Coincidí con él un par de veces: una, cuando era estudiante de bachillerato y otra, ya de estudiante universitario al final de la carrera. Eran peñas organizadas por amigos en las que Teodoro gustaba participar, como espacios más íntimos de debate.

No creo que Teodoro me recordara, pero mis inicios políticos, en el liceo José Ángel Álamo y después en el liceo Andrés Bello, fueron signados por mis diferencias con los adecos y algunas coincidencias con la Unión de Jóvenes Revolucionarios, el movimiento Ezequiel Zamora y el PCV en las luchas de educación media y el cambio político que demandaba el país, mucho antes de Hugo Chávez y sin él. Ahí fue dónde conocí, a lo mejor, de lo que aún quedaba del teodorismo en un deteriorado MAS, con quienes mis coincidencias fueron afectivas.

Nunca fui militante del MAS, como no lo fui de ninguna organización preexistente en la época; sin embargo, mi vinculación con la juventud del MAS fue más personal; ellos son los que estando en 4° año de bachillerato me hablan de una carrera llamada Ciencias Políticas, y de inmediato supe que eso era lo quería estudiar. Mi pobreza económica dificultaba mucho mi acceso a la universidad e incluso mi sostenimiento en la educación formal; no obstante, conseguí en esos jóvenes de aquella época un soporte moral que me sirvió de mucho para lograr lo que hoy he logrado.

En esas reuniones, tertulias y encuentros con la juventud del MAS siempre hablábamos de Ludovico, de Jacobo, de Maneiro, de Pompeyo, del Gabo, pero cuando ellos me hablaban de Teodoro, todo cambiaba; era Teodoro, la referencia, la irreverencia, la historia, sus escapes de la cárcel, su ruptura con el comunismo, el temor que generaba en el Partido Comunista soviético su atrevimiento desde Venezuela y en América Latina.

Recuerdo haberlo acompañado en un recorrido por el bulevar de Catia, era candidato a alcalde, y conservo algún otro recuerdo borroso de alguna grabación de una propaganda en la que por accidente terminé participando. Tenía quizá 17 o 18 años de edad.

Recordar a Teodoro es recordar parte de mi vida. En donde estuviese siempre se comentaba sobre él, para bien o para mal, aunque generalmente era lo primero. El olfato de Teodoro para denunciar con mucho valor la degeneración de los procesos socialistas y comunistas en el mundo, al estalinismo y el horror de la deformación del pensamiento derivado de las ideas de Marx, mal llamado marxismo, la denuncia permanente de la falsa conciencia, al imperialismo, venga de donde venga, pero sobre todo, el no tener pelitos en la lengua, cosa que lo hacía un político muy sui generis, con un carisma peculiar, no de masas, sino de sectores intelectuales y culturales muy particulares, lo hizo ese hombre que la política venezolana no supo valorar en su justa medida.

Terminé de comprender la importancia de Teodoro la primera vez que fui a Europa. Una noche en Roma, nos quedamos escuchando a un músico de la calle, al rato, al hablar con él, entre un muy mal inglés y un pésimo italiano de nuestra parte, el rumano con el que hablamos, al preguntarnos de dónde éramos y decirle que veníamos de Venezuela, lo primero que afirmó fue: “De donde es el gran Teodoro Petkoff”; ahí, en medio de otro mundo, sin ninguna conexión posible, terminamos la noche hablando de Teodoro con un rumano que nunca más volvería a ver.

El sábado 3 de noviembre estuve en su funeral. Debo confesar que por lo general no voy a estos eventos, me incomodan, en realidad no sé cómo actuar en tales circunstancias, pero a este, a pesar de no conocer a su familia, me sentí convocado a reencontrarme con gente que sabía que estaría ahí dándole el último adiós al hombre que demarcó el debate del socialismo en Venezuela en dos.

Algunos, que se dicen muy de izquierda, no le perdonan a Teodoro haber sido copartícipe de la eliminación de la retroactividad de las prestaciones sociales cuando Caldera, siendo su ministro de Planificación. Al final, aunque no tengo dudas de que fue un error su participación en esa decisión, de lo que sí estoy seguro es que nada puede ser peor que lo que hoy se vive con la eliminación de todos los derechos de los trabajadores.

Al final, Teodoro siguió siendo tan peligroso, que murió con una prohibición de salida del país del “madurodiosdadismo”, y consiguió cómo fugarse igual.

A Teodoro, el hombre que educó en política a muchos que fueron importantes para mi formación de criterio en lo político, mi último adiós, por ahora.

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