Dedico el presente artículo, gracias a la deferencia que me permite El Nacional, a todo el equipo del Foro Penal Venezolano, por su encomiable labor de defensa de los presos de conciencia en Venezuela; lo que lo ha hecho acreedor, en la persona de su líder Alfredo Romero, al reconocimiento internacional Robert Kennedy de los derechos humanos.

“Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén”. Así los católicos concluimos nuestra más universal oración al Creador. También podría valer para cualquier creencia religiosa que en esencia practique el amor y el perdón como fórmulas de redimir el pecado, rectificando, y acercando el ser humano hacia su meta de la más sana trascendencia posible de esta vida al más allá.

La temblorosa imagen de la mano del suicida y ex líder militar bosnio al momento de enfrentar la confirmación de su condena por crímenes de lesa humanidad en La Haya, este pasado miércoles 29 de noviembre, revela el inexorable avance, lento quizás pero seguro, de la justicia internacional frente a los criminales.

La libertad es el bien más preciado para la vida misma, junto a la propia salud. Son ambas una misma fuente de la cual nos nutrimos para existir con felicidad. Buscamos, a partir de ellas, desarrollar nuestros talentos y vocaciones; utilizando lo mejor de nuestra condición psicobiológica y social, ¡para vivir! Queremos crecer en nuestro interior, como seres sociales, útiles a nuestra propia condición de seres libres, y a la de nuestras hermanas y hermanos que nos acompañan en el camino de la vida.

La libertad solo se podrá sustentar si hay justicia verdadera. Por ello no habrá una vida con felicidad razonable si no hay justicia. Y no habrá paz sostenible si no existen ambas: justicia y libertad, para todas las naciones.

La guerra de Bosnia, que se inició a principios de abril de 1992, hace ya un cuarto de siglo, tomo tres años de muertes y crímenes, hasta diciembre de 1995, para que la humanidad terminara por entender que su participación en la resolución del conflicto era imprescindible. Ahora, gracias a este aprendizaje tendrían que ser más oportunas nuestras acciones y establecerse un patrón común de valores universales en nuestro también común y único planeta Tierra, en el cual existimos.

La protección de la vida, de la libertad y de los derechos humanos en general deben ser causa común de las naciones, de todos los países del mundo. En Venezuela todos los poderes están siendo ejercidos por un pequeño grupo de individuos, bajo una suerte de acuerdo-intervención mafiosa de intereses internacionales contrarios a nuestra salud como república. Estos sujetos han hecho de la inicial condición de gobernantes electos por un pueblo, confiado en sus costumbres democráticas, la ventaja para la depravación de un pacto para el oligopolio criminal de su mantenimiento del poder en Venezuela, que controla las otrora instituciones de los antiguos poderes autónomos: Legislativo, Judicial, Electoral etc.

La detención arbitraria, el encarcelamiento sin fórmula de acusación razonable y juicio justo, la represión asesina que ha truncado las vidas infinitamente imponderables de cientos de jóvenes venezolanos, nos hablan de una descomposición irradiada desde otras dictaduras, y que irradiará el asentamiento en la región de otras más, si así lo permitimos. La negación de un gobierno mínimamente responsable, mínimamente ético que, en lugar de su dedicación total a conservar el poder y seguir la corrupción, atendiese la emergencia humanitaria por la cual mueren mensualmente, más que cientos, miles de venezolanas y venezolanos, de todas las edades o condiciones sociales por desnutrición, cáncer, malaria, diabetes, hipertensión, VIH, heridas por atracos, y tantas más, configuran el delito de lesa humanidad en proceso diario de ejecución en Venezuela. 

Los organismos internacionales que ya han corroborado la huida de cientos de miles de personas desplazadas por el desastre humanitario ocasionado por estas mafias que hoy prevalecen en Venezuela, y que detentan todos los poderes cometiendo los crímenes, deberán apurar el paso de la justicia para que, como en el caso del criminal de guerra bosnio Slobodovan Praljak, reciban justicia, sin que sea la mano de la venganza, o la de la cobardía, la que le niegue la oportunidad de mirarse en sus crímenes, pagar en esta vida sus deudas y enfrentar con resignación ¡la condena de los pueblos y de la historia!

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