“Mañana es la disculpa falaz de las voluntades moribundas”. José Ingenieros

Aprendimos trabajando una tesis de grado científico, que se trata de despejar la mayor cantidad o calidad de las incógnitas que postula el examen de la temática. No se trata entonces de glosar, “The State of The Art”, simplemente; sino que hay que intentar elucidar, aclarar, hallar respuestas y así, es menester problematizar para detectar y, en el ejercicio, encontrar el hallazgo argumental.

No es tampoco el momento para teorizar ni pretendemos hacerlo, pero hay que abordar con audacia ese presente que nos reta, ese futuro que por esquivo nos desafía. Conjeturemos pues.

La mayoría de los venezolanos exhiben una suerte de patología bipolar. Me refiero a los cambios de ánimo súbitos que experimentan densos sectores de la población, como resultado de los acontecimientos que no por inesperados han de resultar extraños y que conducen hacia estados emocionales extremos. Vamos y caminamos con Guaidó y nos tornamos hilarantes y briosos, dispuestos a cualquier esfuerzo. Pasa una semana con apagón y nos mostramos desesperanzados o depresivos. Impacientes y frágiles resultamos a cualquier eventualidad.

Del otro lado tenemos a los que, taimados y cínicos, distraen nuestra atención y minan nuestro carácter con la maniobra, la mentira, la manipulación. Ya no se qué creer con respecto a las interrupciones de los servicios de electricidad y agua y al desconcierto, parálisis, precariedad que traen consigo las susodichas. Me he preguntado si no es otra travesura del invasor cubano que seduce al hacerlo al mameluco criollo. Esperemos por Dios que así no sea.

Lo cierto es que no dejamos de pensar en otra cosa que no sea nuestro ineluctable infortunio y acabamos compadeciéndonos de nosotros mismos y debilitados, erráticos, desordenados, ineficaces, desarticulados. Nosotros, los familiares, amigos, vecinos, echamos de nuevo sobre el tapete los proyectos de emigrar y dudamos de poder salir del hundimiento a que nos sujetó la experiencia chavista madurista.

Debemos dimensionar al adversario que nos asume como enemigos y el cual, hábil y ladino, nos llena de fake news y nos intoxica regularmente. El manejo de los compulsos del tinglado es otra herida siempre abierta que promueve nuestro desaliento. Decir que Guaidó rechaza cualquier opción o que le apuesta a la más difícil únicamente es una afirmación más que ingenua, bobalicona. El muchacho es comedido, sobrio, sereno, pero no es pendejo, y sabe con quiénes está batallando y cuáles son los elementos en ese enmarañado escenario que ya sabemos involucra a las grandes potencias y se desarrolla dentro del enfrentamiento que tiene lugar en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo.

La trama jurídica internacional de los Estados y de las organizaciones internacionales tiene en la soberanía su mayor fuerza, pero también su complejo. Las opciones no son sencillas y por eso actúan comedidos los países del Grupo de Lima y el impulsivo presidente norteamericano. La legalidad internacional maneja, coteja, calibra sus expectativas de acuerdo con el credo de que las controversias se dirimen por la negociación y la paz, pero las excepciones que legitiman conductas distintas conocen una dinámica a veces lenta y pesada. ¡Es así!

Una intervención militar siempre está en el tapete y la consideran halcones y palomas, como se les llama a los que son proclives a ellas y a los que no lo son respectivamente. El asunto tiene un curso y llegado el momento se resolverá. Ojalá que no sea de manera cruenta, pero todo puede pasar.

Por otro lado, es menester admitir que la situación de la población se empeora cada día y no puede, no sabe y no quiere el Frankenstein cubano, chavista, madurista, hacerlo distinto. Sus reacciones son propias de su primitivismo y de su bajo psiquismo. El loquero Jorge Rodríguez apena al hablar y advertir acciones terroristas o agresiones de variada naturaleza, indemostrables y fantasiosas, para pretender explicar que, cada día, se evidencia más el desastre, el fracaso, se desnuda la ineptitud y la incapacidad de la peor clase política de la historia en Venezuela. Nuevamente repito aquello de Octavio Paz: “La ceguera biológica impide ver, la ceguera ideológica impide pensar”.  

La transición vendrá después. La piensa mucha gente buena y calificada. Le temen los que ya sienten que la justicia toca a sus puertas y que el destino no será permanecer en este averno y con esos siniestros mediocres, sino salir de él. Deberemos soportar lo que haya que soportar, padecer, sufrir. Superaremos el trance y venceremos al monstruo de las mil cabezas, a la naturaleza aviesa si fuere necesario, somos herederos de muchas tristezas y frustraciones; pero también recibimos el legado del auténtico Libertador y no del desfigurado, contaminado y tergiversado que nos quiso imponer el difunto que cada día muere victimado por sus epígonos y acólitos.

A propósito, cabe recordar la muy conocida sentencia del pequeño gran hombre que fundó entre errores y aciertos esta patria: Dios concede la victoria a la constancia».

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@nchittylaroche


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