Errar es la esencia del hombre. Errar estúpidamente cuando hay un colectivo de voluntades incrementa las posibilidades de que se presente esta manifestación de la conducta social. Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero esa mayoría son estúpidos no por la influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel de tontos. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto de manera intachable y perfecta. Naturalmente, son los últimos en saberlo y uno se resiste a darles esa noticia pues desconocer la estupidez equivale a… (agréguele lo que considere pertinente). (1).

Schiller dijo: “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”. Marco Aurelio, a su vez: “Perseguir lo imposible es propio de locos; pero es imposible que los necios dejen de hacer algunas necedades”. Baltazar Gracián, por su parte afirmaba: “Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de quienes no lo parecen”. Sin embargo, el ser humano, ya sea de forma individual o colectiva, ha dado infinitas pruebas de estupidez. Pese a que muchos autores como Peter o Dilbert han abordado esta cuestión en tono humorístico, el tema no deja de ser tragicómico, pues la estupidez en acción genera más catástrofes que cualquier otra cosa en el mundo.

Los principios de Peter y de Dilbert se explayan. Aldous Huxley señalaba que “la estupidez es, por cierto, un producto de la voluntad”. Una perversión del principio de Peter, es el principio de Dilbert. En tono de humor, afirma que este principio alude a una observación satírica de los años 1990 que afirma que las compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar así la apreciación del daño que son capaces de provocar. De esta manera, alguien que sistemáticamente hace un daño serio en una organización en el nivel en que se encuentra, en lugar de ser reconducido, obtiene la recompensa de “ascender” en el escalafón. Así se evita el daño que hace en su nivel, y se le pasa a un sitio donde, teóricamente, es menos “dañino”. A veces, lamentablemente, lo es más.

David Hume señala que “cuando los hombres se muestran más seguros y arrogantes, lo habitual es que estén más equivocados que nunca”. Por su parte, Albert Camus afirma que “la estupidez insiste siempre, sobre todo, en los más estúpidos”. La definición de la Real Academia de la Lengua es demasiado ambigua, amplia y poco clara como para percibir en ella el carácter nocivo de la estupidez deslindándola de la inteligencia. Tampoco ayuda el concepto de Wikipedia donde redirige al artículo de tonto definido como “el adjetivo referido a la persona de inteligencia escasa. Se usan como sinónimos afinidad de términos, como por ejemplo: lerdo, tarado, idiota, burro, animal, lelo, imbécil, etc.…”. Es decir, que se contrapone la estupidez a la inteligencia. Entonces, de acuerdo con Dilbert, “la persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. Corolario: el estúpido es más peligroso que el malvado”.

Akhenatón decía que “el sabio duda a menudo y cambia de opinión. El necio es terco y no duda; está al cabo de todo, salvo de su propia ignorancia”. Napoleón Bonaparte afirmaba que “en política, la estupidez no es un impedimento”. Lozano Irueste, por su parte, señala que “un tonto, en un lugar preciso, puede causar un daño infinito”. Por ello es necesario estar muy prevenido sobre su ataque. Santo Tomás de Aquino recopila más de veinte tipos diferenciados de tontos. Baltazar Gracián, por su parte, indica: “No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir”. Erasmo De Rotterdam hace un recorrido por la estupidez humana. Afirma que los estultos triunfan sobre los doctos. “Los sabios, los prudentes, los reflexivos, suelen aburrir, acaban casi siempre arruinados y abandonados a su suerte, mientras que los majaderos hacen reír, alegran la vida, gracias a su estupidez suelen medrar porque nadie los considera peligrosos, y, además, pueden decir y hacer lo que se les antoje delante de quien quieran, ya que precisamente su estupidez les salvará de un juicio terrible y el consiguiente castigo y se será benévolos con ellos. ¿Hay, pues, mayor felicidad posible?

Como corolario de la ley de Finagle se afirma que “si algo puede salir mal, saldrá mal”… “Nunca atribuyas a malicia lo que pueda explicarse adecuadamente mediante la estupidez. Nunca atribuyas a estupidez lo que pueda aplicarse adecuadamente mediante la ineptitud. Nunca atribuyas a ineptitud lo que pueda aplicarse adecuadamente mediante el desconocimiento”.

Maquiavelo, en El Príncipe, aduce: “: …Porque hay tres clases de cerebros, uno que comprende por sí mismo, otro que discierne por lo que se le dice y un tercero que no entiende ni por sí ni con la ayuda ajena, siendo el primero superior en todo, el segundo excelente y el tercero inútil”.

Enrique Jardiel Poncela, “risueñamente”, decía: “Hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra serlo”. Séneca, más serio, aducía que: “En ocasiones es agradable ser estúpido”. Erasmo, remata, que por ello se enseña acertadamente a los niños en que “fingir estulticia oportunamente es el colmo de la sabiduría”.

Es evidente que el tema de la estupidez ha dado para mucho a lo largo de la historia humana. Y aún da mucho de sí, lo que pasa es que ya estamos muy acostumbrados. Los medios de comunicación nos han saturado de tontuna y ya no la percibimos. Pero existir, existe.

Peter, en sus “Principios”, nos explica que al estar en sociedad todas las personas están en una jerarquía. Al existir posibilidades de ascenso es inevitable alcanzar el nivel de incompetencia, nivel que cada vez se encuentra más lleno. Justin Kruger y David Dunning demuestran que ningún estúpido se tiene por tal y que, cuanto es mayor su grado de necedad, más difícil es que se den cuenta de su nivel. Carlo Cipolla va más lejos y nos advierte de no subestimar al estúpido, cuyo poder de causar el mal es superior al del malvado. Giancarlo Livraghi profundiza en esta línea y nos previene de que somos más tontos de lo que creemos y que además, la estupidez tiende a que los individuos lerdos se junten, multiplicando su efecto más rápidamente que la unión de individuos menos tontos.

Nota:

1.- “Nunca discutas con un tonto”. Leonardo Ferrari. (Quien presencie la discusión podría confundirte con él). Versión resumida en PDF. En mi artículo decidí transcribir sin enmiendas determinados párrafos del libro en cuestión que encuentro relevantes. No he pretendido interpretar, comentar, explicar, aclarar, ilustrar, elucidar ni criticar el contenido. La única excepción cometida en la transcripción está en el primer párrafo; donde dejo a criterio del lector –luego de los puntos suspensivos– la posibilidad de concluirlo a su leal saber y entender. Yo lo hice y constaté que era factible completarlo mediante innumerables frases para elaborar metáforas. De igual manera agregué “risueñamente”, para distinguir a Enrique Jardiel Poncela; a quien solía leer con fruición hace más de cincuenta años. Simplemente, procuro llamar la atención para la debida ponderación, y de concatenar, de manera global, el trasfondo de todos los acontecimientos derivados del proceso, y de la consulta electoral efectuada el día de ayer (con todas las previsibles consecuencias que seguramente viviremos en los próximos días). Producto exclusivo de decisiones políticas asumidas por quienes circunstancialmente fungen como líderes en la angustiante y perversa crisis nacional que nos abruma.

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