Ring en las redes. Como tantas situaciones de la vida, ser persona pública significa lidiar con aspectos positivos y negativos que derivan de la empatía lograda con la audiencia correspondiente. Frente a pequeños privilegios como palabras de aliento o atención cariñosa en actividades cotidianas, se ubica el desplante por antipatía o por incompatibilidad de caracteres. Es la naturaleza humana.

Pero ser persona pública implica algo fundamental: tener conciencia del impacto que producen las palabras, por lo cual el sentido de la responsabilidad debe acompañar la información o la opinión compartida. Tal máxima debe ser una constante en cualquier circunstancia, sin embargo, resulta especialmente valiosa en una coyuntura como la que hoy día se vive en el país, donde las pasiones están a flor de piel, donde los entes encargados de proteger el honor responden a intereses políticos y donde la indefensión institucional del ciudadano integra el paquetazo revolucionario.

Todo esto viene a cuento a propósito del escándalo que el pasado fin de semana ocupó el ciberespacio por el añejo enfrentamiento que existe entre la animadora Annarella Bono y la periodista de investigación Angie Pérez. Lo que parecía un rifirrafe más se transformó en una larga cadena de comentarios en la que surgieron nombres de reinas de belleza y personas relacionadas con la Organización Miss Venezuela, mencionados –la mayoría– por aspirantes a la corona que dibujaron un panorama escabroso de lo que hay detrás del sueño que tenían desde chiquitas.

Nada más alejado de estas líneas que la intención de subestimar la denuncia. Esta tiene una gran labor profiláctica que redunda en el saneamiento de la convivencia, aquí, acullá y en el más allá. La crítica a lo sucedido tiene que ver con la forma. La descalificación, de entrada, debilita cualquier planteamiento. El insulto, a continuación, empobrece los argumentos. La ligereza, además, coloca en el paredón a inocentes. Y la falta de pruebas, al final, convierte en chismorreo un tema que debería ser tratado con seriedad y profundidad.

Lo sucedido hace siete días debe dejar, al menos, una lección: existe un compromiso ético con los seguidores agrupados en las redes sociales. Hay que honrar ese compromiso con responsabilidad, sabiendo que, en estos tiempos, los medios alternativos se han convertido en la trinchera vital para la defensa de los valores democráticos.


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