El hombre es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra. Por eso hay que repetir de manera insistente lo que ya es sabido o se ha dicho con anterioridad.

Hugo Chávez Frías fue elegido presidente, en diciembre de 1998, con 56,45% de los votos. Su candidatura fue beneficiaria directa de la tesis de la antipolítica que contagió al país a partir de 1990. La misma tuvo su punto de arranque en el mes de junio del mencionado año, cuando el escritor Juan Liscano fundó el Frente Patriótico, cuyo principal objetivo fue deslastrar al país de los partidos políticos; según él, ellos eran los que habían llevado a Venezuela a una situación crítica. Poco después, Arturo Uslar Pietri puso su grano de arena al declarar que el país estaba divido en dos, los “pendejos” y los vivos, motivo por el cual planteó la creación de la orden de los pendejos para dársela a todo aquel que había sido honesto y no se había robado ni un centavo del erario público. La mecha prendió entonces con gran ímpetu y aparecieron “los Notables” en escena, cuyo papel fue también estelar.

Fue inevitable que el ambiente político se enrareciera y sus efectos reales se manifestaran ocho años más tarde, con el parto de los montes: el encumbramiento del bisnieto de Maisanta. Nadie reparó o puso sobre el tapete lo que ya había dicho Doris Lessing (premio Nobel de Literatura 2007): “Cuidado, el talento para ver la desnudez del emperador puede implicar que no se adviertan sus otras cualidades”.

En lo inmediato, el teniente coronel –que año y medio antes no tenía quien le escribiera– fue recibido y tratado como líder carismático: el ser providencial que llegaba para resolver todos los problemas del país. Su mayor esfuerzo se centró entonces en lo político: cambiar toda la estructura del Estado, a través de una nueva Constitución. Sin duda, esa era la mejor vía de crear la ilusión de que con tal modificación se transformaría la concepción política del país y, además, su realidad social y económica.

De ese batiburrillo salió la Asamblea Nacional Constituyente que se instaló el 3 de agosto de 1999 y procedió, pocos días después, a “declarar la reorganización de todos los órganos del poder público”. Unos días más tarde intervino al Poder Judicial e inmediatamente después hizo lo propio con el Congreso Nacional. Ni el gato se salvó y así el país se cubrió de una espesa y putrefacta marea roja.

A comienzos del año 2002 Chávez se sintió con la fuerza necesaria para embestir contra Petróleos de Venezuela y ponerle la mano a la gallinita de los huevos de oro de la economía del país. Quien le sirve de caballo de Troya es Gastón Parra Luzardo, teórico del tema petrolero, dedicado a la docencia en la Universidad del Zulia y sin ninguna experiencia gerencial. La intentona concluyó en singular avatar (los trágicos sucesos del mes de abril) que, según los opositores, condujo a Hugo Rafael a renunciar a su cargo, pero que, de acuerdo con la interpretación de sus seguidores, fue un golpe de Estado.

Después de aquello, la refriega se reanudó. Desde diferentes sectores de la sociedad se presionaba para que se convocara un gran paro nacional. También se presionaba para que los trabajadores petroleros se sumaran a dicha acción. No eran pocos los que expresaban sus reservas.

El objetivo de la drástica acción era claramente político: presionar para que se acordara realizar el referéndum consultivo, se constituyera la Comisión de la Verdad para que evaluara los crímenes cometidos el 11 de abril y se adelantaran las elecciones presidenciales para así resolver la crisis política. Los trabajadores de Pdvsa, sobre cuyos hombros descansó el peso fundamental de la acción, entraron así en un terreno caliginoso. Al final, el gobierno ganó su guerra pírrica: salió del personal con las mayores calificaciones técnicas y los sustituyó en gran medida por pícaros, dientes rotos y mujiquitas, esto es, en palabras de don Rómulo Gallegos, pobres árboles de orillas de camino que no se sabe de qué color son.

Una vez posesionado de Pdvsa, el Gran Jefe solo tuvo que ajustar una pequeña tuerca en los predios del Banco Central de Venezuela, designando a un adeco tránsfuga como presidente, quien le entregó sin problema su primer “millardito”. De ahí en adelante la cornucopia de dólares, que fluyó sin medida ni control hacia las manos corruptas de la revolución, no se detuvo. Y cuando el dinero del Norte no alcanzó para seguir la fiesta, se procedió a echar mano a las maquinitas de imprimir billetes, inundando así la economía de papeles sin respaldo ni valor que solo sirven para alimentar sin límites al monstruo de la inflación, la cual alcanzó la condición de “híper” en el mes de octubre del año pasado (más de 50%). Los expertos proyectan que, con el ritmo actual de devaluación, un dólar costaría 30 millones de bolívares a finales de 2018.

Lo peor del anterior desastre es que, en materia de asesoría política y económica, la dictadura solo ha tenido oídos para los comunistas españoles Juan Carlos Monedero y Alfredo Serrano Mancilla, además de los asesores cubanos en la sombra, quienes han cobrado sus servicios en dólares contantes y sonantes. Los ministros del área que se han ocupado de poner en práctica las perversas recomendaciones de los susodichos, son “expertos” cortados con la misma tijera. Nadie del grupo se ha ocupado de evaluar las recomendaciones de reconocidos economistas de izquierda, como es el caso de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, que fue economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial. Su posición, contenida en el libro El malestar en la globalización (Taurus, 2002), es concluyente: “Las crisis son causadas por los gobiernos despilfarradores, que gastan por encima de sus posibilidades, y en esos casos el gobierno deberá recortar el gasto e incrementar los impuestos –decisiones dolorosas, al menos en el sentido político–”.

Como resultado de las pérfidas políticas económicas puestas en práctica por la nomenclatura roja, en Venezuela escasea la comida, se cierran las fuentes de trabajo, el mejor salario es ya una ave pasajera, la salud de la gente se deteriora extremadamente por la falta de medicinas o sus precios exorbitantes, y los altos índices de criminalidad nos obligan a resguardarnos muy temprano en nuestras casas.

Esa terrible realidad es producto exclusivo de la ruta insólita que ha recorrido la revolución bonita, la cual arrancó como un proceso de transformación política y concluye ahora con la más terrible metástasis económica que nadie pudo imaginar. Pero no lo duden: su partida es ya inminente. ¿Podrá descansar en paz?


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!