El 23 de febrero es el día señalado por el presidente (e), Juan Guaidó, para el ingreso de la ayuda humanitaria. “Entra al país, sí o sí”, dijo. Podremos lograrlo si todos lo queremos. Para eso hay ya no menos de 600.000 voluntarios de Venezuela se han alistado para apoyar la distribución de los insumos, mientras el gobernante de facto, Nicolás Maduro, ordenaba a los militares un “despliegue permanente”. ¡Vaya diferencia!

Ha subido el telón en el teatro político venezolano, y se muestra cruda la gran paradoja: ¡un gobierno popular sin pueblo! Jefes militares sin pueblo. A un costado del escenario, una luz mortecina apenas dibuja a un usurpador rodeado de charreteras, en medio del desierto. En el centro, el líder nuevo, fresco, aclamado por una muchedumbre entusiasta. El grito es: ¡Ayuda humanitaria y democracia, ya!

El usurpador está acorralado, el cerco financiero se cierra y aprieta, no tienen dónde ir en Occidente, apenas Cuba, Nicaragua o Bolivia. Tal vez México, con un presidente que huele a alcanfor. ¿Rusia, China, Turquía, Irán? Países dictatoriales  o autocráticos. En ninguno de esos países podrán holgarse con el dinero de la corrupción. Pero es algo. Nadie va a impedir que se vayan.

El clamor es que se vayan, que dejen ese espacio para reconstruir lo destruido, que no es poco: Venezuela está en ruinas, padece hambre, enfermedades, muerte, esa muerte que llega como una ladrona a robarnos la vida, porque no hay medicamentos. O peor: porque las fuerzas represivas del usurpador se hartan de sangre. No importa la edad  o el sexo. Son una nueva versión genética de Drácula: atacan de noche  y de día, sus noches no tienen alba.

Pero los estamos derrotando. En el ajedrez político sus piezas están acorraladas, el jaque mate es cuestión de pocas movidas, firmes, inteligentes, maduradas. No hay desboque, tampoco freno. El pueblo todo, por dentro y por fuera, quiere y podrá lograrlo: el fin de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres y con todas las garantías de la justicia y la equidad. Esta hoja de ruta ya fulgura, en nuestros corazones, en nuestros pasos, en nuestra patria, en nuestros símbolos.

Urge que este 23 de febrero nos movilicemos todos los que anhelamos, los que deseamos y queremos un cambio de gobierno lo más pronto posible. Todos los condenados por la peste del socialismo del siglo XXI, una peste que nos llegó con himnos marciales, balas y charreteras. Con encantamientos de serpientes venenosas. No vimos la rata contaminada, muerta, en el centro del patio. El hierro candente de la revolución nos quemó los ojos. Hubo un reparto irresponsable de los frutos de una riqueza que abundó transitoriamente. Pan para hoy y hambre para mañana. Ese mañana está aquí, como una nube tóxica. Sus siniestros creadores solo desean perpetuarla.

Mas no caigamos en la “tentación caníbal”, bien descrita por Alberto Barrera Tyszka: “Es un ansia miope que, con sorprendente voracidad, se abalanza sobre miembros de la misma especie, tratando de devorarlos y produciendo desorden y desazón en la comunidad.  Es una tentación que, por momentos, parece coquetear con cierto modelo de pureza. Hay quienes se creen ideológicamente castos, límpidamente liberales”.

Oigamos a Barrera Tyszka. El 17 de febrero, en Efecto Cocuyo, dijo: “El futuro es impuro. Necesariamente. Como lo es nuestro país. Toda la lucha inmensa, con el aporte de gente muy diferente desde muy distintos espacios, es por volver a la democracia, no por volver al pasado. Hay que salirse del discurso oficialista que supone que esto solo es un movimiento restaurador. No es así. Por suerte para todos, lo que ocurre es mucho más complejo y menos inmaculado. Es necesario vencer la tentación caníbal y trabajar alrededor del liderazgo de Juan Guaidó, desde y para la unidad. Hasta nuevo aviso, en Venezuela, no hay candidatos presidenciales ni ministerios vacantes. No estamos aquí para repartir el futuro sino para lograr que el futuro exista”.

La victoria está a la vista y luchemos con alegría, vivamos por la alegría. Mas no nos equivoquemos. Porque la alegría estará siempre amenazada. Ya uno de los roedores más cruel advirtió: “Seremos una pesadilla”. Sabemos que el bacilo de la peste no muere en el mundo, que puede permanecer latente durante decenios, y que espera pacientemente en la antecámara. Para infortunio de los hombres, la peste puede despertar sus ratas y abrir de  nuevo las puertas de la jaula. Es la dura tragedia que hemos vivido, y que ahora vencemos.

Que el ayer no sea hoy, y que hoy no sea mañana. Si hemos aprendido la terrible lección, el futuro será otra cosa. Posemos la fuerza creadora de los ciudadanos. No nos encaminamos a un nuevo mundo perfecto, pero sí mejor. Podemos lograr que el futuro exista porque está en nuestras manos. No estamos solos, más de cincuenta países caminan con nosotros. Ahora  o nunca, es la consigna del oro del sol.

Coda: el general Padrino López quedó al desnudo después del discurso del presidente Trump en Florida. En desquiciada reacción injurió no solo a Trump, sino también a Juan Guaidó, al que llamó, entre otras lindezas, “entreguista”. Es el colmo. El general sí que entregó la FAN al G-2 cubano, lamió las botas del dictador Fidel Castro, es cómplice de la entrega del petróleo y el Arco Minero a Rusia y China. No aceptó la amnistía y otras garantías. Prefirió inmolarse, lo que nadie desea. Pero, general, vaya haciendo las paces con Dios, la justicia lo alcanzará muy pronto y será severa. Usted tiene un banquillo en un nuevo juicio de Núremberg. Como los jefes nazis del Holocausto. Comenzará otra historia, la de la libertad y la democracia.


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