Las ruedas de prensa de Trump, tras difundirse los resultados de las elecciones de mitad de período, devinieron un campo de batalla. El presidente descalificó e insultó a corresponsales de prensa y retiró las credenciales del periodista Jim Acosta, de CNN.

Los abogados de CNN acudieron a la corte federal en demanda de la restitución de las credenciales de Acosta, lo cual fue provisionalmente acordado por el juez, que emplazó a la administración a demostrar en juicio las causas que podrían justificar tal decisión, que no solo interfiere el ejercicio de la libre prensa sino también el de las audiencias a estar informadas.

Entretanto, mientras se libra un combate en los medios, el prestigioso estadístico Nate Silver acaba divulga su análisis de los resultados de las elecciones de mitad de período. Su demoledora conclusión: la base electoral de Trump no basta para que los republicanos retengan el poder o crezcan como organización. En este evento electoral se acaba de registrar un récord. Por primera vez, el total nacional de votos del partido que pasó al control de la Cámara de Representantes es superior al apoyo total recibido por el presidente 2 años antes. En este caso, los demócratas obtuvieron cerca de 64 millones de votos, cifra que supera los 62,9 millones obtenidos por Trump… quien ya encajaba un volumen inferior a los 65 millones de votos de Hillary Clinton. Para darnos una idea de lo que esto significa, una debacle de esta magnitud solo había ocurrido en 1970, tras el escándalo de Watergate, que acabó con la presidencia de Nixon. 2 años antes de estallar este affaire, Nixon había resultado reelegido con 31 millones de votos, y el Partido Demócrata logró el control de la Cámara con márgenes como el actual, con casi 30 millones de votos.

Por otra parte, está el asunto de las fuentes de apoyo republicano. El partido de Trump fue derrotado en todos los sectores de la población por grupo étnico. Votó contra Trump y los republicanos 61% de la población indígena, 73% de los latinos, 90% de los afroamericanos y 72% de los asiático-americanos, según los estudios estadísticos más fiables hechos a boca de urna o después de las elecciones. Trump y su partido solo lograron conquistar la mayoría del voto blanco o caucásico, con 52% del total, y con posición muy débil de apoyo entre las mujeres y los jóvenes en particular y, en general, los electores blancos con educación universitaria. Entre los latinos, el promedio nacional sondeado en boca de urna por Latino Decisions, encuestadora de inmenso prestigio, muestra un apoyo de 73%, pero en un sector tradicionalmente republicano, cual es el contingente cubano-americano en Miami, demócratas y republicanos se repartieron ese segmento del electorado a partes iguales… con un detalle: cuanto más joven el votante de origen cubano, mayor inclinación demócrata. PEW Center y otros estudios demográficos de Brookings Institution proyectan que, para 2045, la población blanca o de etnicidad caucásica será menos de 50% de la población total de Estados Unidos.

La estrategia de Trump y sus acólitos en el Partido Republicano (porque hay muy potentes voces contra este proceso) tiene, definitivamente, patas cortas. Para muestra algunos datos: la derrota de los candidatos demócratas a gobernador y senador en Florida fueron milimétricas (en medio de un último caudal de votos que, por cuestión de plazos legales otorgados al condado de Broward, no pudo ser debidamente contado), pero aun así los republicanos pierden los 2 escaños de Miami, antes en sus manos. Las victorias en muchos estados, como Georgia e Indiana, fueron precedidas de cuestionables procesos de purga al registro electoral. En los estados de la llamada Nueva Inglaterra (noreste del país), los republicanos quedaron sin un solo diputado. En el bastión demócrata de California, el Partido Republicano quedó sin un solo diputado en el condado de Orange, que es donde le quedaba una sólida base electoral. Cuando se estudia el caso de California se entiende hacia dónde marcha el Partido Republicano. En 2002 la delegación de diputados republicanos era de 20 diputados y ahora de solo 8 representantes, la demócrata creció de 33 a 45; incluso, la lucha por el senador de California fue entre 2 demócratas que, sumados, lograron más de 85% de los sufragios. Frente a esa realidad la estrategia republicana las últimas 3 décadas ha consistido en el “Gerrymandering” por todo el país de los estados bajo su control, pero incluso ante esa realidad y en medio de una economía todavía en crecimiento, ni esa ventaja institucional pudo evitar el control demócrata, a niveles históricos, de la Cámara de Representantes.

