguien pueda hacerles lo mismo. Me duele decirlo, pero me enerva que sigan inistiendo en que Maduro convoque a elecciones y acepte una solución pacífica cuando baila y se complace en masacrar a quienes tratan de introducir una ayuda humanitaria en hogares infelices y en hospitales en colapso, y se arrecha cuando le muestran videos en los que la gente rebusca en las basuras para comer.

¡Hay mucho rabo de paja! ¡Gran farsa diplomática que evade decisiones activas, duras, vigorosas que acaben con las aberraciones de esta y de la otra acera!

Tengo 88 años. Si quieren, ¡pónganme preso por decir lo que estoy diciendo!


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