En 1998 toda Venezuela soñaba, toda la sociedad esperaba un cambio, todos ansiábamos que el país diera ese salto cualitativo, para integrarnos al nuevo concierto internacional y pasar de un Estado con economía emergente a una nación con proyectos concretos de desarrollo. Todo fue una mentira, todo fue un engaño.

Ese golpista que, con un verbo encendido, incautó a propios y extraños, a pesar de ser convicto y confeso de esa felonía realizada el 4 de febrero de 1992, hizo que los compatriotas olvidaran a los muertos que defendieron con sus vidas el respeto a la institucionalidad democrática y al presidente Carlos Andrés Pérez, que tenía legitimidad de origen, por haber sido elegido en unos comicios.

Más allá de que se simpatizara o no con el gobernante de turno, por encima de las tendencias ideológicas, estaba el respeto a las leyes y a las instituciones que garantizaban el Estado de Derecho. Nadie, absolutamente nadie, puede subvertir el orden constitucional de esa manera, solo para imponer una forma sectaria de dirigir el destino de una nación.

Sin embargo, muchos buscaban a ese mesías que guiara el destino de la patria de Bolívar, para que de una vez por todas nos sacara del Tercer Mundo y nos colocara a la cabeza del norte de Suramérica.

No obstante, el anhelo, el sueño de toda una comunidad, que encarnaba ese hombre que pregonaba ser el redentor de los pobres, se convirtió en el peor de los males, que asoló todo vestigio de civilidad en Venezuela. Hoy, en 2018, estamos a la par de cualquier país atrasado que hay en otros continentes, y hasta peor.

Sistema hospitalario deficiente, con enfermos que mueren por falta de medicamentos o mujeres que dan a luz en cualquier lugar, por falta de camas e insumos; escasez de comida, que ronda casi 80%, con cuadros graves de desnutrición y un grueso de la población que ha perdido peso por la falta de ingesta de proteínas y vitaminas; sistema educativo que forma estudiantes analfabetas funcionales, en el que prevalece la memorización innecesaria de conceptos, que les impide razonar y aplicar la información aprendida; controles innecesarios de precios de los productos de la cesta básica y de divisas, que ha provocado un mercado paralelo encarnizado, que beneficia solo a aquellos que tienen la discrecionalidad en el otorgamiento de esos bienes, originando una nueva casta de revolucionarios, que calzan zapatos de marca y utilizan ropa de diseñadores famosos.

Bandas de niños que deambulan por las calles, que duermen sobre las bolsas de basura para proteger el único elemento que les permite tener acceso a alimentos; vialidad nacional abandonada, autopistas sin terminar, sistemas de trenes sin concluir, racionamiento eléctrico, deficiencia en el servicio de agua, deterioro acelerado de la infraestructura nacional.

No hay que olvidar la hiperinflación que nos afecta a todos, que al cerrar este año rondará 13.000%. A esta se le suma, además, la falta de ofertas laborales para las nuevas generaciones y los pocos empleos que existen solo pueden pagar salarios que no pasan de 2 dólares al mes, léase bien, 2 dólares al mes.

La realidad anterior, expresada en pocas líneas, ha sido el principal detonante para impulsar a casi 5 millones de venezolanos a buscar un mejor futuro en otras latitudes, pues las oportunidades están agotadas, por ahora, en esta tierra. Si seguimos bajo la égida de esta forma cuartelaria y discriminatoria de llevar las riendas de un país, se incrementará la diáspora de compatriotas.

El régimen critica a diestra y siniestra a aquellos que profesan libertad, igualdad, democracia, separación de poderes e imperio de la ley. Utiliza apelativos como lacayos del imperio, cachorros de Estados Unidos, gusanos, oligarcas, etc., y llama a los que piensan diferente, fascista o nazista.

Profesan el comunismo abiertamente como una alternativa válida para redimir a los venezolanos, pero no hay que olvidar la historia porque el sistema de gobierno más sanguinario es la ideología profesada por Karl Marx. No obstante, podemos apreciar en los medios de información venezolanos, que no hablan de las purgas estalinistas, de cuando los que pensaban distinto eran enviados a los campos de concentración en Siberia, los famosos Gulag; es decir, a la Dirección General de Campos de Trabajo, ese es el nombre con el que pasaron a la historia los campos de trabajo para presos políticos o enemigos de la patria, en la Unión Soviética de Iósif Stalin, que causó millones de muertes.

Tampoco hay que olvidar el genocidio camboyano, obra del régimen maoísta​ de los Jemeres Rojos, un partido político que gobernó la llamada Kampuchea Democrática entre 1975 y 1979, con una concepción extremista de la revolución, liderada por Pol Pot, quien propuso la creación de un modelo socialista agrario basado en los ideales del maoísmo y el estalinismo. Su política se caracterizó por la ruralización forzada de los habitantes de los núcleos urbanos, torturas, ejecuciones masivas, trabajos forzados generalizados y malnutrición, que costó la vida de aproximadamente un cuarto de la población del país.

Ejemplos nefastos hay muchos, con una larga cifra de muertes, desapariciones, torturas y encarcelamientos. Hồ Chí Minh en Vietnam, Fidel Castro en Cuba, los sandinistas en Nicaragua, Kim Jong-un en Corea del Norte, Mao Zedong en China, Sendero Luminoso en Perú, movimientos ideológicos intolerantes que pensaban y piensan que la única forma es aplicar su forma y manera de razonar, a través de la fuerza, la sumisión y la aniquilación de quien reflexiona y discurre diferente.

Disfrazan el comunismo con la etiqueta de socialismo, cuyas características principales son la mentira, el engaño y el odio. Una sola casta es la que se beneficia del erario público, mostrando una vida ostentosa, pero le dicen al pueblo que ser rico es malo.

No hay que ser idiota, el comunismo no nos convertirá en una potencia, más bien acentuará la esclavitud de la sociedad hacia el Estado todopoderoso, mermando nuestros derechos civiles y la libertad que debemos tener como ciudadanos; en pocas palabras, no se avanza en revolución, pues el sacrificio para sostener este régimen corre por cuenta de los ciudadanos que, con su hambre, su miedo y resignación, sostienen una realidad que nos aplastará a todos. Por eso, como venezolanos, debemos transformar la tristeza en fuerza y creer que, como habitantes de este país, podemos generar los cambios en paz y en democracia.


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