Al comenzar los encuentros de alto nivel en Buenos Aires con ocasión de la reunión del G-20, los presidentes de Argentina, Mauricio Macri, y de los Estados Unidos, Donald Trump, desayunaron en la Casa Rosada. Fue una reunión de una hora que rebasó, con mucho, el estricto marco de la diplomacia para alcanzar la esfera de una excelente amistad familiar de larga data y tocar un problema álgido, de extrema gravedad, que afecta la seguridad del hemisferio, si es que no altera la estabilidad y la seguridad mundiales: el terrorismo islámico en la región. Sobre ese fenómeno, Argentina tiene mucho que contar: ha sufrido el mayor acto de terrorismo ocurrido en las Américas, con excepción del ataque a las torres gemelas: el atentado de 1994 contra la AMIA, sede de la comunidad judía mundial, realizado por terroristas iraníes, que se saldara con 83 víctimas mortales y decenas de heridos, la destrucción total del edificio y llegara, incluso, hasta el asesinato del último fiscal del caso, Alberto Nisman, del que cabe formularse muy serias interrogantes sobre el papel jugado por la entonces presidente Cristina Fernández de Kirchner, aliada, justo con su esposo Néstor Kirchner, de primera línea del gobierno iraní en nuestra región.

Pero tanto o más que a Argentina, el tema del terrorismo hemisférico atañe, en primerísimo lugar, a Venezuela y a Cuba, a los gobiernos de Nicolás Maduro y Miguel Díaz Canel, que se prestaron a triangular con los de Kirchner, Lula da Silva y los restantes miembros del Foro de São Paulo, la facilitación y protección a la infiltración del terrorismo islámico y la construcción de una plataforma de injerencia del ISIS y Al Qaeda en nuestra región. Es un tema de primerísima importancia para las Américas y Occidente, que adquiere una inmensa relevancia a partir de este G-20, y se hará aún más urgente con la segura participación de Trump en Brasilia el primero de enero de 2019, cuando confluyan para la ceremonia de transmisión de mando del presidente Jair Bolsonaro, los mandatarios Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Iván Duque y Donald Trump, que unidos y decididos a ponerle fin al régimen de Nicolás Maduro configuran una nueva y poderosa constelación de intereses comunes para América Latina. Ya se encuentra en Brasilia el asesor de Seguridad de la Casa Blanca, John Bolton, uno de los duros del gabinete de Trump, reunido con Bolsonaro y su equipo de protección para coordinar las acciones que demandarán la presencia de Trump en Brasilia.

La agenda del futuro gobierno del Brasil se ha intensificado en estos últimos días. Eduardo Bolsonaro, mano derecha de su padre, se ha reunido en Washington con el grupo de senadores republicanos que dirige Marco Rubio, enemigo público número uno del gobierno castrocomunista venezolano. Y la próxima semana estará en la Casa Nariño para mantener conversaciones con el presidente Iván Duque. Trump, Macri, Duque y Bolsonaro integran el Triángulo de las Bermudas para la dictadura de Maduro. Unidos a otros países del Caribe. Llama poderosamente la atención la discreción de su participación en esta embestida de parte del presidente de Chile, Sebastián Piñera, y su canciller Roberto Ampuero, de quienes cabría esperar un mayor protagonismo en una causa que afecta a toda la región. ¿Temores al chantaje de los partidos filocastristas del patio?

Todo lo anterior nos reafirma en la percepción de que se avecinan tiempos cruciales para Venezuela. Ya debería estar funcionando un gobierno de transición ante la eventualidad del desalojo del régimen. Hemos leído un interesante documento firmado por Luis Ugalde en esa dirección. ¿No sería posible hacer serios esfuerzos para coadyuvar en su factibilidad? Solo cabe apostrofar el dramático grito con el que Bill Clinton llamara su atención al inicio de su mandato: “¡La unidad, idiotas!”.


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