La historia de la humanidad está llena de actuaciones torpes. Una de las más sonadas involucró a Napoleón Bonaparte, Joseph Fouché y Luis Borbón-Condé, duque de Enghien. Para el momento en que ocurrieron los hechos ya Napoleón había puesto orden en el caos que produjo la Revolución francesa. Eso abrió el camino para que se le designara cónsul de por vida, aunque su enorme vanidad apuntaba más lejos: ponerle fin a la república y ser nombrado emperador. Esto último ocurriría inmediatamente después de los hechos que referiremos a continuación.

Luego de la toma de la Bastilla (1789), el duque de Enghien huyó de Francia. Por su carácter y temple participó en campañas organizadas con el propósito de restaurar la monarquía. Aunque no se pudo alcanzar el objetivo, se le reconoció siempre su valerosa actuación.

Encontrándose el duque en territorio neutral, Bonaparte ordenó su detención a raíz de haber recibido información sobre un complot que se estaba fraguando para asesinarlo y en el cual participaba Luis Borbón. Fue puesto entonces en manos de un consejo de guerra donde tuvo un comportamiento digno, negando toda participación en la supuesta conjura. No obstante, el consejo decidió condenarlo a la pena de muerte haciendo un pequeño cambio en el libreto: los cargos al duque por conspiración fueron cambiados por los de alta traición, por el hecho de haber tomado en el pasado las armas contra la república.

La acción desmedida, que implicaba de suyo la ruptura del derecho internacional, fue de inmediato repudiada por las distintas cortes europeas. Pero, además, la decisión fue cuestionada y colocada en su exacta dimensión por el gran ministro que tuvo Napoleón, el maquiavélico y tenebroso Fouché, legándonos una célebre frase: “Fue peor que un crimen, fue una estupidez”.

Cambiando lo que se deba cambiar, una situación que tiene la innegable condición de torpeza que alude Fouché es la reciente decisión adoptada por la Asamblea Nacional, en relación con el inefable Rodríguez Zapatero, declarándolo persona no apta para ser mediador en un posible diálogo. El caldo ya morado de la sopa opositora se ha enrarecido innecesariamente con lo acontecido en el Parlamento, coto exclusivo de la oposición de mis tormentos.

El extremismo opositor de las redes no perdió la oportunidad para dar muestras, una vez más, de su escasa visión e incultura política, exigiendo la publicación de la lista de los diputados que votaron en contra de dicha declaración. ¿Será que procederán a linchar a cada uno de ellos? Esta gota que rebasó el vaso es lo que nos faltaba para profundizar la división existente dentro del sector opositor y ayudar así a perpetuar –“un poquito más”, como dice la canción– la dictadura del conductor de Miraflores.

Con todos los riesgos que implica permanecer en Venezuela, yo sigo dando mi lucha contra la dictadura desde esta trinchera pública, sin aspirar o pretender canonjía alguna, ahora cuando mi objetivo está centrado en la escritura de libros sobre venezolanos del mundo de la cultura que se han destacado por sus valores y aportes excepcionales.

Tanto como el más radical de los opositores, yo también quiero que esta noche oscura llegue a su fin y comience un nuevo amanecer de libertades en nuestro país. Y para lograr eso es fundamental que “todos” los sectores de la oposición se unan en un solo bloque y dejen sus diferencias para después de alcanzar el objetivo principal: poner fin a esta revolución plagada de vicios.

Coincido totalmente con lo que hace poco escribió el filósofo y profesor José Rafael Herrera, en este mismo medio de comunicación social: “No basta con decir ‘son ellos los culpables’ cuando quienes han de asumir el oficio no lo han hecho y cuando lo han hecho han demostrado no asumir competentemente el oficio”.

Hay que rescatar lo que significó para la democracia venezolana el Pacto de Puntofijo, un tema que amerita consideración aparte.

@EddyReyesT


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