El círculo presidencial se cierra dramáticamente. Solo la oscuridad infinita acompaña al séquito revolucionario, que desciende hasta los últimos peldaños de la impopularidad. La valentía entendió: el vulgar asalto al estado venezolano no puede quedar impune. Es por ello que las puertas de escape de los secuaces, las selló con soldadura de pueblo en la calle. Los ha conminado a permanecer bajo la cerradura de la angustia que supone su próximo fin. El abrumador rechazo a sus abusos proviene hasta de sectores que los acompañaron. Solo los más recalcitrantes quiebran lanzas por un proceso demencial, que nos conduce a un acribillamiento colectivo, una acción temeraria en donde la vida conciudadana no vale un cartucho. El régimen inscribió su nombre en las categorías del exterminador revolucionario. Con sangre inocente estampó la firma en el libro de los horrores. Las caretas de demócratas les estorbaron desde un principio. Ajustar sus políticas al principio constitucional les quitaba las balas a sus colectivos de la muerte, ahora puede actuar a sus anchas en veloz esprintada de impunidad. Ya no tienen que guardar las formas: aman al terror y se abrazan en sus arbitrariedades en absoluta concupiscencia. Son el mismo lobo en la búsqueda de victima para sus críos. Oculto en la maleza espera su turno para abalanzarse contra su próxima presa. Son ataques arteros contra la vida y la propiedad. No respetan absolutamente nada mientras su odio es el regalo de un disparo. Las fatídicas estadísticas son observadas por un mundo estupefacto, muchos de los cuales creyeron que lo denunciando en los distintos escenarios internacionales; eran meras exageraciones de una oposición democrática en la búsqueda del poder. Lamentablemente la verdad la descubrieron en un charco de sangre. Ahora circulan por el planeta cada episodio violento que es rebasado por la nueva incursión del día. Nada detiene el accionar desfachatado de estos seres carcomido por un odio inenarrable. Un germen perverso criado en casa, con el aliciente foráneo de un entrenamiento ideológico traído de centros de procacidad militante. Son estas máquinas asesinas las que han llenado de vergüenza al país. Nuestro gentilicio de tierra de seres amantes de la libertad, no puede ser lacerada por una turba de resentidos sociales pagados por el gobierno. 

La historia lo catalogará como el peor genocida del último tiempo, un siniestro personaje que persigue a estudiantes hasta transformar sus sueños en sarcófago. Sus métodos son propios del primitivismo totalitario que aprendió en Cuba. En él no existen asomos de bondad, su instinto vengativo aflora desde sus propensiones básicas de troglodita. Cobarde hasta los huesos, falso apóstol de una doctrina carcomida, figura reluciente del álbum de resentidos que hacen vida en el horror. No sabe escribir en el alma desnuda de la esperanza, su notas son arrebatos del vampiro de las oquedades; solo se inspira en el linchamiento del semejante. Su mandato es un rosario de ciudadanos que van quedando al rezago, madres que lloran sobre un ataúd, hijos huérfanos sin el abrazo de un padre, al que le rompieron los sueños, pueblos desolados por la metralla del crimen; que escupe exequias con carros fúnebres. Su régimen nos vistió de luto. Su página estará marcada por la historia incendiaria del déspota que no llenó de dolor.

Las calles venezolanas están llenas de valentía. El coraje se atrincheró en el pecho de esos jóvenes; que son hoy la bandera de una patria mancillada. Han visto morir a compañeros de estudios y prosiguen, nada detiene a la libertad como azarosa empresa constructora de episodios épicos. Avanzan mientras suenan los disparos, seguramente cegando otra vida. Han aprendido en el horror que su sacrificio es un pesada carga para una nación que no debe dejarlos solos…

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