Hasta el cansancio he escrito que la ruta propuesta por Guaidó encontraría piedras en el camino, que coronarla en una victoria es más que posible, pero nunca fácil; que la ruta tiene enemigos de cuidado y que estos no se limitan al régimen y a sus pocos pero poderosos aliados, sino que tienen exponentes en la misma oposición que pretenden desacelerar la marcha.

Esto, para unaciudadanía rodeada de normalidad, consciente de sus derechos y clara en los objetivos que persigue, es una razón principalísima para agruparse más, recargar a la máxima potencia sus energías, y acelerar el paso, pero sucede que no es así, que son muchos los factores que interfieren en la toma de decisiones de los estrategas, y en el comportamiento de una población hostigada hasta en sus huesos, desesperada  y frustrada,  por no encontrar salidas distintas a la diáspora y, no pocas veces, en la claudicación, hecho que reviste visos de tragedia, si es que tenemos a bien considerar que la lucha es entre un régimen comunista infiltrado por el crimen organizado, que está dispuesto a todo con tal de permanecer en el poder, y una oposición democrática lastimada por sus propios errores, sin armas, y para colmo dividida en visión y método de lucha.

Coincido con quienes piensan que Guaidó se acerca al momento más difícil de su travesía, porque en el escenario comienzan a aparecer, de manera simultánea, y no precisamente por generación espontánea, ese agitado y a veces desconcertante contrapunteo que lleva a sembrar dudas sobre la efectividad de la ruta, y nos hace debatir entre esperanza y desesperanza, optimismo y pesimismo, gritos de rebeldía y voces de quejumbre y sumisión, escenarios que, por desgracia, cuando no son creados por voces absolutamente conscientes del mal que hacen, son aprovechados por los muy pocos que nunca estuvieron de acuerdo ni con el protagonista, ni con el plan propuesto; que no teniendo, además, ni plan, ni poder de convocatoria para exponerlo, han preferido promover desde las sombras la siembra del desencanto en la multitud que ha seguido a Guaidó durante todos estos meses. Por eso no es de extrañar la aparición, de manera orquestada y con mal intencionada insistencia, de algunas voces, provenientes de sectores específicos, empeñados en decir que la euforia de los seguidores de la ruta no es la misma; que las respuestas a sus convocatorias no es la que el convocante esperaba, cosa absolutamente falsa; que hay que cambiar de fórmula porque la ruta no da para más, también falsa por los cuatro costados, y todo con la perversa finalidad de mermar el entusiasmo y la esperanza de la gente, en la única fórmula propuesta por la oposición  que, en estos veinte años de lucha, léase y reléase bien, haya gozado del consenso y la aceptación de más de 80% de la población, y del apoyo de  más de 60 gobiernos de países democráticos, apoyo nunca antes visto en la historia política de este país.

Por eso no vacilo en afirmar que ese comportamiento, absolutamente desacertado, puede ser considerado como colaboracionista, entreguista y criminal porque, si bien es comprensible que en un momento dado la gente que quiere desesperadamente un cambio, atenazada como está por las penurias a las que las somete las perversiones del castrocomunismo, se pueda sentir desanimada porque el cambio no llega con la celeridad que requieren sus urgencias, pero que políticos y conocedores  de los protocolos que se manejan en una crisis tan profunda como la nuestra, conscientes además de las limitaciones mediáticas de quienes dirigen y se juegan la vida en llevar la ruta adelante, anden por allí, de manera airada e intolerante, reclamando soluciones inmediatas que saben de imposible cumplimiento, pontificando y  manipulando mentiras y verdades a medias, olvidando sus propios errores y criticando cada paso que se da, exigiéndole a Guaidó lo que nunca ellos lograron y hasta culpándolo del retardo en las soluciones es, por decir lo menos, un verdadero despropósito. Y con esto no le estoy asignando a Juan Guaidó el don de la infalibilidad, con esto lo que quiero decir es que en vez de andar con una lupa buscando errores, sembrando  dudas sobre sus decisiones, entorpeciendo sus  actividades y tratando de quitarle fuerza a su discurso, que, vuelvo a repetir, ha sido con todo y los vacíos que pueda tener, el de mayor aceptación en estos veinte años de oposición al castrocomunismo, lo que corresponde a esa disidencia es participar de buena fe con observaciones y sugerencias, dejar de navegar en suposiciones, asistir a sus eventos, presentarse en los cabildos y de frente expresar sus dudas y escuchar respuestas, pero eso de aprovechar el más mínimo descuido o error para dispararle flechas envenenadas con la intención de herirlo, además de ser un acto repudiable, a quien verdaderamente hiere es a la esperanza de un pueblo, y a quien favorece es al opresor. Confieso que me cuesta entender semejante comportamiento porque atraviesa el umbral del colaboracionismo, aun no siendo ese su propósito, y por ese camino solo se puede llegar al fracaso y a una mortal decepción de la que costaría muchos años recuperarnos.    

Creo que llegó la hora de entender de una vez por todas que estaremos mucho mejor que bien solo estando todos juntos y remando en una sola dirección, que los millones de venezolanos que queremos el cambio somos mucho más que el 187, que lo que corresponde es seguir en la lucha, no desmayar en nuestros propósitos, corregir lo que haya que corregir, entender que abandonar el camino hasta ahora transitado, con el que recuperamos la fe perdida y las ganas de luchar, para entrar en los terrenos de la improvisación con el fracaso incorporado, equivale a una claudicación y a un retroceso que borraría por mucho tiempo la esperanza que hoy tenemos de lograr el cambio que queremos. Que es a nosotros a quienes nos toca salir a la calle con el coraje en su sitio, a pedir el cese de la usurpación y no a cañones extranjeros por más amigos nuestros que sean. Que es a nosotros a quienes corresponde decirle a los cubanos, los rusos, los chinos, los turcos, los iraníes que este país es de los venezolanos y que quien así no lo entienda no lo queremos en nuestro territorio. Que la mejor manera de agradecer y de paso ganarnos el respeto de la inmensa comunidad democrática que nos apoya es mostrando nuestra indeclinable voluntad de resistir y rescatar de las ruinas en que convirtió el castrocomunismo a nuestra amada nación. Que somos todos nosotros juntos, sabiendo que toda la comunidad internacional promueve unas elecciones libres para resolver nuestra crisis, quienes ejerciendo todas nuestras atribuciones constitucionales tenemos que decir cómo, cuándo y en cuáles condiciones se efectuarán para garantizar su pulcritud, partiendo de la base  que no pueden ser ni con el actual CNE, ni con el sistema manipulado por el G-2, ni confiándole a las Fuerzas Armadas la custodia del proceso, ni con un registro electoral manipulado a su antojo por el partido del  régimen, todos logros posibles si mantenemos nuestra protesta con una unidad despojada de actores con segundas intenciones.

A quienes de buena fe tengan sus razones para no estar de acuerdo con la ruta, les sugiero que se pregunten dónde estábamos al comenzar el año y dónde estamos ahora, y por favor háganlo de corazón y pensando en Venezuela y sobre todo entendiendo que la hora que se vive es demasiado crucial y exige saber con claridad meridiana quién es quién y dónde está en esta lucha que la irracionalidad del régimen ha llevado a los terrenos de la barbarie, al proclamar: “Este país o lo gobernamos nosotros o no lo gobierna nadie”. Es la hora exacta de decidir dónde se está. 


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