Son tristes los desprendimientos. Sea por la partida final de las personas, las emigraciones, los animales que dejan de acompañarnos, o por los lugares que dejamos atrás, con sus rasgos, sus colores, con su propia luz. Sea en cualquiera de los escenarios posibles es duro alejarse de quienes queremos o de lo que nos arraiga. Por eso pienso mucho en los emigrantes. En esa sensación extraña de desprendimiento que produce el dolor de la partida, aunque sea organizada y meditada, mirar atrás siempre es duro.
Desde niño me tocó muchas veces dejar por tiempos a Venezuela. En ocasiones fue por años, la mayoría. Siempre al momento del despegue del avión miraba hasta donde se extendía la porción de tierra, que rápidamente se alejaba de esa ventanilla tan ingrata que te separaba de esas montañas en donde quedaban tus padres, amigos y afectos. El pensamiento era siempre la misma pregunta: ¿Y cuándo será que vuelva a Venezuela?
Ya anclado en esta tierra no dejo de sentir la misma angustia, pero esta vez viendo al que se despide, pienso en los hijos que se fueron, los afectos de mis amigos que tomaron rumbos distintos, la mayoría hacia lo desconocido, buscando algo que pareciera que su patria ya no les da,
Son tantos los hijos de esta tierra que se han ido que da alegría a ratos pensar que están bien, mejor por lo que esta nación les ofrece, pero también angustia su lucha por sobrevivir en un espacio que no les pertenece, en donde siempre alguien les recordará que no son de allí. Cuando viajo los veo. Tienen muchos una coraza. Siempre dicen que todo está bien. Voltean la cara al escuchar su mismo acento, pues es fácil reconocer el que es de aquí y no es de allá. Algunas miradas cómplices, otros esquivan, otros se apenan de ser vistos haciendo oficios que nunca lo hubiesen hecho en su tierra. La mayoría sueña a diario con su país, lo extrañan, se angustian por la crisis que viven los que se quedaron. Son sensaciones mezcladas, así me dijo una amiga que emigró. Por lo general están más informados que los que nos quedamos. Tienen doble angustia, la de luchar por su propia sobrevivencia y por los que dejaron atrás con su realidad.
Son millones los que se han ido en las últimas dos décadas, más de los que refieren las cifras oficiales. Son demasiados los jóvenes, adultos, niños y viejos que con el pasar del tiempo se resignarán a reconocer que ya no pertenecen a la misma luz.
El mensaje es recordarles que su país seguirá siendo el que dejaron, pues al final del camino somos de donde salimos, no de adonde llegamos.