Para Rafael Cadenas

Dijo que la religión era el opio del pueblo sin saber que sus concepciones sobre la lucha de clases, la propiedad y la alienación iban a producir regímenes autoritarios y una toxina ideológica de potentes efectos venenosos que causan y han causado aflicciones, purgas, gulags, exclusiones, seres perversos y millones de víctimas del rigor comunista y de algo incalificable llamado socialismo del siglo XXI.

En el ardor de mi inocencia, creía que con el nuevo siglo, es decir, en el inicio de un segundo milenio enriquecido con los aporte tecnológicos, la velocidad, la biogenética y todos los avances científicos íbamos a entrar en una nueva era liberados de convenciones, nacionalismos e ideologías de toda clase o naturaleza, pero no ha sido así: crece el hambre en el mundo, recrudecen la tristeza y la violencia, se extreman los fanatismos políticos y religiosos, se acrecienta la intolerancia, domina la vulgaridad en el lenguaje, los asomos culturales se desvanecen abrumados por la satisfacción del espectáculo fácil y superficial y un pequeño país en el mundo llamado Venezuela muere de hambre y agoniza enfermo de diáspora y de múltiples agobios.

Las toxinas son venenosas. Las biotoxinas son sustancias malignas que producen algunos seres vivos: plantas o animales. A veces actúan como mecanismos de defensa: las serpientes, los escorpiones y sus aguijones; algunas espinas, ciertas hojas que al rozarlas sueltan venenos cuando creen estar amenazadas. ¡Hay insectos! Pero las toxinas más peligrosas son las ideológicas, ¡cualesquiera que ellas sean! No solo te invaden, toman por asalto y anulan tu imaginación y se apoderan de tu personalidad, sino que expulsan de ti tus propias ideas e instalan en tu mente y en tu corazón otras que no te pertenecen; te excluyen del ser social en el que te desplazabas como individuo para que ingreses al rebaño, te borres, sigas fielmente al pastor o líder de tu comunidad y acates y bajes la cabeza dejándote guiar por opiniones y juicios ajenos.

Cuando supe que podía caminar con mis propios pies sin necesitar muletas ideológicas lo primero que hice fue decirle ¡No! al Partido Comunista, a pesar de no haber militado nunca en él ni en su “gloriosa” Juventud. Debo advertir que Gustavo Machado, Jesús Faría, Pompeyo Márquez, entre otros, fueron intelectuales de valor que introdujeron el pensamiento marxista en el país y actuaron con dignidad y no de la manera bochornosa como lo están haciendo los comunistas lamesuelos del chavismo.

Sin embargo, me distancié tarde, es decir, esperé demasiado tiempo para hacerlo: ¡cincuenta años! Mucha edad, si se considera que Rómulo Betancourt siendo muy joven supo que el comunismo era impracticable en un país petrolero como el nuestro. Recelo ahora de los cogollos de los partidos tradicionales y me muerdo la lengua al reconocer y aceptar que quien siempre tuvo la razón fue Betancourt y no yo; que la insurrección armada de los años sesenta venezolanos fue un doloroso error político; que El Techo de la Ballena no se abrazó a ninguna estética sino que sirvió como brazo cultural de la guerrilla; que la República del Este fue el coletazo de una derrota, un animal herido, el patético camino de una bohemia absurda y trasnochada; el trágico arrastre hacia una autodestrucción que aniquiló a muchos artistas e intelectuales junto con la frustrada invasión cubana de Machurucuto que quiso clavar el aguijón de su revolución en el cuerpo democrático del país.

Descubro tardíamente que quien sabe gobernar no es la izquierda sino la derecha, y comienzo a vislumbrar que no simpatizo con la democracia a la que considero fraudulenta, pero creo en la república sin saber muy bien qué significa creer en ella.

¡He logrado liberarme de muchas toxinas: errores, desatinadas concepciones políticas e influencias desventuradas; recuerdos de malos amores, ofensas; una inútil retórica que adjetivaba y envenenaba mi escritura; memorias devoradas por la polilla del tiempo…!

Me siento más ágil sabiendo que sin toxinas y sin el peso abrumador de las pertenencias camino más ligero y me preparo mejor para emprender el largo viaje que me espera para adentrarme en la oscuridad.

Quedan atrás los dogmatismos, el pensamiento único y ajeno, el realismo socialista, los ríos de leche y de miel del socialismo autoritario; la Joven Guardia: ¡Que esté en guardia, siempre en guardia el burgués insaciable y cruel!; y establecí definitivamente que el mejor Neruda quedará anclado en su Residencia en la tierra, y que Stalin, Mao Tse-tung, Pol Pot, Fidel Castro, León Trotski –el abnegado viejecito de Leonardo Padura que amaba a los perros–, Elena Petrescu y Nicolai Ceausescu continuarán siendo seres perversos repudiados por la historia como personajes de abominación.

¡Las toxinas junto con los eufemismos siguen allí, pero fuera de mí! Me quedan algunas, pero las ideológicas ya no me carcomen por dentro. ¡No las tengo y espero no alimentar ninguna otra en mi mente y mucho menos en el corazón!

Por el contrario, creo haberme liberado. Hoy me miro y me complazco. ¡Soy mi iglesia y mi propia liturgia! ¡Soy mi único camino hacia Dios! El perfecto enunciado de mi personalísimo destino: me debo a mí mismo y, como Whitman, el viejo patriarca, me canto y me celebro, y a mi avanzada edad me acuesto sobre hojas de hierba… ¡y sueño!


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