El Estado de Derecho norteamericano tiene una fama legendaria. Como repiten de manera insaciable sus presidentes, legisladores, intelectuales y empresarios, Estados Unidos es un país de leyes. El resto del mundo suele admirar ese Estado de Derecho y tratar de emularlo cuando es posible, pero sin dejar de lado las dimensiones de la hipocresía norteamericana: existe para los hombres blancos, no para las mujeres negras o latinas. Los dos puntos de vista son un poco excesivos, pero, a propósito de Donald Trump hoy, tenemos elementos para ver con más precisión cómo funciona el famoso Estado de Derecho norteamericano, o su imperio de la ley.

En realidad, el Estado de Derecho estadounidense funciona de manera escalonada. A lo largo de su historia, para los varones, los blancos, los anglosajones y las personas mayores de 40 años, ha funcionado increíblemente bien desde mediados del siglo XIX. Obviamente, no funcionaba para los esclavos en esas mismas épocas, ni para las mujeres hasta hace muy poco, e incluso hoy para los latinos y los jóvenes de raza afroamericana no funciona casi para nada. Ahora, que funcione para cierto sector no quiere decir que lo haga a la perfección, y Trump puede volverse víctima de sus ilusiones sobre el funcionamiento del Estado de Derecho norteamericano para tres sectores que él debiera conocer mejor: los magnates, los empresarios del sector de bienes raíces y hombres de negocios que viven y trabajan en estados como Nueva York, Nueva Jersey, quizás Illinois o por lo menos la ciudad de Chicago, y desde luego ciudades como Las Vegas y algunas más.

Trump puede pensar, con algo de razón, que mentir, engañar, recurrir a eufemismos, a legalismos, a todo tipo de maniobras jurídico-políticas, puede ser exitoso o surtir efecto en las condiciones que siempre le han correspondido a él: un multimillonario dedicado a los bienes raíces, básicamente en el estado de Nueva York y en menor medida en Nueva Jersey. Algo por el estilo le sucedió a Bill Clinton a finales de los años noventa cuando trató de evitar su propia destitución por el caso Monica Lewinsky y la obstrucción de la justicia y el perjurio, al recurrir a eufemismos como: “No tuve sexo con esa mujer”. Luego, cuando le preguntaron si había tenido algún tipo de relación sexual oral con ella dijo: “Defina sexual”. Trump vive en un mundo parecido, pero no es seguro que los jueces y los jurados de Brooklyn y Queens sean iguales que el Congreso de Estados Unidos, el tribunal de la opinión pública y la propia Suprema Corte tratándose del presidente de Estados Unidos.

¿A qué me refiero? Que Trump está recurriendo al mismo tipo de subterfugios legales que le funcionaron maravillosamente bien en otros lugares, en otros momentos. Pero no son necesariamente tan eficaces en su situación actual. Discutir si dijo o no la frase “espero que puedas no insistir en esto”, a propósito de lo que le dijo al director del FBI James Comey en el caso del asesor de seguridad nacional Michael Flynn, es una discusión muy estrecha. Seguramente en un tribunal administrativo o civil del Bronx eso pasa, ya en instancias jurídicas o políticas de otro nivel es más difícil. Lo mismo sucede cuando habla de si hay o no grabaciones de sus conversaciones con el ex director del FBI, o las hay o no las hay. Si las hay, debiera soltarlas porque debieran exonerarlo. Si las hay y no las suelta es porque no solo no lo exoneran sino porque lo condenan. Lo mismo sucede con varias de sus declaraciones de estas últimas semanas, atribuidas a él por el ex director del FBI. Es posible que Comey haya mentido, no sería el primero que lo haga (recordemos a J. Edgar Hoover).

Pero ese no es el tema central ahorita. El tema es si Trump no se estará metiendo en un berenjenal jurídico, político y legislativo que acabe por destituirlo, ya sea por la vía del impeachment, ya sea por la incapacidad de desempeñar sus funciones, o por renuncia. Dar una batalla jurídica en Estados Unidos creyendo que todo son bienes raíces para ricos en Nueva York es un grave error. Hay que admirar y creer en el Estado de Derecho norteamericano pero no hacerse bolas, es para algunos, en algunos lugares, en algunos momentos; no para otros, en otros lugares y en otros momentos.


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