Jueves, 14 de junio. 9:53 de la mañana. Faltaban apenas tres minutos para que todo empezara. Lo que había esperado por cuatro años estaba a punto de pasar frente a mis ojos. Por fin, un evento de magia, como lo han llamado, me sacaría de la agotadora realidad que se vive a diario en el Zulia. Éramos solo el televisor y yo, hasta que lo más temido apareció y se adueñó del lugar: un apagón de cuatro horas mató mi permanente y adorada costumbre de seguir en directo la inauguración del Mundial de Fútbol y el juego inicial.

Respiré profundo. En medio de la rabia busqué alternativas a este comienzo mundialista con el pie izquierdo. Apelé a la aplicación en el celular para seguir la jornada. Fue imposible. Como dicen los chamos: “El Internet se me quedaba pegao”. El teléfono no reaccionaba porque los datos propios de la operadora avanzan al paso de la revolución, es decir, en retroceso. Así pasaron los minutos, las horas, y nada que pude meterme en la onda del fútbol.

Pero entre lo malo, lo bueno. Y es que seguramente en la noche vería la inauguración en repetición. ¡Algo es algo para una mujer tan fanática del Mundial! Pero no. Tampoco. La luz se fue nuevamente, pero esta vez por cinco horas. En definitiva, Corpoelec se empeñó en arrebatarme la tradición que cultivo desde chama, a la par de la colección de álbumes de barajitas que para Rusia fue imposible de seguir por los astronómicos precios de un sobre de cinco stickers. Lo que para el Mundial pasado pude cubrir con mis ingresos mensuales como una profesional asalariada de clase media, para esta edición era impensable.

Ni modo, me dije, el Mundial continúa. La inauguración no vista pasó a ser un desagradable detalle que quedaría en el olvido ante los partidos que se venían para el fin de semana. La Argentina de Messi; los actuales campeones y mi eterno favorito, Alemania; además de la canarinha de Neymar, eran los protagonistas en mis horarios y organización de deberes. Como cada cuatro años, todas mis tareas giraban en torno al fútbol. La gran diferencia es que esta vez pasé por alto un detallazo: había que bregar con un fulminante deterioro de país que ha hecho mella a todo nivel, entre esos, en el sistema eléctrico nacional. A Messi lo vi de casualidad. Durante los 90 minutos de partido no hubo menos de 4 bajones de voltaje. De Alemania y México solo disfruté los primeros 8 minutos del juego; y ni hablar de Brasil, equipo al que no le he visto ni la sombra.

A los zulianos se nos somete, en promedio, a 2 racionamientos por día que no tienen ni hora ni fecha en el calendario, además de que su tiempo de duración es indeterminado. Así, podemos sumar tranquilamente 10 horas diarias sin luz, situación que incide directamente en la debacle del sector comercio y servicios, en la educación, en la atención en clínicas y hospitales, en las telefonías y, cómo no pensarlo, en el disfrute del Mundial de Fútbol.

Esta realidad pica y se extiende. Son muchas las excusas, como la iguana, el sabotaje del imperio, el robo de cables en las subestaciones y el “equinocchis”, que, según las ilustres autoridades del estado, es ese momento cuando el sol está más cerca del Zulia, lo que hace que todo se caliente más y la electricidad falle. Sin duda, aparte de ignorancia, hay mucho de cinismo y sarcasmo en cada una de las opciones, cuando lo único que intentan esconder es ineficiencia, abandono del mantenimiento del sistema, paralización de la generación termoeléctrica y el incremento sin control de la minería de criptomonedas en la región.

Si bien el Zulia ha ocupado el primer lugar nacional en consumo residencial por el uso prolongado del aire acondicionado para paliar las altas temperaturas, no es menos cierto que es el estado que más paga por el servicio desde 2014, año en el que se implementó el Plan de la Banda Verde. Fue un aumento disfrazado para penalizar el alto consumo. El tope máximo en la región se fijó en 1.300 kilovatios por hora y todo exceso comenzó a pecharse con porcentajes variados. El constante subsidio del gobierno a las tarifas bajo el argumento socialista e inversiones millonarias que nunca se hicieron generaron el colapso del sistema. Desde 2008 quedó al descubierto la sensibilidad del sistema eléctrico nacional porque se sobrecargó la generación hidroeléctrica.

Esta es mi historia de la primera semana del Mundial. La comparto con ustedes porque estoy segura de que se repite en cada hogar del Zulia, de Mérida, de Falcón, excepto en los de los enchufados de aquí, de allá y acullá. Sé que muchos dirán que el Mundial de Fútbol es una banalidad, una frivolidad, y que hay cosas más importantes de qué preocuparnos en nuestro país. A lo mejor sí, pero sería injusto con nosotros mismos que por caprichos ideológicos fracasados y la negligencia de un gobierno que poco le importa que su gente muera de hambre o por falta de medicinas, aceptemos sin chistar que acaben con todo, incluida la tradición de un evento que aglutina al mundo entero a su alrededor, y a la que nosotros cada vez estamos más lejos de llegar porque hasta con el fútbol nacional y sus patrocinantes han acabado. Lamentablemente, ahora los venezolanos tenemos una manera muy distinta de ver el Mundial.

@gladyssocorro


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!