Es muy difícil referirse a lo que aún no ha sucedido, aun cuando el curso de los acontecimientos nos señale un determinado rumbo, sin dejarse tentar por el «pensamiento ilusorio» o wishful thinking, como denominan, en inglés, analistas, estrategas y publicistas políticos (alegando dificultades de traducción e interpretación) un proceso de discernimiento emocional y subjetivo basado en el ojalá y no en hipótesis racionales elaboradas a partir de datos objetivos –este dictado desiderativo es muy del gusto de cibernautas iracundos y guerrilleros del teclado–; no, no es fácil vaticinar qué ha de acaecer en los próximos días, si a los justos reclamos formulados por las mayorías y expresados en multitudinarias concentraciones el gobierno continúa aplicando el esquema homicida del plan Zamora –son treinta las muertes contabilizadas en las últimas tres semanas, imputables en su totalidad a los cuerpos de seguridad del Estado y los colectivos y grupos paramilitares a su servicio–, y los agentes provocadores de la quinta columna roja prosiguen fomentando desmanes en las concentraciones opositoras a objeto de generar matrices de opinión adversas a las fuerzas unitarias; es seguro, sin embargo, que se multiplicarán las falsas inculpaciones y las detenciones arbitrarias, que la represión desenfrenada seguirá por la calle del medio y la manipulación informativa extenderá su ominoso manto de mentiras sobre el espectro mediático nacional. Habrá nuevos dispendios de dineros públicos para financiar el despliegue de voluntarios tarifados y el pastoreo de empleados públicos, fingiendo –¡dale con el gerundio!– apoyo incondicional al régimen: sucedió el pasado miércoles, cuando se realizó una marcha (raquítica si se la relaciona con la brutalmente reprimida de la resistencia democrática) entre Morelos y Miraflores, en homenaje a uno de uno de sus próceres, un tal Otaiza, héroe de inocua gesta y muerte sospechosa. Volverá a suceder mañana.

La realidad no es como nos gustase que fuese –a manera de ejemplo, anotemos que, en más de una oportunidad, los resbalones de la unidad han hecho que el gobierno aparente ser más fuerte de lo que es–, pero tampoco es tal quiere que la percibamos el jefe nominalmente al mando cuando, en plan de gallito de pelea, sostiene que no sabemos lo que él y sus secuaces son capaces de hacer. ¡Claro que lo sabemos! De entrada: el ridículo. Y ahí está el video que lo muestra compartiendo un sobreactuado reposo pelotero en compañía del energúmeno y buchipluma vicepresidente de su partido. Ahí están los cuñas laudatorias de sus cuatro años usufructuando un poder ilegítimo de origen y ejercicio y, sobre todo, tiranizando (esta gente vive en gerundio) a un pueblo mediante el más infame de los chantajes, ¡si no estás conmigo, no comes!, a ver si la oposición recula, mas la contestación pica y se extiende exponencialmente. Sobre esto podríamos especular con largueza a fin de cumplir con nuestra comparecencia dominical ante el lector; preferiríamos, no obstante, escribir sobre los trabajadores, aunque ello fatigue más que el trabajo mismo. Por algo Pavese tituló Lavorare stanca uno de sus poemas más conocidos.

Entonces, sin inclinación a la clarividencia, anclaremos la pluma en el presente, teniendo en cuenta que la actualidad envejece a pasmosa velocidad; pero no tenemos otras aguas dónde fondear, salvo estas del domingo 30 de abril, para recordar una conjura contraria a la vocación integracionista que graciosamente nos endilgan comerciantes zalameros que aúpan la creación de un inmenso bazar continental: un domingo como hoy, 30 de abril, pero en 1826, estalló en Valencia, con Páez a la cabeza, la revolución de los morrocoyes, movimiento secesionista conocido como La Cosiata, que propició la separación de Venezuela de la Gran Colombia con lo que se inicia, de verdad, nuestra vida republicana. No se festeja esta fecha anatematizada por el bolivarianismo en general y por su más dogmático cultor en particular (ustedes saben quién es y por pavoso no mencionamos). Casualmente, hoy la OEA está de cumpleaños y, para celebrarlo, el desgobierno puso la torta al soplar las velitas de la ruptura. Es fecha para lamentar. No lo es para el oficialismo que anticipa ruidosos jolgorios para mañana 1° de mayo, Día del Trabajador, o del obrero, cual gustaban especificar los camaradas, cuando la oposición también tomará las calles.

¡Ah, el obrero!, trabajador de cuello azul producto de la revolución industrial, objeto y sujeto de la revolución proletaria y coartada permanente que garantiza la confortable supervivencia a los sindicalistas que se lucran con la lucha de clases y, por eso, no les interesa ponerle término. El obrero cantado, retratado y esculpido por el realismo socialista. El Mateusz Birkut caído en desgracia de El hombre de mármol (Andrzej Wajda, 1976), robotizada y silente víctima del fordismo en Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936), Lulu repetidor de un obsesivo latiguillo, ¡una tuerca, un culo!, en La clase obrera va al paraíso (Elio Petri, 1971) o Mariano Núñez que, presa de un ataque de nervios, va al psiquiatra a instancias de los patronos en La empresa perdona un momento de locura (Mauricio Walerstein, sobre obra teatral homónima de Rodolfo Santana, 1978). El obrero que manipula la máquina que controla el universo en El hombre en el cruce de caminos, mural creado por Diego Rivera para el Rockefeller Center, cuyo exceso de bolchevismo enardeció al dueño de la Standard Oil quién ordenó su destrucción, disposición ejecutada con eficacia por… ¡sus obreros! Sí, el obrero que mañana, déjà vu, recibirá con desgana un aumento salarial que acarrea más perjuicios que beneficios y no puede contener su ímpetu contestatario, pues, está hasta la coronilla de un presidente… ¡obrero!

No previó Marx que el capital corrompiese a un genuino representante del proletariado y pasó con Lula y Odebrecht; tampoco Lenin imaginó que el motivo de su lucha pudiese conducir un narco-gobierno en vez de un autobús, pero ocurrió. Hay algo surreal en el deterioro moral de ese paradigma de integridad y objeto del deseo de los ismos autoritarios –comunismo, populismo, peronismo, chavismo, fascismo–; por ello, conviene citar a André Breton, promotor insigne del surrealismo, tenido por trotskista: «De nada vale estar vivo si hay que trabajar». ¿Una boutade? No si se le compara con el abominable reclamo nazi Arbeit macht frei (el trabajo te hará libre) que inspira a la humanista cerro prendido del minpopo penitenciario para convertir a los «privados de libertad» en obreros de la construcción. ¿Trabajos forzados? Sí, porque no es Chávez quien vive, sino su arquetipo, Gómez, al que todavía no acabamos de enterrar.

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