La historia corta de lo acontecido podría resumirse así: tras 37 años en el poder, el tiránico y empobrecedor presidente Mugabe fue derrocado por los militares en medio del júbilo en las calles de la capital y el Parlamento de Zimbabue. Pero eso dice poco de los antecedentes y los complicados pronósticos sobre la suerte de este tan maltratado país.

Por supuesto que la renuncia del presidente al cargo en el que se había mantenido por casi cuatro décadas y el consecuente final de su plan familiar son buena noticia, pero entre esto y la posibilidad de que se produzcan cambios significativos para bien de los zimbabuenses hay muchos hilos que atar. Valga anotar algunos que puede sernos útil mirar, sin pretender la comprensión de la trama completa ni menospreciar, en la inevitable comparación, lo diverso a la nuestra.

1. Presiones y sanciones internacionales. Desde 2002, en las proximidades de un proceso electoral marcado por la violencia e intimidación gubernamental, la Unión Europea y Estados Unidos impusieron sanciones al cada vez más arbitrario presidente Mugabe, su gabinete y familiares. En 2008, el ya descarado fraude electoral acompañado por la represión y muerte de opositores, en medio de una aguda crisis económica y humanitaria, aumentó la presión internacional y las propuestas de sanciones individuales y medidas de embargo de armamento y equipos para la represión. Los vetos de China y Rusia bloquearon el proyecto estadounidense de sanciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, mientras en Bruselas y Washington decidieron mantener y ampliar las ya vigentes. Entonces, un arreglo mediado regionalmente que propició un gobierno de coalición con la oposición hasta 2013 sirvió para paliar temporalmente la caótica situación económica y humanitaria –nunca resuelta integralmente– pero también contribuyó al sostenimiento del gobierno.

2. Acuerdos sin garantías. Las sanciones sostenidas por más de quince años sí afectaron al gobierno de Mugabe, que no dejó de denunciarlas y pedir su levantamiento. Sin embargo, en un ambiente internacional en el que apoyos activos y pasivos al régimen restaron eficiencia a esas medidas, acabó prevaleciendo el trágico statu quo. En efecto, ante la situación de fraude electoral y descalabro económico de 2008, se alentó internacionalmente el ya mencionado trato con la oposición que, en ausencia de acuerdos sustantivos y garantías internacionales eficientes, dio nuevo oxígeno al régimen de fuerza, humanamente cruel y materialmente empobrecedor, corrupto en extremo, montado en su aparataje partidista, militar y de negocios. En ello también pesó, sin duda, la fragilidad de la principal organización política opositora (el Movimiento por el Cambio Democrático) objeto, como siempre ha sido, de toda suerte de atropellos, represión, violencia y exilios. S de Zi es queel  constitucional.. constitucional:o haberdos prevalece la indiferencia ante o de Seguridad de las Naciones Unidas úmese la mezcla crónica de fatiga y pérdida de condiciones esenciales de vida de los zimbabuenses, bajo un régimen que no disimula su intolerancia, para comprender los frenos a las expresiones de descontento ante el deterioro indetenible. Con todo, Mugabe tomó decisiones sobre su sucesión que disgustaron a sus socios y nada de lo anotado impidió que lo sacaran del poder ni que los zimbabuenses lo celebraran en las calles de Harare y el Parlamento.

3. Acción militar. Sobran pistas sobre lo complicado que va a ser que la grieta abierta con la salida del viejo mandatario se traduzca en cambios en el régimen. Sabido es que el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Constantino Chiwenga, viajó a Pekín poco antes de anunciar el arresto del presidente y exigirle que firmara su renuncia. También lo es que el vicepresidente desplazado, Emmerson Mnangagwa, ya bien conocido como sanguinario y muy estrecho socio político del defenestrado mandatario, se reunió antes de volver al país para asumir la Presidencia con el presidente de Suráfrica, Jacob Zuma, aliado cercano de Mugabe. De modo que la acción militar, con lo que hemos tejido hasta aquí, se presenta como restitución del hilo constitucional tan retorcido por décadas, pero difícilmente como el “inicio de una nueva democracia”, según anunció Mnangagwa poco antes de su juramentación, entre promesas de gobernar para todos y trabajar por el crecimiento económico y de los empleos.

4. Entre continuidad y estabilidad. Lo que reflejan las promesas del recién juramentado presidente es que llega al poder en plan de lograr estabilidad en un momento de expectativas sociales de mejoras no muy fáciles de lograr. Debe atender también a la exigencia de continuidad de sus socios militares y políticos, lo que en su ámbito también quiere el gobierno de China, socio clave, que aspira a estabilidad con continuidad en las relaciones. También es cierto que, no obstante el empeño gubernamental de continuidad, la oposición podría encontrar nuevo aliento en la necesidad de estabilidad, en medio del efecto social movilizador de la salida de Mugabe y de la inevitabilidad del trato a los problemas económicos y sociales acumulados. Esto no deja de ser un enorme desafío y oportunidad a asumir de inmediato en medio de los desarreglos que confronta el reemplazante. En beneficio de lo que ahora parece improbable, la comunidad democrática internacional, en particular Estados Unidos y la Unión Europea, podrían también devolver sentido político al régimen de sanciones procurando que hagan posible un acuerdo significativo y sostenible para mejorar sustancialmente las condiciones de vida de los zimbabuenses.

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