No me cabe duda que de haber logrado la MUD un candidato de consenso, el régimen hubiese  encendido la alarma roja ante la certeza de una nueva derrota,  el bloque  abstencionista estaría reducido a su expresión de siempre, los más radicales habrían insistido en sus banderas  sin posibilidades de éxito, y posiblemente, a estas alturas,  las calles estarían llenas de  un optimismo edificante que nos permitiría presumir una avalancha de votos en contra de Maduro, como respuesta a su pésimo gobierno, y el bloque opositor habría estado preparado para evitar todo intento de alteración de los resultados.

Pero el candidato resultó ser Henri Falcón, cuya historia política, para nada distinta a muchos de quienes lo atacan,  ha servido a los radicales para reforzar la línea abstencionista convirtiéndolo en un  candidato malquerido, por haber sido chavista y miembro del MVR y por no creer en su desencanto ante  la mentira que significó la llamada revolución bolivariana.

Los radicales prefieren no recordar su buen  desempeño como alcalde y como gobernador, y meter en el baúl del olvido su buena conducción como jefe de campaña de Capriles. Para la iracundia radical, Falcón es un infiltrado, un aliado del diablo, un hombre  no confiable, lo que llena el escenario en el que se mueve su candidatura de grandes obstáculos, algunos de ellos con apariencia de insalvables.

La paradoja mayor, en este caso específico, es que los partidos de la MUD,   después de la lección aprendida en 2005, que siempre defendieron la vía electoral en cualquier circunstancia por desfavorable que ella fuese, abandonaron  la carrera y dejaron  íngrimo y solo a quien se mantuvo fiel  a esa línea. Ahora, a Falcón le toca luchar contra el régimen que controla todos los medios y tratará de hacer invisible su campaña. Tendrá que luchar contra  una oposición abstencionista que optó por descalificarlo y contra un Frente Amplio que,  habiéndose declarado no abstencionista, decidió no votar, mientras no estén dadas las condiciones, hecho y esto lo saben quienes dirigen el Frente,  que no se logra con su mero enunciado,  sino con una lucha a fondo y en la calle reclamando ese derecho,  hecho que no se ve. Pero como si todo eso no bastara, su comando de campaña tendrá que hacer un esfuerzo titánico para llenar de emoción su candidatura, cosa difícil, por cierto, si su discurso no toca sin ambages las teclas más afinadas del piano.

Nunca como ahora la nación había sido víctima de una metástasis tan salvaje representada en la crisis económica, política, social y moral que la asfixia y con ella a toda su población; nunca, como ahora, la diáspora que nos desangra nos ha llenado de dolor, y con ella, la carestía que pone a prueba nuestras capacidades para la supervivencia, la deserción escolar, los índices crecientes de delincuencia infantil y juvenil; el robo y el asesinato por hambre, en fin,  todo ese  infierno en el que va ardiendo la fe y la esperanza de un pueblo que no merece castigo semejante. Y lo peor es que en ninguna de las organizaciones que se oponen al voto,  al gobierno y a la candidatura de Falcón, se ve ni una sola vela de claridad. Todo se diluye en un discurso repetitivo, una retórica hueca, sin propuestas concretas que sirvan tan siquiera para devolverle a ese más de 80% de venezolanos que quieren el cambio, la fe en la lucha y, con ella, sacarlos del desencanto y la frustración.

Entonces, vista así las cosas, uno se pregunta de qué sirve dentro de la oposición al régimen tanto graduado  en Harvard, tanto posgrado, tanto currículo  y tantos  doctorados juntos, tanto dueño de la verdad  y tanto estratega, si no son capaces de pasar del diagnóstico puro y simple, a una solución correcta, creíble  y efectiva, para salir del precipicio. En su defecto,  han dejado en manos de la furia, la desesperación, el desencanto o la incertidumbre de la gente,  el  dilema de votar o no votar. Quizás sea por ello que todos los días el abstencionismo pierde fuerza y se comienza a advertir un repunte (desordenado,  pero considerable) del voto en esa inmensa masa que advierte que la diatriba entre votar o no votar es un conflicto entre factores de poder, y por lo tanto, es un asunto ajeno a ese pueblo que no soporta más el atropello y sigue pensando que el voto es su mejor arma.

