Ahora sí, acaba de entrar en escena un hombre tan poderoso y hábil como el papa Francisco, que combina un inmenso poder espiritual con un considerable conocimiento geopolítico y desde la solemnidad de la misa del Domingo de Resurrección en la plaza San Pedro del Vaticano pidió una solución a la crisis que estamos sufriendo los venezolanos.

Por primera vez después de su rotundo fracaso como mediador en el conflicto entre la oposición y el gobierno venezolano y de forma absolutamente contundente, sin dejar espacio a cualquier duda, Bergolio, para asombro de quienes lo leen desde los más variados abecedarios, de los que lo ven identificado con la izquierda y resaltan sus simpatías hacia los regímenes socialistas, dio un espaldarazo por la calle del medio –urbi et orbi– a los obispos venezolanos por sus críticas al gobierno dictatorial y represivo presidido por Nicolás Maduro.

Desde la logia central de la basílica el papa Francisco dijo: «Suplicamos el fruto del consuelo para el pueblo venezolano, el cual –como han escrito sus pastores– vive en una especie de “tierra extranjera” en su propio país, para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria». Fue una alocución estudiada y sin ambigüedades la del mensaje pascual.

El Papa valoró el mensaje de la CEV, publicado el pasado 19 de marzo, en el que fustigan el Plan de la Patria, al que tildan de nefasto. Allí los obispos no se ahorran calificativos para desnudar al desnaturalizado régimen que nos oprime: “En los últimos tiempos Venezuela se ha convertido en una especie de ‘tierra extraña’ para todos. Con inmensas riquezas y potencialidades, la nación se ha venido a menos, debido a la intención de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a toda costa del sufrimiento del pueblo es la consigna. Junto a esto, además de ir eliminando las capacidades de producción de bienes y servicios, ha aumentado la pobreza, la indefensión y la desesperanza de los ciudadanos”.

El Vaticano y los pastores venezolanos trabajan para que el bloqueo impuesto por el gobierno que nos condujo a vivir o huir de un país en ruinas, desorganizado y herido, pueda avanzar sin más traumas hacia un verdadero cambio, pacífico, gradual y democrático. No creo que el Papa, por sí o en sí, logre cambiar demasiadas cosas en Venezuela, pero sus palabras, refrendando los documentos emitidos por la Conferencia Episcopal, sí refuerzan el espacio que hoy por hoy se ha ganado la Iglesia en el corazón de esos venezolanos desesperanzados y coléricos, afligidos y desesperados, decepcionados y pesimistas, de aquellos que no comen ni duermen, de quienes se olvidaron de reír y no le encuentran sentido a una vida tan miserable y terrible como la que padecemos aquí.

La religión también nos ofrece un espacio para la resistencia política, en la que se cultiva todo lo que el régimen devastador ha pervertido en casi veinte años: la historia, la verdad, la ética y la solidaridad. La visión geopolítica de Francisco está fijada tanto en el presente como en los sucesos que inexorablemente vendrán después del esperado cambio; se producen cuando se avecina un quiebre vertiginoso del sistema; quiere lograr que Venezuela avance hacia una mayor libertad y alejarla decididamente de cualquier transición violenta, para alcanzar una tierra más justa y unida y no esta “tierra extraña” que con tanto acierto han denunciado los obispos.


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