“El que busca el cielo en la tierra se ha dormido en la clase de geografía”. A esta frase del aforista polaco Stalisnaw Jerzy Lec (1909-1966) debo en gran medida las líneas que publico hoy, cuando se celebra el Día Mundial de la Tierra, ecológico homenaje al planeta azul, orientado a concientizar a sus habitantes, es decir, a nosotros los terrícolas, sobre la necesidad de proteger el ambiente, mostrar mayor preocupación por el irrespeto a la biodiversidad, y hacer menos invasivo el paisaje urbano y más armoniosa nuestra relación con el entorno natural. Coincide la exaltación de tan nobles propósitos con la lluvia de estrellas líridas que podrá observarse esta noche y hará del festejo conservacionista una pachanga de órdago y dimensiones cósmicas. Menos sideral, aunque bastante más significativa respecto a la afirmación de la venezolanidad, fue la efeméride del jueves non sancto 19 de Abril, cuando garabateé las inevitables variaciones sobre el recurrente tema de la falsificación del pasado con el que el chavismo fundamenta la vigencia del modo de dominación castrista; impostura que les permite a los revolucionarios dizque bolivarianos contar la historia a su manera. ¡Y vaya manera!: ¡un-dos-tres… izquierda…firmes!

Chávez y su acólitos quisieron que la nuestra fuese una historia militar, jalonada de escaramuzas elevadas al rango de épicos combates liderados por caudillos deificados y  engalanados  con relucientes uniformes por el pincel y la imaginación de pintores de batallas o inmovilizados en gestos de marcial gallardía por el cincel de un escultor de guerreros; una historia que prescinde del hombre común, purga al procerato civil de los manuales escolares, minimiza su papel en el proceso emancipador y en la gestación de la República y lo arrincona en el desván de trastos y cachivaches inservibles. Por eso, en las ceremonias organizadas por el gobierno “bolivariano” a propósito del 19 de Abril, si a ver vamos un golpe de Estado, “que no llegó de golpe”, perpetrado por civiles pudientes e ilustrados –ahí está, documentado por el pintor, el cuadro de Juan Lovera–, se le asigna protagonismo principal al Ejército, componente dominante de las ahora singularizadas fuerzas armadas. Al respecto, con motivo del bicentenario de esa fecha, la revista digital  Analítica apuntó: “Pudiera parecer paradójico que el primer grito de independencia de la América Hispana, pronunciado por civiles en el Cabildo de Caracas el 19 de Abril de 1810, se conmemore con un desfile de milicianos enfusilados, guerrilleros comunicacionales, un pueblo esclavo disfrazado de rojo y unas zarrapastrosas y agonizantes fuerzas armadas; todos comandados por un teniente coronel de pacotilla al servicio de la dictadura castro-marxista de Cuba”. Mas no solo el pasado fue militarizado; el Estado entero se tiñó de verde oliva, y ello explica por qué se desprecia la institucionalidad democrática y se subestima a la población menos favorecida y se la hace víctima de la más infame de las prácticas clientelares y proselitistas: la extorsión alimentaria.

En 1810, jóvenes ilustrados con vocación libertaria supieron y pudieron sacar partido a la abdicación de Fernando VII y la ascensión al trono de España de José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón que, ¡vamos!, con ese remoquete de Pepe Botella poco han de haberle querido los españoles de la península y aún menos los de ultramar. Convertidos en transitorios defensores de los derechos del monarca depuesto, desconocieron el mando del capitán general Vicente Emparan –el dedo de Madariaga, tal vez sobraba, pero es buena anécdota a ser recreada en verbenas escolares– y dieron un paso categórico y ejemplar hacia la ruptura del nexo colonial con Madrid.

218 años más tarde, un régimen enzarzado en una segunda guerra de independencia de nunca acabar –“guerra económica”– y es, afirman sus spots publicitarios, blanco de un complot orquestado por el imperio y una larga y creciente lista de países críticos de su deriva dictatorial, que lo mantiene al borde de un ataque de histerismo, se ha quitado la careta y dejado muy en claro que el simulacro electoral en progreso es una mera formalidad: no cederá el poder ni siquiera en el hipotético caso de perder la contienda. Contra esas pretensiones de perpetuidad, con base en la Constitución vigente, la ciudadanía puede y debe emular a la sociedad patriótica de Juan Germán Roscio y poner en marcha el amplio frente nacional, haciendo causa común con la fiscal Ortega Díaz, el Tribunal Supremo de Justicia y la Asamblea Nacional en torno al antejuicio de mérito contra Nicolás Maduro. Ya no se trata de abogar por una condena moral al funcionario venezolano (¿?) de mayor rango, sino de investigarle, procesarle y penalizarle por traición a la patria, imputación muy cara a la justicia revolucionaria que se solaza en cargársela a cualquier hijo de vecino alebrestado, corrupción administrativa y de la otra, la continentalmente generalizada por Odebrecht, adulteración de escrutinios electorales y violación sistemática de un extenso articulado de la carta magna, entre otras fechorías y delitos de lesa humanidad.

No son minucias, sino serias acusaciones las que penden sobre quien ostenta, con dudosa atribución, la jefatura suprema de la Fuerza Armada Nacional. Por tal razón, esta debe garantizar que se haga justicia; de lo contrario, será cómplice de gravísimas violaciones de los derechos de sus compatriotas, y no escribo conciudadanos porque, en virtud de sus connotaciones, el vocablo es de uso infrecuente entre quienes desdeñan a la población no uniformada.  No somos suizos –sentenció Manuel Peñalver–, y pasar de las exigencias a las imposiciones implica apelar a estrategias distintas a las prescritas por el cronométricamente civilizado fair play helvético. Si ello supone salir a la calle a descargar la rabia y la frustración acumuladas durante dos décadas de resistencia pasiva y paciente resignación, debemos hacerlo, no hay más remedio; pero, ¡ojo!, organizados y decididos a sensibilizar y ganar para un envión definitivo al vasto segmento social que justifica su indiferencia y falaz neutralidad, afirmando, palabras más, palabras menos: “La política no me interesa y los políticos son una partida de sinvergüenzas; yo no me meto en vainas, si no trabajo no como”, tal hubiese una generosa oferta de empleo bien remunerado, alimentos en abundancia y la hiperinflación no hiciese estragos en los bolsillos. No, no somos suizos y mucho menos extraterrestres venidos de la lejanísima estrella Vega de la constelación Lyra, cual la lluvia de estrellas fugaces que se contemplará esta noche dominical a ver si nos ilumina y la sensatez priva sobre la irracionalidad. Y créanme gente, el cielo no está en la tierra, pero esta sí en aquel.

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