Nunca como ahora las condiciones objetivas han favorecido tanto a un candidato de oposición,  ni una candidatura unitaria de la oposición tendría asegurado un triunfo electoral de proporciones tan extraordinarias, que habría sido imposible para el régimen cometer un fraude o desconocer su triunfo. Lo más que hubiese podido hacer al solo advertir que la perdería, era suspender las elecciones, lo cual habría sido una derrota para Maduro.

Tampoco nunca como ahora el pueblo votante ha estado tan claro al  identificar al régimen de Maduro como su enemigo y nunca como ahora  le tendió tantos puentes al liderazgo opositor para que juntos lograran el cambio. Pero nunca como ahora las oposiciones todas, absolutamente todas,  fueron ciegas, torpes y erráticas, al negarse a construir unidas la derrota de  un enemigo acorralado pero no vencido, gracias a sus desencuentros suicidas que dejaron ver su inmadurez, en una tarea que requiere análisis, firmeza y tolerancia, mente fría, pulso firme y visión de futuro. 

Es deprimente ver cómo se  desperdicia el apoyo popular que habría tenido la unidad en esta ocasión,  pero líderes y partidos opositores perdieron  la brújula,  obnubilados como están  por su ambición y sus propios  proyectos, todo lo cual ha profundizado una  división que conduce al final menos deseado.

A estas alturas y faltando  cuatro semanas,   en medio de la guerra entre abstencionistas y votantes, la candidatura  de  Falcón está en aprietos, porque  sin el apoyo de los restantes partidos y movimientos organizados le será cuesta arriba cuidar cada mesa para proteger los votos, atender la logística de un proceso tan complejo, cuidar cada paso con gente confiable, no solo para poder ganar la contienda sino para  materializar una eventual victoria con un respaldo masivo en la calle.

Un cuadro tan apremiante como ese nos hace pensar que, faltando tan poco tiempo, la única herramienta que le queda a esa candidatura es un  milagro que podría ocurrir, no caído del cielo,  sino,  y a pesar de los CLAP y el carnet de la patria y las OLP, símbolos del chantaje de un régimen, de las manos de aquella parte del pueblo que conserva su dignidad y no soporta más los abusos de poder, el terrorismo de Estado, la hiperinflación, los salarios que no alcanzan, la escasez, la falta de medicinas y alimentos, el colapso de la educación,  la crisis hospitalaria, la diáspora, el hambre y la destrucción del futuro, a quienes no se les puede contentar con soluciones por construir. Es difícil entender que líderes políticos curtidos en la lucha democrática hayan olvidado que las campañas electorales sirven para despertar y cohesionar la disposición de un pueblo para defender sus derechos.

Los tiempos que vienen siguen siendo pastos de la incertidumbre. Y si el Frente Amplio, los abstencionistas, la oposición toda y la presión internacional  no logran el aplazamiento de las elecciones, y ninguno de los partidos decide darle apoyo a Falcón a última hora, y si Falcón no corrige su campaña y crea el impacto necesario para animar a la gente, y vencer a Maduro, lo cual no es imposible aun a estas alturas, Maduro retendría el poder (con la abstención también lo haría y con menos esfuerzos) y lo que se vislumbra que va a suceder aquí es que se conformará una nueva “oposición” pragmática y oportunista, nacida a la vera de los desencuentros de las oposiciones, dispuesta a pactar, a cambio de algunas migajas que les serían concedidas con la condición de su silencio. Esa nueva “oposición” ya se está conformando y no sería de extrañar que pronto la viéramos en acción aceptando el nuevo llamado de Rodríguez Zapatero.  


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