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Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera. Pablo Picasso.

Entre 1959 y 1964, Rod Serling produjo y condujo para la cadena CBS la exitosa teleserie The Twilight Zone (literalmente La zona del crepúsculo), denominada La dimensión desconocida en el mercado hispanoparlante. Una auténtica y completísima antología del horror, la fantasía y la ficción científica fue llevada a la pantalla chica para entretener al público con alegóricas alusiones a temas tácitamente vedados por los aún ardientes rescoldos de la hoguera macartista. Serling, crítico de la lista negra y la autocensura hollywoodense, escribió varios episodios y fue el anfitrión de los 156 emitidos. Algunos lectores recordarán su introducción, doblada al castellano, con acento neutro, a juicio de nuestro oído, y caribeño, según la percepción sureña y española, por el actor mexicano José Manuel Rosano (fue una de las voces favoritas de Disney y se le escuchó en decenas de documentales y películas animadas). Parte de ella es aquí rememorada con temor a tergiversar su sentido: “…Hay en la mente una zona donde suceden cosas extraordinarias como la que ahora vamos a ver. ¿Que no es posible? Todo es posible en el reinado de la mente, todo es posible en la dimensión desconocida”.

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, aconsejaba un sabio, acaso Einstein o quizás Aristóteles, a quienes, por haber legado a sus congéneres, aparte de una inmensa obra científica y humanística, un destilado de sapiencia condensada en certeras acotaciones atinentes a la estupidez humana –esta, de acuerdo con el físico relativista, es infinita como el universo–, les endilgan apócrifas sentencias, citadas falazmente con el irrefutable argumento de la autoridad (magister dixit). Sea inspiración del físico alemán de origen judío, nacionalizado sucesivamente suizo, austríaco y estadounidense, o cosecha del estagirita, la admonición nada significa para ministros y funcionarios cuya experticia en materia de hacienda y finanzas públicas es deplorable, si no atroz, y se emperran en suministrar reiteradamente la misma respuesta coyuntural a cuestiones estructurales, a ver si, gracias a la intermediación divina del comandante insepulto y siempre vivo en la memoria roja, ocurre un milagro enderezador de entuertos y contrahechuras. No es, pues, gratuita la invocación en este espacio de un clásico televisual, hoy objeto de culto; se relaciona con el absurdo comportamiento del gobierno de facto y su empeño en tropezar ad nauseam con la piedra inflacionaria. Por vigésima sexta vez en seis años –cuatro o más anualmente– se pretende resucitar una economía moribunda aumentando el salario mínimo –¿apagar fuego con combustible?– y elevando, además, a 60% el encaje legal, lo cual implica restringir severamente un circulante de ínfimo valor unitario, mientras se decreta una nueva reconversión monetaria, ¡otra más!, y la gente regresa a las colas de la indignidad a limosnear migajas de sus propios cobres. No más anunciarse el incremento, los precios se fueron en seguidilla al mismísimo (ponga usted la palabrota). El miércoles pedían 8.000 machacantes por un cartón de huevos, algo menos de la mitad del repotenciado salario de hambre. ¿Que no es posible? Todo se puede en la zona crepuscular del madurismo.

No soy particularmente dicaz y mi repertorio de refranes es más bien limitado; empero, al escuchar las explicaciones sobre la detención de Juan Guaidó, presidente del Parlamento legítimo –constitucionalmente habilitado para el ejercicio interino de la primera magistratura nacional–, perpetrada, según el loquero Rodríguez, por agentes del Sebin confabulados con la derecha vernácula, el Grupo de Lima, Donald Trump y vaya usted a saber cuántos malucos más en una conjura mediática dirigida a sembrar cizaña y menoscabar la seriedad e integridad (¡¿?!) de los cuerpos de seguridad, recordé a otro Rodríguez, el Negro, ese sí digno de admiración dada su competencia en la venta de cualquier cosa, su dominio del arte coquinario –fue artífice de un mondongo de gallina ensalzado en la República del Este y encomiado por el poeta Rubén Osorio Canales en sus Memorias del fogón– y, sobre todo, su extenso catálogo paremiológico, quien ante tan inverosímil versión de lo acontecido habría exclamado: ¡Imposible orinar tosiendo! Pero la imposibilidad no existe en el insólito universo de la revolución bolivariana; un universo edificado con duplicidades e imágenes especulares para, cuando una autoridad o una institución, ley en mano, la contraríe, colocarle encima un doble guapo, armado y apoyado, violando la carta magna y desconociendo la voluntad ciudadana.

Mr. Mxyzptlk –pronúnciese miks-ill-plik– es una cruza de duende y bufón potencialmente peligroso “capaz de sacar de quicio a Superman”, porque nada pueden sus superpoderes contra la magia del enano bromista proveniente de la quinta dimensión. He soñado con ese hazmerreír de comiquita y me he visto, convertido en carpintero cual Geppetto, construyendo, a partir de su contextura pentadimensional, un muñeco porfiado con la cara del usurpador. Un porfiado no se puede tumbar. Al principio divierte a quien lo intenta. He procurado también en sueños abatir, sin éxito, el tozudo juguete. Despierto sé cómo hacerlo. El método no deslumbra y probablemente decepcione por su ordinaria simplicidad. Cristóbal Colón, antes de encontrar lo que no se le había perdido en ruta a las Indias Orientales, hubo de vérselas con geógrafos y astrónomos de acartonado saber. A un grupo de ellos, cuenta Girolamo Benzoni (Historia del Nuevo Mundo), retó a colocar un huevo de pie. Ninguno pudo y, para asombro de todos, el futuro Almirante de la Mar Océana, aplastó ligeramente su base y, no se me malinterprete, paró el huevo. De allí lo de ¡ay, Colón! Sin descubrir América, pateé el porfiado, lo volví añicos y puse término al mal soñar con una imagen premonitoria del próximo 23 de enero. Será miércoles y no jueves, como en 1958, mas “a veces la historia necesita un empujón” (lo dijo Lenin… ¿Y?). ¿Que no es posible? Todo es posible en procura de libertad.


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