Si hay algo que llama la atención en Nicolás Maduro es su capacidad infinita de hacer tantos y, además, variados esfuerzos para terminar produciendo más de lo mismo con sus incontables políticas económicas. El único resultado que hemos conseguido con la suma de todas esas acciones es el hundimiento de la nación a los niveles de pobreza del cuarto mundo.

Sus planes han ido y venido; sus decretos han engordado hasta el hartazgo los volúmenes de la Gaceta Oficial; sus interminables discursos han idiotizado a sus fanatizados oyentes, y todo ese enorme esfuerzo para ahogarse sin remisión en la orilla, y sin alcanzar el objetivo deseado. El conductor de Venezuela se ha proyectado así en la más viva representación de la persistencia fallida.

¿Después de su grotesca decisión de operar con una cesta de moneda –que incluye el renmimbi, la rupia, el rublo, el euro, las fichas de monopolio y hasta las piedras de dominó, entre otros medios de cambio–, con el deliberado propósito de evitar transar las operaciones financieras del país en moneda estadounidense, qué creen ustedes que pasará en pocas semanas o –cuando mucho– en pocos meses? ¿Realmente piensan que Venezuela se enrumbará, por fin, por el camino del crecimiento económico sin inflación y sin las vagabunderías de una élite de revolucionarios que se enriquece cada vez más con los negociados derivados de las importaciones de productos “made in” todas partes menos en nuestro país? ¿Estiman ustedes que nos convertiremos de nuevo en la nación con el producto interno bruto más alto de Latinoamérica, colocándonos incluso por encima de Alemania, Inglaterra, España, Italia y Francia, entre otros países, tal y como lo fuimos años antes de la llegada de los bárbaros rojos?

Lo real y verdadero es que, hasta ahora, para los venezolanos, el proceder del primer combatiente nacional se parece al del propietario ruso que Albert Camus (1913-1960) menciona en su novela La caída, quien mandaba a azotar simultáneamente a los siervos que no lo saludaban y a los que le saludaban, para castigar la audacia que de ambos juzgaba igualmente atrevida.

Así estamos de fregados. Lo único que le falta a la sinrazón del régimen es que sus ínclitos poetas escriban una oda a los actos represivos de la Guardia Nacional Bolivariana y una apoteosis a las torturas que realizan los verdugos del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional en “La Tumba”, ubicada en los sótanos profundos de Plaza Venezuela.


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