Seis años más de dictadura es demasiado castigo para este sufrido pueblo. Un verdadero mazazo en el alma de una nación sometida al peor de los infortunios. No es momento de buscar culpables, aunque el cadáver de nuestras contradicciones apenas lo acomodan en el ataúd. Estamos a merced de un gobierno que solo fue apoyado por 25% de la población con derecho al voto, y entre los que sufragaron y aquellos que se quedaron en casa está el reflejo de un rechazo descomunal a un régimen absolutamente deslegitimado por la sociedad democrática universal. Desafortunadamente esa voluntad mayoritaria, al no contar con una estrategia unitaria, produjo un desenlace que en la práctica es la reelección de Nicolás Maduro, seguramente, con exceso de razón, cuestionado por un espectacular fraude que lo desnuda ante el mundo civilizado y sus instituciones, pero con el que obtiene una victoria que lo reelige como rostro visible de un proyecto hegemónico que trasciende los parámetros de la lógica misma.

En la política ser pragmático es una herramienta fundamental para entender las coyunturas históricas, es preciso apartarse del romanticismo novelesco: desde Miraflores gobierna la ilegitimidad; aunque parezca un contrasentido, los análisis sobre su falsedad son verdaderos, pero la realidad indica que sigue allí cumpliendo su rol como exterminador de la patria. Cada día lo seguirá haciendo con mayor desfachatez que antes. Ahora se regodea en sus abusos para avanzar por encima de una oposición en evidente confusión.

Sin la coherencia necesaria es imposible lograr una estrategia conjunta. Unos factores que creen en los imponderables como la única posibilidad de salir de este horror, lamentablemente, son variables que se asemejan a Penélope a la espera de su amor perdido en la estación del tren. Algunos sueñan con la aparición de marines en nuestras costas; cuando despierten del letargo, seguirá Penélope, con su bolso de piel marrón, sus zapatos de tacón y su vestido de domingo esperando al tren de la invasión extraterrestre.

Un riesgo que corre Venezuela es con aquellos sectores que se creen impolutos y desde su imaginario de cristalina pureza pontifican para crucificar a los anatemas, y aunque son ellos los elegidos para impulsar los cambios, jamás quieren rozar sus alas angelicales con aquellos a los cuales les endosan cualquier cúmulo de yerros. Son los inmaculados sin rastros de sangre, hijos de la hazaña paradigmática, severamente escogidos para apropiarse del derecho a condenar a todo aquel que no tiene asidero en su secta, siempre creyendo que sus pasos conducen a la independencia. Es por ello que su estrategia es mantenerse en una aureola de perfección que les impida ser contaminados por los herejes, a los que asumen como traidores de la nación. Son los inmaculados que nunca cometieron algún errorcillo, siempre serán los otros. ¡Oh, perfección divina, hemos descubierto al Santo Grial! ¡Gravísimos inconvenientes para los demócratas de Venezuela, que tienen entre su rebaño a quienes se creen el Cordero de Dios! Nada más parecido al obstinado talibanismo opositor que sus similares de la otra orilla.

Solo verdaderamente unidos como venezolanos lo podremos lograr. Quienes se creen lo absolutos dueños de la razón, los irreprochables amos que jamás han cometido un error nos seguirán conduciendo por el camino de sus egoísmos y no estamos en momentos para despedazarnos. Llegó la hora de reencontrarnos sin mezquindades ni revanchismos que son el deleite en el paladar del autócrata. Es un verdadero suplicio: seis años de barbarie en el horizonte. Es demasiado dolor acumulado en un tiempo que será testigo de esta farsa en la que un inclemente verdugo totalitario se yergue sobre nuestro destino. Es soportando este vía crucis en el que debemos conseguirnos con un pueblo desguarnecido. Venezuela siempre será más importante que todo proyecto personal perfumado de venganza.

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