Por su parte, el giro de Nevada y Arizona hacia la columna demócrata, así como la consolidación del poder de dicho partido en los estados de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, incluyendo en los tres a los gobernadores, candidatos al Senado y las mayorías legislativas, tanto a nivel estadal como en las delegaciones de representantes al Congreso, dibujan un mapa nada auspicioso para la reelección de Trump.

Pero Trump no baja la guardia. Insiste en su guion de categorizar a la prensa libre en enemiga del pueblo. Dice que su triunfo en el Senado es histórico, cuando en realidad ya los republicanos tenían el control de la Cámara Alta y no habían perdido, en lugares como Arizona, un senador en 23 años; o no se había dado el fenómeno de que los 2 senadores de Nevada y el gobierno regional estuviesen al mismo tiempo en manos demócratas. Trump insiste en su discurso pensando que moviliza a sus electores pero no advierte el costo. Y dentro de su burbuja cree que debe acallar o reducir a la libre prensa.

Ante ese escenario, el almirante retirado William McRaven –héroe nacional entre muchas cosas porque comandó la histórica misión que capturó y puso fin a la vida de Osama Bin Laden– dijo esta semana, en conferencia ante los estudiantes de la Universidad de Texas, que el discurso divisivo y los ataques a la libre prensa por parte de Trump eran la mayor amenaza contra la Constitución y las instituciones que había conocido en su dilatada carrera como militar y servidor público. La respuesta de Trump en entrevista conferida a Fox fue arremeter contra el almirante, acusarlo sin base de estar parcializado por Obama y Clinton y cuestionar su desempeño en la lucha contra Al-Qaeda, “porque pudo haber atrapado mucho antes a Bin Laden”. El público lo escuchaba perplejo. Y cuando concluía la semana y todos pensaban que lo peor ya había sucedido, Trump decidió atacar e insultar al juez federal de apelaciones del noveno circuito (San Francisco, California) que decidió inaplicar la orden ejecutiva de su administración que prohibía tramitar las solicitudes de asilo por parte de inmigrantes que llegan a la frontera. En su ataque Trump llegó a decir que los jueces no saben nada de seguridad y que este magistrado en particular respondía a los dictados de Obama. Ante la irracionalidad e inconstitucionalidad de esta conducta, que busca interferir en la autonomía del Poder Judicial, el presidente de la Corte Suprema, John Roberts (de afiliación conservadora, por cierto), respondió con un energético reclamo al presidente exigiéndole respeto al principio básico de la separación de poderes; y Trump escaló su ataque contra el propio magistrado Roberts.

El drama es que Trump no solo confina a su partido a un extremismo con evidentes costos electorales, sino le impone una conducta que socava la institucionalidad además de restar al liderazgo global de Estados Unidos. Por eso, cada día parece haber más republicanos planteándose si será necesario oponer un contendor a Trump, dentro del partido, y derrotarlo en una primaria en 2020. Sin embargo, las encuestas en ese terreno indican que todavía una mayoría de los electores inscritos en el Partido Republicano quieren que Trump se reelija, pese a contar con 60% de rechazo en el promedio nacional.

Una cosa está clara: Trump está haciendo mucho daño al devenir de su partido y a la institucionalidad nacional; y lo más lamentable es que en ese propósito no está solo dentro del ámbito republicano. Lo secundan quienes, aun teniendo una percepción cabal y crítica del perjuicio que podría causar el actual ocupante de la Casa Blanca, no se deslindan de una persona y una estrategia que los aísla de la realidad. Está en juego mucho más que la disidencia del propio Partido Republicano, incluso más que el país, puesto en riesgo en peleas sin sentido, lo que se expone es la seguridad del planeta, dada la relevancia de Estados Unidos en el orbe. Después de los comicios, ha quedado pendiente una elección individual, un plebiscito interno, en el que cada republicano deberá confrontarse con su conciencia.

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