Cuando la competencia por sobrevivir deja de ser un derecho de todos y  se convierte  en un privilegio para los más ricos, fuertes o poderosos, el ser humano se vuelve amoral, un animal más sobre el planeta. Desde el punto de vista positivo los principios morales pueden delimitar la competencia social para satisfacer necesidades o defender intereses empleando la bondad, la misericordia, la tolerancia y la cooperación. Desde un punto de vista negativo también se logra lo mismo a través de la guerra, la violencia, la corrupción, el monopolio o el ventajismo. Desde hace una década en Venezuela predominan los medios negativos para imponer el control del Estado sobre la mayoría de los ciudadanos, esto ha generado un desgaste social con matices de indiferencia o hastío; sin embargo, es urgente revertir  los efectos dañinos de la contienda política a la que estamos permanentemente expuestos e iniciar un nuevo periodo de progreso.

Necesitamos un nuevo consenso sobre valores y normas que nos permitan respaldar las instituciones políticas y legitimar sus procesos, no la imposición de leyes para silenciar el pensamiento crítico; es el momento para enfrentar el fantasma histórico de  la moral fragmentada. El desempeño político de la última década demuestra que los preceptos morales, los principios éticos y lo valores  no termina de cuajar en la conciencia colectiva, que tenemos una república sin republicanos  y una ciudadanía sin civismo.

Cuando esta realidad deje de ser ajena al debate político aparecerá el terreno para construir  la idea de una buena sociedad, trascender la indiferencia y vencer la incertidumbre; tan urgente como la apertura del canal humanitario, la liberación de los presos políticos, las elecciones justas y transparentes, también es necesario establecer nuevas pautas de comportamiento colectivo que transformen nuestra manera de comunicar las demandas y necesidades al Estado desde instancias que representen democráticamente a toda la población venezolana.


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